5 de noviembre de 2012

Encrucijada de Lágrimas- Capítulo 3


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Me despierto abriendo los párpados lentamente, los tenía como pegados con pegamento, pero finalmente logro abrirlos.
Estoy en la misma habitación que cuando me dormí, todo está en el mismo sitio, la silla, el escritorio y el baño. Salvo  Delf , de nuevo convertido en espada, estaba apoyado en la pared al lado de la puerta principal. Las cortinas no estaban echadas y una fuerte luz cálida entraba por la ventana.
Me levanto despacio, para evitar despertar a Delf, cuando recuerdo que él, en su estado actual no podía dormir y tampoco ver, solo escuchar.
Me asomo por la ventana y veo que el hostal en el que estamos está en la zona humilde de la ciudad. Mendigos, vestidos con harapos, piden limosna con latas de conservas oxidadas. Los hombres van cargados de armas, dispuestos a cazar, y las mujeres, vestidas con trajes sucios y roídos, nada comparado con las señoritas de la zona rica, llevan a sus hijos agarrados de las manos o en brazos, mientras compran pan para comer.
Alguien llama a la puerta en ese momento y rápidamente escondo mi bolsa, donde tengo la llave, y a Delf. Asustada y con el pulso acelerado, abro la puerta y compruebo que es una señora mayor de unos cincuenta años, con un moño bajo de pelo cano, y un vestido gris con un delantal.
—Eh, siento molestar. Soy la hostelera, y me preguntaba si necesitaba algo, usted o su acompañante de anoche—me dice, mientras se asoma ligeramente, creo que para intentar ver a Delf.
—No, no necesitamos nada—Le digo mientras cierro la puerta un poco detrás de mi, y suspiro profundamente, aliviada de que solo fuese la hostelera.
—¿Seguro?, si quiere puedo limpiarle la habitación, o hacerles la cama, no me importa—insiste mientras intenta apartarme de la puerta, pero yo me clavo en el suelo y no me muevo ni un milímetro.
—Le digo que no es necesario—digo mientras me meto en la habitación y voy cerrando la puerta, cuando la hostelera pone el pie y no me permite cerrarla—. Delf, ayúdame—susurro sin pensar, y en ese momento la espada se ilumina a mis espaldas, pero rápidamente giro la cabeza en dirección a la hostelera, que intenta abrir la puerta.
De pronto, alguien tira de la puerta hacia el interior de la habitación. Miro a la hostelera, que mira por encima de mi hombro que, primero se pone pálida y luego se sonroja.
Miro detrás de mí, y me encuentro a Delf, con su pelo alborotado, como si se acabase de levantar y sin su camisa, tiene el brazo apoyado en el marco de la puerta y está muy cerca de mí. Su torso desnudo, está marcado por músculos que, cuando lo vi por primera vez, no pude apreciar.
—Señora hostelera, de verdad no necesitamos nada. Se lo agradezco—dice Delf mirando a la mujer, con una mirada que hacía que ésta se derritiese—. Solo deseamos no ser molestados, solos, usted ya me entiende ¿verdad?.
—Por...por supuesto señor—dice la hostelera, sonrojada y asintiendo sin parar —. Ya me voy. Cuando necesiten algo solo llamen y aquí estaré.
Delf simplemente le guiñó un ojo que provocó un rubor y una hiperventilación en la mujer que se fue mirando a Delf repetidas veces mientras bajaba unas escaleras.
Delf cerró la puerta y rápidamente fue a ponerse su camisa, pero no se puso su chaleco de cuero.
—Me pediste mi ayuda y te la di, al menos podrías decir algo—me dice mientras se abrocha los tres botones que tenía la camisa debajo del cuello.
—Gracias—le contesto mientras evito mirarle y me meto en el baño, me desnudo y lleno la bañera con agua caliente.
Me miro en el espejo, y me hago un moño alto para evitar que mi pelo se moje, cuando la bañera ya está llena, me meto en ella y me relajo, mientras lleno mis pulmones de vapor de agua caliente y juego con el agua, haciendo pequeños círculos con el dedo. Hacía mucho que no me bañaba con agua caliente, desde que era pequeña, cuando perdí a mis padres y en el orfanato, el agua estaba helada.
Mientras me relajo, lo único que oigo es el sonido de la madera ardiendo para calentar el agua. La madera húmeda chasquea al ser quemada.
Pongo atención por si oía lo que hacía Delf, y escucho de nuevo a la hostelera, que le estaba diciendo algo.  Éste rápidamente la echa y cierra la puerta. A continuación, oigo llamar a la puerta.
—¿Qué pasa? .Me estoy dando un baño—le digo mientras me abrazo, para evitar, por si entraba, que no viera nada.
—La hostelera me ha dado una carta que un hombre vestido de negro ha traído a nombre de Julia Brenfort—me dice, sin expresión en su voz, y a mi se me acelera el corazón. Salgo rápidamente de la bañera y me enfundo en una toalla blanca. Abro la puerta bruscamente y me encuentro a Delf, con su pelo alborotado igual que antes, con un sobre en la mano. Al verme noto como se sonroja y me mira de los pies a la cabeza. Sin darme cuenta del aspecto que tenía hasta ese momento me sonrojo también, pero le arrebato el sobre y me siento en la cama. Lo voy abriendo nerviosa, en parte por lo que diría el contenido del sobre y en parte por la mirada sorprendida y extraña con la que Delf me miraba.
>>Señorita Brenfort, nieta de Matilda Beltrons, sabemos  que usted tiene en su poder la llave que abre el cofre del tesoro de los Beltrons. Reúnase con nosotros esta noche en el baile de la mansión de los Rumier. Venga sola y sin armas y no le haremos daño. La esperamos<<
Releo la carta una y otra vez y pienso en las últimas palabras de mi padre cuando me entregó la llave. “No le des esta llave a nadie, guárdala como un tesoro y por muchos peligros que corras, no la entregues” y las de su tío “cuando sepan de la existencia de la llave, entonces si que estarás en peligro”.
Miro dentro del sobre y encuentro una pequeña tarjeta con la dirección de la casa en la que se celebrará la fiesta y un invitación de color plata, con letras de color púrpura.
Miro a Delf, que aún me contempla con esa extraña mirada y le entrego la carta. La lee en poco tiempo y luego me mira  como esperando una orden por mi parte.
—Iremos, pero no sin armas—digo mientras dejo el sobre en el escritorio y cojo mi bolsa—tú serás mi acompañante y si corriera peligro te transformaré en espada y lucharemos—finalizo cogiendo mi vestido blanco con dibujos de flores dorados y lo tiendo sobre la cama.
—Pero  no tengo la ropa adecuada—me dice Delf, mirándose a si mismo y después mi vestido—, y tú no tienes un corsé para ponértelo con ese vestido.
—Bueno, seguro que la hostelera te presta algo, y seguro que tiene un corsé de cuando era joven—le digo mientras me meto de nuevo en el baño y me quito la toalla para meterme de nuevo en la bañera y terminar de asearme.
Al terminar, me enrollo de nuevo en la toalla y salgo  del baño. Me encuentro con Delf, vestido con un traje de un gris oscuro y una corbata azul oscuro, que me mira sonriente y me hace un gesto con la cabeza señalando un corsé junto a mi vestido. Me suelto el pelo y dejo la cinta sobre el escritorio. Mi pelo negro cae sobre mis hombros elegantemente.
Le pido a Delf que se de la vuelta mientras me quito la toalla y dejo mi torso desnudo. Rápidamente me pongo mi culote de algodón y me colocó el corsé beige, cuando soy sorprendida por las manos de Delf, apartándome el pelo de la espalda y abrochándome. Me quedo callada y le dejo hacer. Se le daba muy bien y, cuando ya hubo terminado, me giré y le vi de espaldas, me di cuenta de que llevaba mis piernas desnudas y lo único que me tapaba, era mi culote blanco. Me sonrojo y una oleada de calor invade mi cuerpo.
Cojo el vestido blanco.  Me lo pongo e intento abrocharlo, pero de nuevo Delf me sorprende y me ayuda. Incluso peina mi pelo negro, en un elegante moño con algunos mechones sueltos y un bonito pasador de flores, blancas y doradas a juego con mi vestido.
—Esto se te da muy bien—le digo mientras me miro en el espejo del baño, el precioso peinado que Delf me ha hecho y lo favorecido que me queda. El vestido ahora se ve mejor, y el corsé hace que el poco pecho que tengo se vea mucho más favorecido.
—Cuando vivía con el comandante, ayudaba a vestir y peinarse a su esposa—me explica Delf, con una mirada nostálgica, que desaparece cuando me ve salir del baño— Estás preciosa.
—Gracias, pero lo importante es encontrar a los asesinos de mi tío en esa fiesta y obligarles a que me cuenten todo lo que sepan sobre la llave, y el motivo por el que acabaron con su vida—le aclaro a Delf, mientras mi voz se va apagando cuando recuerdo a mi tío... muerto por un disparo en el corazón.
—De acuerdo, te ayudaré—me dice Delf, con un tono de voz tranquilizador y me toma  del brazo—. ¿Me acompaña al baile señorita?—me pregunta sonriendo.
—Sí—le respondo mientras entrelazamos los brazos, y por primera vez desde hace tiempo, rió feliz.

***
La fiesta era en la zona rica de la ciudad como era de esperar. Tras mostrarle la invitación a un hombre de anchos hombros en la entrada principal, Delf y yo, con los brazos entrelazados, entramos en la gran mansión, el baile era en el salón principal, de altos techos y largas paredes blancas adornadas con relieves de ángeles, y un gran suelo de mármol marrón. Tomamos unas copas de vino, pero ninguno de los dos bebimos, ya que no teníamos tiempo para disfrutar de la fiesta, nuestro propósito era otro…
Me había puesto una cuerda alrededor  de mi pierna derecha a modo de liga, donde había guardado la llave y un pequeño cuchillo, para ser precavidos. Mientras, Delf miraba de un lado a otro buscando a los asesinos. Yo jugueteaba con la copa de vino, y observaba a los presentes. Todos los hombres vestían elegantes trajes, y las mujeres relucían como pequeñas estrellas con unos vestidos de llamativos colores. Aparte también de que tenían unos hermosos peinados, pero ninguno se parecía al mío.
—Voy a buscar en el lado opuesto del salón. Quédate por aquí por si ves algo sospechoso y llámame si necesitas ayuda—me susurra Delf, señalándome el otro extremo de la sala.
Asiento levemente, y observo como se aleja de mí. El traje gris oscuro le queda muy bien, y en las mangas se adivinan los músculos de sus brazos. Me rió discretamente cuando observo que unas chicas de unos catorce años le cortan el paso. Con pequeños cuerpecitos sin corsé porque aún son muy jóvenes, las chicas se ruborizan cuando Delf les pide que le dejen pasar y comienzan a reír tontamente.
Suelto la copa de vino, sin haber bebido ni un sorbo y me acerco más a la mesa, cuando soy sorprendida por un joven de unos veinte años, con el cabello negro y unos grandes ojos azul oscuro. Me sonríe cuando se acerca más a mí y se inclina para besar mi mano.
—Que belleza he encontrado en este océano de malas aguas—me adula mirándome fijamente a los ojos —. ¿Estáis sola señorita Brenfort?—me tenso al oír mi apellido y muevo la cabeza afirmativamente.
—¿Me conocéis, caballero?—le pregunto con una voz ronca, que me sorprende hasta a mi.
—Sí, os conozco mejor de lo que creéis—me contesta con un tono sombrío mientras mira la copa de vino que acababa de dejar sobre la mesa —. ¿Me concedéis este baile?—me pregunta cortésmente mientras señala con su brazo extendido el centro de la sala.
Me congelo un instante sin comprender muy bien lo que pasaba, pero termino aceptando su oferta, quizás fuese uno de los hombres que mataron a mi tío. Si es una trampa llamaré a Delf.
Cuando llegamos los dos al centro de la sala, una música de orquesta comienza a sonar, violines, arpas, pianos, violonchelos...
El chico pasa una mano por mi cintura y con la otra agarra mi mano, mientras que yo con mi mano libre la coloco sobre su hombro, y comenzamos a bailar el vals. Yo nunca había bailado en mi vida, pero había visto a mis padres bailar juntos cuando era pequeña, pero me dejé llevar.
—Baila usted de maravilla, señorita Brenfort—me elogia, mientras me hace girar sobre mi misma y vuelve a ponerme como al principio—. Aunque debo decir, que no miente nada bien.
—¿Cómo dice?—le pregunto, mientras me tenso aun más que antes.
—Antes, usted me dijo que estaba sola, pero no es verdad. La acompaña un joven de cabellos dorados y hermosos ojos azules, ¿no es cierto?—me pregunta irónico. Me quedo callada y seguimos bailando, cuando el chico posa su mano sobre mi pecho y me empuja hacia atrás, dejando mi cabeza a pocos centímetros del suelo.
Me siento mareada de nuevo, como cuando me desmaye, pero se me pasa cuando volvemos a la posición principal.
—Sé que tiene la llave de su abuela encima en estos momentos y sé que, se llama Julia, la única descendiente femenina de la familia Beltrons. Y que es usted idéntica a su abuela, con esos ojos verdes que dejan hipnotizado a cualquier hombre. Déjeme adivinar, ¿está buscando en esta fiesta una respuesta a la muerte de su tío?
—¿Cómo sabe usted tantas cosas?, yo ni siquiera se como se llama—le explico aturdida.
—Eduardo, y ya nos hemos visto antes, ¿no me recuerda?—me pregunta con una mueca de falsa tristeza en los labios mientras se acerca más a mi, casi abrazándome—, usted me golpeó con su espada en el callejón y casi me mata, pero no lo ha conseguido—finaliza soltándome la mano, mientras oigo a todo el mundo aplaudir. Y la orquesta comienza a tocar de nuevo. Eduardo me sujeta de nuevo igual que antes, pero yo sujeto mi vestido levantándolo levemente, para no tener que poner la mano sobre su hombro.
Comenzamos de nuevo a bailar, moviendo los pies, delante, detrás, izquierda, derecha...
—¿Qué quieren de mi?. No os perdonaré que hayáis matado a mi tío—le digo con odio en mi voz.
—Queremos la llave  y como llegar hasta el tesoro de los Beltrons—me explica mientras me empuja de nuevo hacia atrás y yo levanto el pie derecho levemente. Pero esta vez mi cabeza no está cerca del suelo sino que está más cerca de Eduardo, para que pueda hablarme sin problemas.
—No os daré la llave, jamás—le desafío sin saber muy bien a donde llegaría todo esto, pero con lo único que me contesta es sonriendo levemente. Sujeta mi mano más fuertemente y me estira hasta ponerme a su lado, para después volver a la posición inicial.
—¿Estáis segura, Julia? Sé que no querríais ver sangre derramada por vuestra culpa—me dice, acariciando mi cuello con la mano que antes tenía en mi cintura—, y sé que no deseais que ese joven muera, ¿cierto?—me susurra al oído mientras ríe débilmente.
Me aparto bruscamente de él, y me alejo de allí, pero Eduardo me agarra el brazo y me obliga a volverme hacia él.
—¿Quiere la llave?, pues acompañadme al jardín de la mansión—le digo recordando las puertas de cristal que daban a una rosaleda—.Y se la daré...
Eduardo  asiente y me suelta el brazo, pero me empuja en dirección al jardín, mientras busco a Delf con la mirada y empiezo a arrepentirme de lo que acababa de hacer.
Cuando llegamos al jardín, después de haber pasado por todo el salón  habiendo dejado atrás a miradas divertidas y otras curiosas, y atravesar la puerta de cristal que separaba el salón del jardín, nos paramos junto a un rosal de flores rojas.
Respiro profundamente  absorbiendo el aroma de las rosas, y me giro para mirar cara a cara a Eduardo. Temblando comienzo a hablar;
—Ya que usted sabe tantas cosas sobre mi, ¿donde cree que tengo la llave?—Le pregunto, para intentar ganar tiempo.
—Si yo fuera una mujer de su linaje, la guardaría—dice mientras se acerca a mi, tanto que está a escasos milímetros su cara con la mía, y me tenso como una columna cuando se agacha y levanta la falda del vestido y está a punto de llegar a la cuerda que tengo en la pierna derecha cuando le sujeto la muñeca, con mi mano sudorosa—, aquí—finaliza con una sonrisa pícara.
Entonces, como una exhalación, toco la cuerda y rozo la llave para diferenciarla del pequeño cuchillo. Solo entonces saco el arma y aprovecho que Eduardo está agachado para hacerle un corte en su mejilla, cruzándole el párpado y pómulo derechos. Eduardo grita de dolor y se tira hacia atrás cayendo al suelo. Mi vestido blanco se mancha de sangre y rápidamente me aparto de él.
—Maldita—me grita, mientras se pone en pie sacando  un pañuelo del interior de su traje y lo aprieta sobre su rostro herido—. Cogeré la llave por la fuerza u os mataré—exclama mientras se acerca a mí.
Doy un grito ahogado y comienzo a correr a lo largo de todo el jardín. Me doy cuenta que la única salida era la puerta de cristal por la que entramos. Me oculto detrás de un matorral, y con el pequeño cuchillo corto parte de la falda del vestido, dejándolo  por encima de las rodillas. Me descalzo los zapatos de tacón. Los escondo detrás del matorral también y llamo a Delf en un leve susurro.
—Ahí estáis, ¿creéis que me vais a vencer con ese pequeño cuchillo que tenéis?—me pregunta, sonriendo con maldad, mientras le cae un hilillo de sangre por debajo del pañuelo.
Me giro y lo encuentro justo detrás de mí, ruedo en el suelo y acabo de rodillas con el cuchillo en alto.
—No quiero hacerle daño, solo dígame ¿por que todo el mundo quiere la llave y porque matasteis a mi tío?—Le pregunto, asustada y temblando.
—Le diré porque murió su tío—Me confiesa acercándose lentamente hacia mi—. Porque sabía demasiado, y también le contó demasiado, si no hubieses sabido nada de la llave, ni del tesoro de su abuela, ahora mismo no estaríais en el ojo avizor de tipos como yo.
—Pero yo no sé donde está el tesoro de mi abuela, lo estoy buscando incluso yo misma porque no lo sé, el único que sabía su paradero era mi padre que ya falleció sin decirme nada—le confieso, arrepintiéndome de haberlo hecho.
—Mentira, solo eres una pequeña mentirosa—.Me insulta a gritos, y se abalanza sobre mi.  Lo esquivo a tiempo, cuando visualizo a Delf en la puerta de cristal y al verme, su cara palidece y se convierte en espada. Evitando rápidamente a Eduardo corro hacia Delf y  cojo al momento el arma  guardando en la cuerda el cuchillo.
Alzo la espada y apunto a Eduardo, que ríe a carcajadas cuando me ve.
—¿En serio una mujer sabe manejar la espada?—pregunta a nadie en particular.
—Si te golpeé una vez, puedo hacerlo de nuevo e incluso darte en el corazón—le amenazo, confiando en mi misma.
—Inténtelo señorita Julia, y se arrepentirá—me desafía Eduardo corriendo hacia mi, mucho más rápido que antes.
Con un  rápido movimiento, esquivo su avance y le golpeo con la empuñadura en la cabeza, haciendo que cayera al suelo. Sangre cálida comienza a manar de su cabeza, y se extiende por todo el suelo hasta tocar mis pies descalzos. Caigo de rodillas exhausta junto a Eduardo, mientras los invitados de la fiesta, aturdidos, confusos y conmocionados, entran en el jardín y se van acercando junto a mi.







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