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Me despierto abriendo los
párpados lentamente, los tenía como pegados con pegamento, pero finalmente
logro abrirlos.
Estoy en la misma habitación
que cuando me dormí, todo está en el mismo sitio, la silla, el escritorio y el
baño. Salvo Delf , de nuevo convertido
en espada, estaba apoyado en la pared al lado de la puerta principal. Las
cortinas no estaban echadas y una fuerte luz cálida entraba por la ventana.
Me levanto despacio, para
evitar despertar a Delf, cuando recuerdo que él, en su estado actual no podía
dormir y tampoco ver, solo escuchar.
Me asomo por la ventana y
veo que el hostal en el que estamos está en la zona humilde de la ciudad.
Mendigos, vestidos con harapos, piden limosna con latas de conservas oxidadas.
Los hombres van cargados de armas, dispuestos a cazar, y las mujeres, vestidas
con trajes sucios y roídos, nada comparado con las señoritas de la zona rica,
llevan a sus hijos agarrados de las manos o en brazos, mientras compran pan
para comer.
Alguien llama a la puerta
en ese momento y rápidamente escondo mi bolsa, donde tengo la llave, y a Delf.
Asustada y con el pulso acelerado, abro la puerta y compruebo que es una señora
mayor de unos cincuenta años, con un moño bajo de pelo cano, y un vestido gris
con un delantal.
—Eh, siento molestar. Soy
la hostelera, y me preguntaba si necesitaba algo, usted o su acompañante de
anoche—me dice, mientras se asoma ligeramente, creo que para intentar ver a
Delf.
—No, no necesitamos nada—Le
digo mientras cierro la puerta un poco detrás de mi, y suspiro profundamente,
aliviada de que solo fuese la hostelera.
—¿Seguro?, si quiere puedo
limpiarle la habitación, o hacerles la cama, no me importa—insiste mientras
intenta apartarme de la puerta, pero yo me clavo en el suelo y no me muevo ni
un milímetro.
—Le digo que no es
necesario—digo mientras me meto en la habitación y voy cerrando la puerta,
cuando la hostelera pone el pie y no me permite cerrarla—. Delf,
ayúdame—susurro sin pensar, y en ese momento la espada se ilumina a mis
espaldas, pero rápidamente giro la cabeza en dirección a la hostelera, que
intenta abrir la puerta.
De pronto, alguien tira de la
puerta hacia el interior de la habitación. Miro a la hostelera, que mira por
encima de mi hombro que, primero se pone pálida y luego se sonroja.
Miro detrás de mí, y me
encuentro a Delf, con su pelo alborotado, como si se acabase de levantar y sin
su camisa, tiene el brazo apoyado en el marco de la puerta y está muy cerca de
mí. Su torso desnudo, está marcado por músculos que, cuando lo vi por primera
vez, no pude apreciar.
—Señora hostelera, de
verdad no necesitamos nada. Se lo agradezco—dice Delf mirando a la mujer, con
una mirada que hacía que ésta se derritiese—. Solo deseamos no ser molestados,
solos, usted ya me entiende ¿verdad?.
—Por...por supuesto
señor—dice la hostelera, sonrojada y asintiendo sin parar —. Ya me voy. Cuando
necesiten algo solo llamen y aquí estaré.
Delf simplemente le guiñó
un ojo que provocó un rubor y una hiperventilación en la mujer que se fue
mirando a Delf repetidas veces mientras bajaba unas escaleras.
Delf cerró la puerta y
rápidamente fue a ponerse su camisa, pero no se puso su chaleco de cuero.
—Me pediste mi ayuda y te
la di, al menos podrías decir algo—me dice mientras se abrocha los tres botones
que tenía la camisa debajo del cuello.
—Gracias—le contesto
mientras evito mirarle y me meto en el baño, me desnudo y lleno la bañera con
agua caliente.
Me miro en el espejo, y me
hago un moño alto para evitar que mi pelo se moje, cuando la bañera ya está
llena, me meto en ella y me relajo, mientras lleno mis pulmones de vapor de
agua caliente y juego con el agua, haciendo pequeños círculos con el dedo.
Hacía mucho que no me bañaba con agua caliente, desde que era pequeña, cuando
perdí a mis padres y en el orfanato, el agua estaba helada.
Mientras me relajo, lo
único que oigo es el sonido de la madera ardiendo para calentar el agua. La
madera húmeda chasquea al ser quemada.
Pongo atención por si oía
lo que hacía Delf, y escucho de nuevo a la hostelera, que le estaba diciendo
algo. Éste rápidamente la echa y cierra
la puerta. A continuación, oigo llamar a la puerta.
—¿Qué pasa? .Me estoy dando
un baño—le digo mientras me abrazo, para evitar, por si entraba, que no viera
nada.
—La hostelera me ha dado
una carta que un hombre vestido de negro ha traído a nombre de Julia
Brenfort—me dice, sin expresión en su voz, y a mi se me acelera el corazón.
Salgo rápidamente de la bañera y me enfundo en una toalla blanca. Abro la
puerta bruscamente y me encuentro a Delf, con su pelo alborotado igual que
antes, con un sobre en la mano. Al verme noto como se sonroja y me mira de los
pies a la cabeza. Sin darme cuenta del aspecto que tenía hasta ese momento me
sonrojo también, pero le arrebato el sobre y me siento en la cama. Lo voy
abriendo nerviosa, en parte por lo que diría el contenido del sobre y en parte
por la mirada sorprendida y extraña con la que Delf me miraba.
>>Señorita Brenfort, nieta de Matilda
Beltrons, sabemos que usted tiene en su
poder la llave que abre el cofre del tesoro de los Beltrons. Reúnase con
nosotros esta noche en el baile de la mansión de los Rumier. Venga sola y sin
armas y no le haremos daño. La esperamos<<
Releo la carta una y otra
vez y pienso en las últimas palabras de mi padre cuando me entregó la llave. “No le des esta llave a nadie, guárdala como
un tesoro y por muchos peligros que corras, no la entregues” y las de su
tío “cuando sepan de la existencia de la
llave, entonces si que estarás en peligro”.
Miro dentro del sobre y
encuentro una pequeña tarjeta con la dirección de la casa en la que se
celebrará la fiesta y un invitación de color plata, con letras de color
púrpura.
Miro a Delf, que aún me
contempla con esa extraña mirada y le entrego la carta. La lee en poco tiempo y
luego me mira como esperando una orden
por mi parte.
—Iremos, pero no sin
armas—digo mientras dejo el sobre en el escritorio y cojo mi bolsa—tú serás mi
acompañante y si corriera peligro te transformaré en espada y lucharemos—finalizo
cogiendo mi vestido blanco con dibujos de flores dorados y lo tiendo sobre la
cama.
—Pero no tengo la ropa adecuada—me dice Delf,
mirándose a si mismo y después mi vestido—, y tú no tienes un corsé para
ponértelo con ese vestido.
—Bueno, seguro que la
hostelera te presta algo, y seguro que tiene un corsé de cuando era joven—le
digo mientras me meto de nuevo en el baño y me quito la toalla para meterme de
nuevo en la bañera y terminar de asearme.
Al terminar, me enrollo de
nuevo en la toalla y salgo del baño. Me
encuentro con Delf, vestido con un traje de un gris oscuro y una corbata azul
oscuro, que me mira sonriente y me hace un gesto con la cabeza señalando un
corsé junto a mi vestido. Me suelto el pelo y dejo la cinta sobre el
escritorio. Mi pelo negro cae sobre mis hombros elegantemente.
Le pido a Delf que se de la
vuelta mientras me quito la toalla y dejo mi torso desnudo. Rápidamente me
pongo mi culote de algodón y me colocó el corsé beige, cuando soy sorprendida
por las manos de Delf, apartándome el pelo de la espalda y abrochándome. Me
quedo callada y le dejo hacer. Se le daba muy bien y, cuando ya hubo terminado,
me giré y le vi de espaldas, me di cuenta de que llevaba mis piernas desnudas y
lo único que me tapaba, era mi culote blanco. Me sonrojo y una oleada de calor
invade mi cuerpo.
Cojo el vestido
blanco. Me lo pongo e intento
abrocharlo, pero de nuevo Delf me sorprende y me ayuda. Incluso peina mi pelo
negro, en un elegante moño con algunos mechones sueltos y un bonito pasador de
flores, blancas y doradas a juego con mi vestido.
—Esto se te da muy bien—le
digo mientras me miro en el espejo del baño, el precioso peinado que Delf me ha
hecho y lo favorecido que me queda. El vestido ahora se ve mejor, y el corsé
hace que el poco pecho que tengo se vea mucho más favorecido.
—Cuando vivía con el
comandante, ayudaba a vestir y peinarse a su esposa—me explica Delf, con una
mirada nostálgica, que desaparece cuando me ve salir del baño— Estás preciosa.
—Gracias, pero lo
importante es encontrar a los asesinos de mi tío en esa fiesta y obligarles a
que me cuenten todo lo que sepan sobre la llave, y el motivo por el que acabaron
con su vida—le aclaro a Delf, mientras mi voz se va apagando cuando recuerdo a
mi tío... muerto por un disparo en el corazón.
—De acuerdo, te ayudaré—me
dice Delf, con un tono de voz tranquilizador y me toma del brazo—. ¿Me acompaña al baile señorita?—me
pregunta sonriendo.
—Sí—le respondo mientras
entrelazamos los brazos, y por primera vez desde hace tiempo, rió feliz.
***
La fiesta era en la zona
rica de la ciudad como era de esperar. Tras mostrarle la invitación a un hombre
de anchos hombros en la entrada principal, Delf y yo, con los brazos
entrelazados, entramos en la gran mansión, el baile era en el salón principal,
de altos techos y largas paredes blancas adornadas con relieves de ángeles, y
un gran suelo de mármol marrón. Tomamos unas copas de vino, pero ninguno de los
dos bebimos, ya que no teníamos tiempo para disfrutar de la fiesta, nuestro
propósito era otro…
Me había puesto una cuerda
alrededor de mi pierna derecha a modo de
liga, donde había guardado la llave y un pequeño cuchillo, para ser precavidos.
Mientras, Delf miraba de un lado a otro buscando a los asesinos. Yo jugueteaba
con la copa de vino, y observaba a los presentes. Todos los hombres vestían
elegantes trajes, y las mujeres relucían como pequeñas estrellas con unos vestidos
de llamativos colores. Aparte también de que tenían unos hermosos peinados,
pero ninguno se parecía al mío.
—Voy a buscar en el lado
opuesto del salón. Quédate por aquí por si ves algo sospechoso y llámame si
necesitas ayuda—me susurra Delf, señalándome el otro extremo de la sala.
Asiento levemente, y
observo como se aleja de mí. El traje gris oscuro le queda muy bien, y en las
mangas se adivinan los músculos de sus brazos. Me rió discretamente cuando
observo que unas chicas de unos catorce años le cortan el paso. Con pequeños
cuerpecitos sin corsé porque aún son muy jóvenes, las chicas se ruborizan
cuando Delf les pide que le dejen pasar y comienzan a reír tontamente.
Suelto la copa de vino, sin
haber bebido ni un sorbo y me acerco más a la mesa, cuando soy sorprendida por
un joven de unos veinte años, con el cabello negro y unos grandes ojos azul
oscuro. Me sonríe cuando se acerca más a mí y se inclina para besar mi mano.
—Que belleza he encontrado
en este océano de malas aguas—me adula mirándome fijamente a los ojos —. ¿Estáis
sola señorita Brenfort?—me tenso al oír mi apellido y muevo la cabeza
afirmativamente.
—¿Me conocéis, caballero?—le
pregunto con una voz ronca, que me sorprende hasta a mi.
—Sí, os conozco mejor de lo
que creéis—me contesta con un tono sombrío mientras mira la copa de vino que
acababa de dejar sobre la mesa —. ¿Me concedéis este baile?—me pregunta
cortésmente mientras señala con su brazo extendido el centro de la sala.
Me congelo un instante sin
comprender muy bien lo que pasaba, pero termino aceptando su oferta, quizás
fuese uno de los hombres que mataron a mi tío. Si es una trampa llamaré a Delf.
Cuando llegamos los dos al
centro de la sala, una música de orquesta comienza a sonar, violines, arpas,
pianos, violonchelos...
El chico pasa una mano por
mi cintura y con la otra agarra mi mano, mientras que yo con mi mano libre la
coloco sobre su hombro, y comenzamos a bailar el vals. Yo nunca había bailado
en mi vida, pero había visto a mis padres bailar juntos cuando era pequeña, pero
me dejé llevar.
—Baila usted de maravilla,
señorita Brenfort—me elogia, mientras me hace girar sobre mi misma y vuelve a
ponerme como al principio—. Aunque debo decir, que no miente nada bien.
—¿Cómo dice?—le pregunto,
mientras me tenso aun más que antes.
—Antes, usted me dijo que
estaba sola, pero no es verdad. La acompaña un joven de cabellos dorados y
hermosos ojos azules, ¿no es cierto?—me pregunta irónico. Me quedo callada y
seguimos bailando, cuando el chico posa su mano sobre mi pecho y me empuja
hacia atrás, dejando mi cabeza a pocos centímetros del suelo.
Me siento mareada de nuevo,
como cuando me desmaye, pero se me pasa cuando volvemos a la posición
principal.
—Sé que tiene la llave de
su abuela encima en estos momentos y sé que, se llama Julia, la única
descendiente femenina de la familia Beltrons. Y que es usted idéntica a su
abuela, con esos ojos verdes que dejan hipnotizado a cualquier hombre. Déjeme
adivinar, ¿está buscando en esta fiesta una respuesta a la muerte de su tío?
—¿Cómo sabe usted tantas
cosas?, yo ni siquiera se como se llama—le explico aturdida.
—Eduardo, y ya nos hemos
visto antes, ¿no me recuerda?—me pregunta con una mueca de falsa tristeza en
los labios mientras se acerca más a mi, casi abrazándome—, usted me golpeó con
su espada en el callejón y casi me mata, pero no lo ha conseguido—finaliza
soltándome la mano, mientras oigo a todo el mundo aplaudir. Y la orquesta
comienza a tocar de nuevo. Eduardo me sujeta de nuevo igual que antes, pero yo
sujeto mi vestido levantándolo levemente, para no tener que poner la mano sobre
su hombro.
Comenzamos de nuevo a
bailar, moviendo los pies, delante, detrás, izquierda, derecha...
—¿Qué quieren de mi?. No os
perdonaré que hayáis matado a mi tío—le digo con odio en mi voz.
—Queremos la llave y como llegar hasta el tesoro de los Beltrons—me
explica mientras me empuja de nuevo hacia atrás y yo levanto el pie derecho levemente.
Pero esta vez mi cabeza no está cerca del suelo sino que está más cerca de
Eduardo, para que pueda hablarme sin problemas.
—No os daré la llave,
jamás—le desafío sin saber muy bien a donde llegaría todo esto, pero con lo
único que me contesta es sonriendo levemente. Sujeta mi mano más fuertemente y
me estira hasta ponerme a su lado, para después volver a la posición inicial.
—¿Estáis segura, Julia? Sé
que no querríais ver sangre derramada por vuestra culpa—me dice, acariciando mi
cuello con la mano que antes tenía en mi cintura—, y sé que no deseais que ese
joven muera, ¿cierto?—me susurra al oído mientras ríe débilmente.
Me aparto bruscamente de
él, y me alejo de allí, pero Eduardo me agarra el brazo y me obliga a volverme
hacia él.
—¿Quiere la llave?, pues
acompañadme al jardín de la mansión—le digo recordando las puertas de cristal
que daban a una rosaleda—.Y se la daré...
Eduardo asiente y me suelta el brazo, pero me empuja
en dirección al jardín, mientras busco a Delf con la mirada y empiezo a arrepentirme
de lo que acababa de hacer.
Cuando llegamos al jardín,
después de haber pasado por todo el salón
habiendo dejado atrás a miradas divertidas y otras curiosas, y atravesar
la puerta de cristal que separaba el salón del jardín, nos paramos junto a un
rosal de flores rojas.
Respiro profundamente absorbiendo el aroma de las rosas, y me giro
para mirar cara a cara a Eduardo. Temblando comienzo a hablar;
—Ya que usted sabe tantas
cosas sobre mi, ¿donde cree que tengo la llave?—Le pregunto, para intentar
ganar tiempo.
—Si yo fuera una mujer de
su linaje, la guardaría—dice mientras se acerca a mi, tanto que está a escasos
milímetros su cara con la mía, y me tenso como una columna cuando se agacha y
levanta la falda del vestido y está a punto de llegar a la cuerda que tengo en
la pierna derecha cuando le sujeto la muñeca, con mi mano sudorosa—, aquí—finaliza
con una sonrisa pícara.
Entonces, como una
exhalación, toco la cuerda y rozo la llave para diferenciarla del pequeño
cuchillo. Solo entonces saco el arma y aprovecho que Eduardo está agachado para
hacerle un corte en su mejilla, cruzándole el párpado y pómulo derechos. Eduardo
grita de dolor y se tira hacia atrás cayendo al suelo. Mi vestido blanco se
mancha de sangre y rápidamente me aparto de él.
—Maldita—me grita, mientras
se pone en pie sacando un pañuelo del
interior de su traje y lo aprieta sobre su rostro herido—. Cogeré la llave por
la fuerza u os mataré—exclama mientras se acerca a mí.
Doy un grito ahogado y
comienzo a correr a lo largo de todo el jardín. Me doy cuenta que la única
salida era la puerta de cristal por la que entramos. Me oculto detrás de un
matorral, y con el pequeño cuchillo corto parte de la falda del vestido,
dejándolo por encima de las rodillas. Me
descalzo los zapatos de tacón. Los escondo detrás del matorral también y llamo
a Delf en un leve susurro.
—Ahí estáis, ¿creéis que me
vais a vencer con ese pequeño cuchillo que tenéis?—me pregunta, sonriendo con
maldad, mientras le cae un hilillo de sangre por debajo del pañuelo.
Me giro y lo encuentro
justo detrás de mí, ruedo en el suelo y acabo de rodillas con el cuchillo en
alto.
—No quiero hacerle daño, solo
dígame ¿por que todo el mundo quiere la llave y porque matasteis a mi tío?—Le
pregunto, asustada y temblando.
—Le diré porque murió su
tío—Me confiesa acercándose lentamente hacia mi—. Porque sabía demasiado, y
también le contó demasiado, si no hubieses sabido nada de la llave, ni del
tesoro de su abuela, ahora mismo no estaríais en el ojo avizor de tipos como
yo.
—Pero yo no sé donde está
el tesoro de mi abuela, lo estoy buscando incluso yo misma porque no lo sé, el
único que sabía su paradero era mi padre que ya falleció sin decirme nada—le
confieso, arrepintiéndome de haberlo hecho.
—Mentira, solo eres una
pequeña mentirosa—.Me insulta a gritos, y se abalanza sobre mi. Lo esquivo a tiempo, cuando visualizo a Delf
en la puerta de cristal y al verme, su cara palidece y se convierte en espada.
Evitando rápidamente a Eduardo corro hacia Delf y cojo al momento el arma guardando en la cuerda el cuchillo.
Alzo la espada y apunto a
Eduardo, que ríe a carcajadas cuando me ve.
—¿En serio una mujer sabe
manejar la espada?—pregunta a nadie en particular.
—Si te golpeé una vez,
puedo hacerlo de nuevo e incluso darte en el corazón—le amenazo, confiando en
mi misma.
—Inténtelo señorita Julia,
y se arrepentirá—me desafía Eduardo corriendo hacia mi, mucho más rápido que
antes.
Con un rápido movimiento, esquivo su avance y le
golpeo con la empuñadura en la cabeza, haciendo que cayera al suelo. Sangre
cálida comienza a manar de su cabeza, y se extiende por todo el suelo hasta
tocar mis pies descalzos. Caigo de rodillas exhausta junto a Eduardo, mientras
los invitados de la fiesta, aturdidos, confusos y conmocionados, entran en el
jardín y se van acercando junto a mi.

Leido.
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