30 de abril de 2017

Visión

No necesitaba abrir los ojos para saber que estaba allí.

La sentía respirar, dormida sobre mi pecho, desnuda y agotada. Su cabello suelto, repartido por su rostro de forma angelical, me hacía unas cosquillas jodidamente deliciosas. 

Me resigné y abrí los ojos. Y allí estaba, tal y como la imaginaba. 

Sus brazos descansaban en mis hombros, cayendo con suavidad en los costados. Su desnuda espalda tenía una forma tan perfectamente curva que causaba vértigo perderse en ella. Blanca como esculpida en hermoso mármol y fina como la seda.

Su respiración era pausada, tranquila. Sus largas pestañas rubias aleteaban tras un sueño inquieto. Su boca ligeramente abierta, dejaba ver unos pequeños dientes blancos.
Sus piernas estaban enroscadas a las mías, sujeta como un koala a su árbol. 

No me atrevía a tocarla, tan pequeña, tan pálida, tan delgada. Si la tocaba la rompería, se desharía en cenizas, pues un fuego pasional anterior la había consumido y ahora solo quedaban restos de esa locura amorosa. 
Sus redondos glúteos subían y bajaban al mismo ritmo que su respiración. Desprendía un suave olor a jabón y miel. Dulce caramelo como el tono de su cabello ondulado, que se retorcía en rizos sobre las sábanas. 
Le coloqué las mantas para refugiarla del frío y lentamente, aspirando su perfume para darle ese capricho a mis pulmones, fui sumiéndome en un amoroso sueño en el que se repetían una y otra vez mis más profundos deseos con ella, mi amada, mi vida, mi alma. 


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