Ahí os va, espero que os guste y que tengáis un buen enero!
El bar estaba a rebosar. Las mesas llenas de comensales esperando su pedido daban fuertes alaridos entre conversaciones triviales.
Una joven de cabellos dorados daba vueltas entre aquellas personas con vasos y platos vacíos, una bandeja de acero de aspecto pesado y un bloc de notas colgando del bolsillo de su delantal.
En su diminuta oreja derecha adornada por una perla blanca, un bolígrafo se ajustaba para usarlo cuando fuese necesario.
Desde la cocina, el olor de la comida recién hecha, se repartía por todo el comedor. Los clientes cada vez más impacientes, apresuraban a la joven que no podía hacer más que limpiar platos sucios y serpentear las
diversas sillas de la habitación hasta llegar a la barra donde volvía a recoger platos llenos de comida que repartía con agilidad en las distintas mesas.
Algunos viejos borrachos apoyados en la sucia barra, con una jarra de cerveza en una mano y un bocata en la otra, miraban a la joven con ojos lascivos, siguiéndola por toda la habitación en su recorrido de ida y vuelta.
Nadie se percataba de la leve apertura de escote de la camisa rayada de la muchacha salvo aquellos hombres, que se relamían los labios carnosos de salsa una y otra vez mientras realizaban sus pedidos al camarero.
—Sam, toma nota a la mesa del fondo-- gritó el joven detrás de la barra, haciendo girar a la camarera que lo miraba con desamparo por el excesivo trabajo.-- El cliente lleva esperando un buen rato.
Sam se limitó a servir lo que quedaba en su bandeja, recogió cuatro mesas más, ajustó su coleta atorada con un lazo gris y con libreta y boli en mano, se dirigió a paso rápido con sus deportivas blancas hacia la mesa dónde el cliente, leyendo un periódico, la esperaba.
Al llegar a la mesa, carraspeó y el joven al instante bajó su lectura y observó a Sam con ojos inquisitivos desde detrás de sus gafas, ocultando unos grandes ojos verdes.
--¿Qué desea comer el caballero? -- preguntó la joven con la voz neutral propia de haber hecho aquella pregunta muchas veces esa mañana.
-- Cerveza y estofado de champiñones con un café justo después de la comida-- sentenció aquel joven de aspecto tranquilo quitándose las gafas y echando a un lado el periódico. Su mirada no se desvió de los ojos castaños de Sam en ningún momento en que la muchacha anotó el pedido en su libretita con dedos nerviosos y mala caligrafía.
Sam se alejó de aquella mesa lo más rápido que pudo y continuó su labor en el comedor hasta que llegó el momento de entregar los platos. Al acercarse a la barra a recogerlos y colocarlos en su bandeja metálica, Paul, su compañero de trabajo, la miró sonriendo y haciendo gestos de burla mientras rellenaba una jarra tras otra de cerveza para los borrachos que se agrupaban alrededor.
--Aquel tipo no ha dejado de observarte desde que fuiste a tomarle nota -- comentó Paul mientras trabajaba sirviendo copas al mismo tiempo.
--No me importa, la verdad, y limítate a trabajar y no a observar a los clientes-- reprochó la joven rubia pero con tono burlesco en su voz.
No le importaba, sin embargo, su mirada se desvió hacia el joven desconocido del fondo del comedor que tal y como había indicado Paul, observaba cada uno de los movimientos de la joven.
Se acercó con cautela y entregó la comida a aquel extraño de ojos verdes. Sus manos coincidieron al entregar el vaso de la espumosa cerveza y ambos separaron los dedos a una velocidad alarmante propia de la reacción ante una descarga eléctrica.
-- Gracias Sam-- dijo con voz dulce, comiendo el estofado con ansias.
--¿Nos conocemos? --preguntó la joven sin poder evitar que su voz sonase descortés y un tanto molesta por la actitud observadora de aquel extraño que sabía su nombre.
--Lo dudo.
Su mirada cargada de secretos cala en la joven tan profundo que antes de que alguno pudiera articular palabra o tan siquiera emitir un suspiro, los latidos del corazón se detienen ante el miedo.
Su mirada cargada de secretos cala en la joven tan profundo que antes de que alguno pudiera articular palabra o tan siquiera emitir un suspiro, los latidos del corazón se detienen ante el miedo.
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