Estoy muy orgullosa de mi esfuerzo, que está siendo mucho, y el como se está desarrollando la historia y la mejora de mi escritura...
También advertiros para aquellos que no hayan leído la primera parte, podéis pinchar aquí para empezarla 😃, QUE ESTO ES UN SPOILER MUY GORDO DE LA PRIMERA NOVELA.
Avisados quedáis así que... Ahí os va y espero que os guste tanto como me está gustando a mí escribirla.
Era un soleado día de febrero, uno de los pocos días donde el sol brilla con vitalidad en ese mes tan frío y triste.
Me encuentro en el mercado, abarrotado de transeúntes, compradores y vendedores. Y solo en un mercado de alimentos, si observabas con detenimiento, podías distinguir las clases sociales de cada persona.
Desde vulnerables niños con mejillas rosadas, comiendo golosinas agarrados de las manos de porcelana de las muñecas que tenían por madres, ataviadas en bellos vestidos, hasta desoladores vagabundos pidiendo limosna en latas oxidadas, totalmente vacías por desgracia.
Yo soy de una clase alta, y a veces pienso que soy la única que muestra amabilidad con esos pobres mendigos, y les ofrezco dinero para que coman y pasen la noche en un hostal.
Estos pensamientos poco correctos en el mundo en el que vivo me los enseñó mi madre, una mujer de fuerte carácter y un pasado difícil de creer. Ella sabe manejar la espada y siempre lleva un cuchillo en su pierna derecha, pero yo prefiero llevar mis piernas finas, libres de toda posible herida.
Al igual que ella, tengo los ojos verdes. Mi pelo es tan negro como el de mi difunto padre, del que no sé absolutamente nada, ya que murió muchísimo antes que yo naciera, aunque desearía haberlo conocido...
Hay veces en las que encuentro a mi madre de rodillas junto a la chimenea de mi hogar, rezando en un ligero susurro, y nombrando a dos hombres a los que desconozco.
Lo único en lo que puedo creer es en lo que esta maravillosa persona que tengo como madre me diga.
De pequeña me contaba su juventud en forma de cuento y yo disfrutaba con esas historias, hasta que hace dos años, cuando cumplí dieciséis, me confesó que esos cuentos eran ciertos.
Y lo más importante de esta historia, y por tanto, lo que nunca olvidaré, tantos años como pasen es que yo soy Estrella, y soy una Beltrons.
***
Gracias a mi madre he aprendido muchas cosas, pero nunca he querido aprender a manejar, ni siquiera tocar, una espada.
He visto a mis amigos luchar con espadas y los veo como bárbaros sedientos de sangre.
Sé que mi madre no es así, pero me niego a manejar una espada.
La quiero muchísimo y ella me quiere a mi, pero me hubiese encantado conocer a mi padre. Me cuenta mi madre que era un hombre de robustos hombros, masculina figura, pómulos definidos, bellos ojos azules y brillante cabello negro.
Mi madre siempre me contó muy poco de él, no hay ni fotos ni retratos, y creo que jamás lograré imaginármelo. No tengo abuelos, ni paternos ni maternos, pero conozco la historia de mi bisabuela, y como diría Gustavo, el tío de mi madre, al que yo le tengo mucho cariño solo por lo que he oído de él, la sangre de los Beltrons fluye por mis venas.
–Estrella, por favor reacciona, debemos terminar las compras cuanto antes, parece que va a llover–salgo de mi viaje por mis recuerdos y miro a mi madre, Julia Brenfort, la cual observaba el cielo azul que comenzaba a encapotarse por unas nubes grisáceas.
Debido a que nací fuera del matrimonio pero que gracias a la Tía Sofía, que es como yo la llamo, no hubo problemas con mi custodia, he acabado con el apellido de mi madre, y desconozco el de mi padre.
Me acerco a mi madre y agarro su brazo para dirigirnos a un puesto de telas. Pronto será el cumpleaños de Sofía, cumple setenta y cinco años, y vamos a celebrarlo con una pequeña cena familiar, y estamos buscando un vestido para la ocasión.
–Mira madre, ese vestido rosado me gusta–confieso señalando un vestido rosa claro, con manga larga acampanada.
Yo adoro los vestidos, pero a mi madre la moda le es indiferente y por ello cuando señalo el vestido ella está mirando hacia otro lugar.
Sigo con la vista a su punto de mira y mi cuerpo da un respingón al ver como unos ladrones atacan a una anciana vendedora del mercado.
Rápidamente mi madre se dirige hacia ellos levantando sus faldas de terciopelo burdeos con suma elegancia.
–Dejad a esa pobre mujer en paz, endemoniados críos –los temibles ladrones posiblemente tuvieran unos pocos años más que yo, pero le sacaban varias cabezas de altura a mi gastada madre que procuraba alzar la voz para hacerse notar ante aquellos bandidos.
–No se meta señora Brenfort, podría salir herida –el más joven de la banda de ladrones, el cual se encontraba junto a otro de sus compañeros que agarraba a la pobre anciana, hablaba con decisión.
Estos ladrones conocían a mi madre de otras ocasiones en los que la policía había logrado intervenir gracias a la presencia de ella, pero la policía ahora no se encontraba por allí, debido al mal tiempo que se aproximaba. Mi madre estaba sola.
–No volveré a repetirlo, dejad a la señora, ahora mismo –mi madre da varios pasos hacia los ladrones. Los demás vendedores observan con admiración a aquella valiente dama, y los compradores se habían alejado de allí por prudencia.
–No puede detenernos –el más viejo del grupo se acerca a mi madre y la sujeta por los hombros zarandeándola como un muñeco. En ese momento, mi madre levanta sus faldas y ante la obscena observación de los ladrones, extrae el cuchillo de su pierna y realiza un corte rápido y limpio en el brazo derecho de su agresor haciendo que la bolsa con los objetos robados cayera al suelo.
Mi madre con suma elegancia se agacha a recoger la bolsa mientras en la otra mano juguetea con su cuchillo ante las miradas de asombro y odio de sus contrincantes.
–Marchaos de aquí, ahora mismo –mi madre habla con determinación y firmeza en sus palabras y movimientos.
Ante el sangrante brazo del ladrón, los demás miembros del grupo sueltan a la pobre anciana y se marchan de allí a paso rápido con una última y escalofriante amenaza.
–Os devolveré el golpe, Julia Brenfort.
Mi madre lanza la bolsa con las pertenencias a la anciana, y limpiando la sangre en un trapo sucio de la pescadera, vuelve a guardarlo en su pierna para terminar a mi lado con una agradable sonrisa maternal.
–Te gusta el rosado, ¿verdad? –me mira mostrándome unos ojos verdes brillantes y llenos de euforia por la escena anterior. Ante mi asentimiento mira al vendedor. –Me lo llevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario