Es como si el 2017 hubiese decidido entrar pisando fuerte, dañándome a mí y a mis seres queridos.
No es culpa del año nuevo que ocurran desgracias a mi alrededor, pero la casualidad a veces me sorprende tanto que duele.
Escribo estas palabras con un fuerte dolor de cabeza y un cansancio psíquico sobre mí, pues me he llevado todo este fin de semana pasado estudiando sin parar, hasta tal punto que no he pisado mi casa y apenas vi la cara de mis padres unos minutos.
Al fin hoy hice el maldito examen, deshaciéndome de la presión en el pecho que no me dejaba respirar estos días. Justo termino la prueba y otro tormento de la noche anterior me abruma...
He perdido a un amigo por mi defecto de "bocazas", y aunque ahora pida disculpas sinceras no sirve de absolutamente nada (¿de qué me suena?).
Consigo quitarme ese agobio de encima también y me decido por ir feliz a casa, evitando las rayadas estas... hasta que llego a mi casa y justo antes de almorzar uno de mis platos favoritos, una de mis mejores amigas me habla para comentarme algo aún más triste de alguien jodidamente importante para mí.
Algo tan dañino le había ocurrido a esa persona y yo debía enterarme por terceros, puesto que ya no pertenezco a la cercanía de dicha persona.
Jamás había sentido tanta empatía por nadie, nunca. Fue como un cubo de agua helada que me caló hasta los huesos y me congeló la sangre al instante, para dar paso a un agobio digno de ataque de ansiedad. Pánico, preocupación, miedo por el destino de esa persona se apoderaron de mí.
Ahora que escribo esto con el dolor de cabeza mencionado antes, pues decir que he conseguido relajarme y pararme a organizar las ideas para poder despojarme de ellas sobre el teclado.
La vida son subidas y bajadas de ánimo, de contratiempos, de temores y de alegrías y que todo ha de enfrentarse, aunque duela, aunque haga reír o llorar.
Porque si no... ¿qué sería de nosotros?
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