1 de abril de 2020

Llegó la primavera

"No tenéis idea, ni una cercanía, de lo que es vivir un amor como el mío", dijo la chica de ojos claros y melena castaña mal cortada por ella misma, desde su rincón de la mullida cama, con el ordenador sobre los muslos y sus mejores amigas reflejadas en la pantalla durante una videollamada.

Y era cierto. No tenían ni idea. Porque cuando cortó la llamada, dejando a sus amigas con las caras largas, por sus sonrojadas mejillas caían lágrimas con fluidez. Se las limpió sin cuidado alguno, manchando la manga de su ropa.

El dolor de su pecho seguía allí incluso después de colgar la llamada de 45 minutos donde se había desahogado, o eso creía, porque la presión seguía allí.

Era un dolor punzante, sordo. De esos que te quitan el aliento. Que no puedes mover el pecho porque te da un latigazo horrible en la espalda y te impide cualquier movimiento del cuerpo. Las piernas te fallan, pierdes las fuerzas y solo agarras algo de energía para tirarte en la cama, que es lo que hizo nuestra chica de pelo castaño.

Los sudores fríos y las lágrimas calienten hacen una combinación corporal de fluidos muy curiosa pero que provoca una sensación desagradable en el alma.

La indiferencia es más dañina que una excesiva atención. El pensamiento de inutilidad tiene más fuerza que la ilusión. Pensar en un futuro negro tiene más cabida que un futuro feliz, cuando tu presente se desmorona.

La chica se retorcía dentro de las sábanas, ahogando su llanto contra la almohada. Rezando para sus adentros, pidiendo que el tiempo pasara muy deprisa y el cansancio o la sequedad de la cara acabara con su sufrimiento. Quedarse dormida o no sentir nada. Ambas opciones servían.

Para, por favor. Para.

Suplicaba a su corazón, a su mente que no dejaba de chillar aquello que más le dolía, como queriendo aplastarse a si misma. El cerebro, la mente, la psicología humana es compleja y poderosa. Somos nuestros propios verdugos mentales. Nos machacamos con nuestro mayor dolor una y otra vez, buscando no sabemos muy bien qué.

El cansancio llega. Las lágrimas se secan, dejando áspera y tirante la piel de las mejillas las cuales habían perdido su color rosado y se habían tornado pálidas, en contraste con sus labios rojos e hinchados por las muecas de llanto. Los ojos también rojos e inflamados se pegaban entre si con las pestañas rígidas.

El sueño llegaba. El anhelado sueño. Cerrar los ojos se convierte en tarea fácil. Dormir es sencillo. Dejar la mente en blanco es una opción casi obligada. Ojalá siempre fuese así. 
Pero por desgracia, cuando el ciclo onírico termine, el dolor volverá, el sufrimiento, el calvario, los temblores, el sudor frío y las lágrimas calientes.

Solo habrá una diferencia que no provocará novedades salvo un precioso cambio en la naturaleza que alegraría hasta el más lúgubre de los seres vivos. Unas hermosas y coloridas flores se abren paso entre las malas hierbas. Llegó la primavera. 


ATTE: Sandra J.M

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