14 de agosto de 2018

Volvimos

¿Sabes que el sonido del mar me relaja muchísimo? A quien no, ¿Verdad?

Pero yo diría que el efecto en mí es diferente. Me sumerge en un letargo como el oso en su cueva en invierno.
El mismo gusto placentero que unas cosquillas en la mejilla al despertar. La risa de un bebé, la textura de la ropa de algodón en noches frías.
La melodía de un piano a mínima velocidad...

¿Crees que quiero esquivarte?, ¿crees que quiero echar hacia atrás tus brazos y no permitirte ni una caricia?, ¿crees que no quiero estar pegada a ti toda la noche hasta caer rendida en el más profundo sueño?

Quiero ir contigo al fin del mundo y más allá de él. A Tártaros o al Olimpo.
Al infierno o al cielo. Bajo tierra o al espacio exterior.

Abrazarte hasta quedarnos sin oxígeno, estrujar nuestros cuerpos hasta hacernos uno, nuestras costillas rozándose, nuestro corazón latiendo por el otro.

Creo que al tocarnos volvimos a ser lo que una vez deseamos ser. Una paradoja humanística de dos seres que quieren tocarse pero nunca podrán, como el Sol y la Luna en su compleja historia de amor, como dos líneas paralelas en la lógica-matemática...

Dañino como Ícaro y el sol en su desesperación por alcanzarlo.

Volvimos al punto de no retorno, el que se repite una y otra vez pero en el que no se puede avanzar.
Volvimos al bucle, al comienzo, a nuestro punto de partida.

Volvimos a romper el corazón en mil trozos y volveremos a recomponerlo para hacerlo añicos una vez más.

Volvimos y volveremos a renacer como el Sol en su amanecer y atardecer en el pasar de los días...
Una y otra vez.



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