Abrazar a la persona que quieres te envuelve en una burbuja de felicidad instantánea.
Enterrar el rostro en el hueco del hombro de tu pareja, aspirar su aroma y acariciar la piel desnuda de su nuca. Todo ello en conjunto te arrastra a un estado de alegría en letargo.
Te consume un bienestar auténtico, real. Tan real como las respiraciones acompasadas de ambos.
Los silencios no son incómodos, son tremendamente hermosos. No quieres que el tiempo pase, deseas que el reloj se detenga, pero no es así.
Solo nos queda saborear los minutos que podamos mantenernos así.
Abrazar a la persona que quieres hace que todos los problemas se disuelvan, dar marcha atrás y olvidar todo lo que una vez te hizo sufrir. Las lágrimas se secan al instante, tu corazón se relaja al ritmo del latido ajeno. El pecho deja de doler, el sufrimiento se va, la tristeza se deshace.
Es un momento tan delicioso que puede llegar a molestar despegarte de la otra persona. Quieres manteneros unidos con pegamento, que nada ni nadie os robe ese momento de tranquilidad. Una burbuja que se crea con tanta fuerza que ni la más grande de las agujas puede explotarla.
Los abrazos son tan perfectos que consiguen llenar hasta el hueco más profundo y vacío de tu corazón dolorido.

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