8 de junio de 2017

Solitaria

Escribo estas líneas desde mi asiento escondido en el centro de estudios de mi pueblo.
Hay muchas personas a mi alrededor enfrascadas en sus libros, apuntes y esquemas subrayados con vivos colores y yo aquí...

Llevo casi un mes viniendo cada día de la semana 4 horas a este lugar. Casi me ha absorbido.
Los exámenes me absorben el tiempo también.

La verdad es que tengo bastantes ganas de llorar. Llevo sin ver y hablar con alguien importante para mí demasiado tiempo y siento que esto va a perdurar así.

He olvidado mi reloj, ese que me acompaña a todas partes, hoy lo dejé en mi casa. Eso me pone nerviosa, primero porque no sé qué hora es y segundo porque si olvido algo así... es que algo me ocurre. Pero ni yo sé que me pasa con exactitud.

Estoy sola en mi asiento. Mi amiga y compañera de clase viene de camino a estudiar conmigo en esta calurosa y asfixiante tarde de Junio. Hace que mis días aquí encerrada se hagan más amenos.

¿He dicho ya que tengo ganas de llorar? 
Mi cabeza es una olla a presión dispuesta a explotar ante cualquier inocente que la frote un poco. Y no quiero eso.

Tengo miedo de herir a alguien que no lo merezca por mi inseguridad actual.

No sé cómo enfrentarme al problema. Todos me dicen que pase, que mejor siga adelante y no mire por nadie. Pero, ¿cómo dejar pasar a alguien que te importa?

Vuelvo a repetir lo de mis ganas de llorar porque las lágrimas no salen. Se empujan entre ellas al borde de mis ojos, la sonrisa falsa asoma por la comisura de mis labios.

No sé qué hacer, solo me limito a seguir con la rutina, esperar, callar, escribir y observar la vida a través de una ventana.

Sin que nade cambie.

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