Son como un cubo de agua fría que llega cuando menos lo esperas.
Siempre creemos estar bien, pero resulta que no lo estamos al cien por cien. Quiero evadirme en la música, en los libros, en los amigos... Nada es efectivo cuando el dolor quiere azotarnos con su látigo de sufrimiento, le da igual si estamos bien en ese momento, si hemos rehecho nuestra vida.
Esos son los recuerdos, los pecadores desgraciados que nos torturan porque no quieren sufrir solos. Quieren que lo vivamos con ellos, que nos sangre la piel ante el recuerdo de las caricias, que se rajen los labios por los besos olvidados, se nos arañan las manos frente a los abrazos que ya no existen.
Hay ocasiones en las que únicamente queremos estar solos, llorar en paz y que nadie nos venga a preguntar: "¿por qué lloras?"
No tenemos que dar explicaciones, solo lloramos y no queremos ser molestados.
No estamos tristes por algún suceso doloroso, solo nos retuercen las entrañas esos recuerdos ansiosos de sufrimiento humano.
Son crueles y disfrutan viéndonos lamentarnos, con caras largas y sonrisa baja. Incluso me atrevería a decir que los recuerdos dolorosos que aparecen reviviendo momentos sin previo aviso son incluso más maliciosos que algunas personas que también gozan por el malestar ajeno.
Sin embargo, aquellos que nos aman, que se preocupan, nos ven llorar y creen que hemos recaído en nuestra tristeza cuando es simplemente una fase temporal de nuestra memoria maquiavélica.
No es cierto, solo queremos sentir ese precioso recuerdo una vez más aunque duela y que nos dejen llorarlo en silencio...
No hay comentarios:
Publicar un comentario