El agua tibia corría por las mejillas de Susana, fusionándose con sus lágrimas. No se distinguía cuál era cuál.
El cabello corto teñido de gris se volvía en la ducha del color de los nubarrones que preceden una tormenta eléctrica. Sus padres la habían castigado cuando un día llegó a casa con el pelo así.
Pasó de largo y castaño oscuro con su frente al descubierto, a un gris perla cortado hasta el mentón y un flequillo cuadrado cubriendo sus sienes. Quería seguir la tradición asiática de cambiar de look tras un corazón roto por amor no correspondido.
Susana no quería llamar la atención con ese cambio tan radical y ese tinte, aunque de un color apagado, tan llamativo. De verdad quería transformar su físico para evolucionar desde dentro.
Cuando salió de la ducha y se enrolló en la toalla rosa que su madre le regaló a los 16 años, aún con 22 seguía usándola, Susana se miró al espejo y observó su reflejo.
Sus ojos estaban rojos y dos medias lunas negras los adornaba. El rímel de la noche antes le corría como lágrimas negras, ensuciando sus pómulos marcados.
Sus brazos estaban llenos de cicatrices de viejas marcas, cortes que habían sangrado, y mucho, en su momento. Cuando la ansiedad y la desesperación la poseyeron en el rincón más oscuro de su cuarto, cuando la noche caía y su casa se quedaba en el más horrible silencio. Solo las paredes conocían su secreto y habían escuchado su llanto apagado hasta las tantas de la madrugada donde, antes de que saliera el sol, Susana había caído rendida a los pies de la cama, en el frío suelo.
Allí se sentía segura.
Sus costillas se marcaban bajo la pálida piel. Había intentado comer más y hacer ejercicio (subir escaleras en lugar de ascensor, coger la bici o ir andando a todas partes) para cambiar su figura rectangular sin grasa a la vista, pero no había conseguido más cambio que un par de kilos que se camuflaban muy bien, pues por mucho que escudriñara su reflejo, no los encontraba en su piel.
Siempre se quedaba largos minutos tras la ducha frente al espejo. Aprovechando que sus padres salían cada tarde a pasear juntos enfundados en sus deportivas dispuestos a bajar el nivel de colesterol de su edad.
Susana podía pasar media hora calibrando cada centímetro de su cuerpo desnudo frente al cristal. El reflejo distorsionado de lo que una vez fue y que, con lágrimas negras corriendo por su cara rota de dolor y sufrir interno, ese que no se atrevía ni a contar en palabras ante un público atento, recordaba con pesar cuando sus días pasaban volando porque se sentía feliz.
Echaba de menos su sonrisa. Ya ni recordaba cómo era, una sonrisa de las suyas de verdad. Esa que había roto tantísimos corazones en su etapa del instituto.
Muchas veces quería escapar de sus pesadillas, esas que persistían incluso estando despierta y su mano temblaba con la cuchilla en la mano al hacer sus cortes, buscando una mayor profundidad. Pero su respiración acelerada y una vocecilla de la Susana de tres años le decía que parase, que debía seguir.
Seguir luchando y enfrentándose al espejo, aunque este solo pudiese mostrarle un reflejo distorsionado.
ATTE:

Vaya....has plasmadado la ansiedad de la chica tan bien,tienes muchísimo talento en esto la verdad.Deberias escribir una novela.Seria el segundo en leerla; después de tu novio jajajajaj
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario! Siento mucho no haberte respondido antes. Blogger no me notificó ningún comentario y lo acabo de ver ahora mismo.
EliminarAgradezco mucho tu opinión y espero que te guste el resto de cosas que escribo. Respecto a lo de las novelas, ya tengo escritas dos y publicada en papel una de ellas. En las pestañitas del blog puedes encontrarlas en entradas para poder leerlo cómodamente desde aquí.
Actualmente estoy escribiendo otras dos ☺️
Gracias de nuevo por tu comentario!