20 de abril de 2017

Unidos en uno

La oscuridad inundaba la sala salvo un pequeño brillo despedido por una lámpara que iluminaba el rostro de una chica, dormida sobre el pecho desnudo de su acompañante. 
El chico se limitaba a acariciar la espalda descubierta de la joven.

Su piel morena del sol estaba marcada por una señal blanca de algún traje de baño. No podía sacar la imagen de la chica en la orilla del mar azul, sonriéndole al horizonte, siendo acariciada por las olas cargadas de agua salada. Era demasiado hermosa. 

Minutos antes, todo había sido pasión, desenfreno, gemidos, sudor y placer. Ahora todo había acabado, los latidos se normalizaban. 
Lo más destacable de esa noche era el roce de sus bocas, en contacto con la piel del otro. Los poros se dilatan, los sentidos se agudizan, los vellos se erizan. 

Con una respiración agitada, todo su mundo se tambalea. Llega la unión de los dos cuerpos y los pulmones se contraen, se detiene todo. 

Luego llega el descontrol, sumisión al placer, pierden la noción del tiempo y la vista se nubla.
Llegó el clímax.


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