No hay más dolor, no hay más resentimiento.
Recuerdos que perduran pero no escuecen. No hay lágrimas ardientes deseando salir detrás de la retina, conteniéndose esperando para escapar.
La espina ha sido sacada, el dolor ha cesado, el constante murmullo mental que te repetía una y otra vez "Sé fuerte, sé fuerte" ha cesado porque al fin se ha cumplido.
Es como una ola, un terremoto que te arrastra, te engulle y te empuja lejos del sufrimiento.
Sientes que la presión del pecho desaparece, la respiración se normaliza, el corazón vuelve a su tranquilo cauce, las alas rotas se reparan, las cadenas se oxidan y se rompen, permitiéndote volar, volar muy lejos de todo el pasado que te ha hecho pasar este calvario durante dos meses.
Dos meses no son nada en el tiempo, para el corazón es un proceso de cura, de sanación.
Parecía que jamás se recuperaría de tanto dolor hasta que por fin ocurrió. No sabría describir con palabras exactas los sentimientos que ahora me atraviesan como lanzas.
Un alivio incontrolable me recorre cada poro de la piel, como un riego sanguíneo cargado de felicidad.
Confirmaron lo inevitable, lo que ya se sabía... Pero que alegría da recibir un "Sí" que acabe con la agonía de la duda. Que acabe con la tortura interna, tu guerra psicológica sobre lo que es correcto y lo que no. Acabar con las trabas, con las barreras que nos impone nuestro subconsciente.
La libertad ha llamado a mi corazón, no a mi puerta, y por fin podemos permitirnos disfrutar de ella como un alma que vaga libre por este cielo que llamamos vida.
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