Casi
enloquecida, miro la gran mano que sujeta mi brazo. Delf. Su mano
aferrada a mi muñeca, la aprieta lentamente.
Le miro
confusa y asustada.
—No caigas
tan bajo como ellos, asesinándolos—Me dice Delf escupiendo la
última palabra, pero antes de que concluya su frase, suelta mi
muñeca y los apunto de nuevo, esquivando un golpe de uno de los
acompañantes de Adrián.
—No estéis
tan seguros que os dejaremos marchar—Dice Adrián sonriendo con
maldad. Su hombro blanco por las vendas que cubren la herida que le
provocó Eduardo horas antes.
Los
acompañantes comienzan a reír a carcajadas. Pero Adrián, ahora
serio, les manda a callar y me mira de los pies a la cabeza.
—La llave.
—No la
tengo—le confieso, mientras pienso un plan de escape.
—Mentirosa—dice
el más moreno de los acompañantes.
—Silencio,
Gonzalo—ordena Adrián—.¿Y Eduardo?.
La pregunta
me pilla por sorpresa pero aun así respondo, con dificultad.
—No está
—sentencio, mirando a Delf de soslayo.
—No
está—repite Adrián con burla—conociéndole, no ha querido
matarte porque se ha enamorado de ti, pero aun así, ha cumplido las
órdenes y ha conseguido la llave.
—Eso no es
fiable, lo que decís no tiene sentido alguno—.Al decir aquellas
palabras sabía que estaba quedando como una tonta, porque era
consciente de que lo que decía era completamente cierto.
—Podéis
marcharos. No os molestaremos, y necesitan verte esa herida—Dice
Adrián pasando su mirada, por mi y por Delf—. Julián, coge el
cofre.
Impotente
nos apartamos a la pared, y dejamos pasar al chico a nuestro lado,
mientras Gonzalo apunta con una espada a Delf, que respira con más
lentitud conforme pasa el tiempo.
Julián
intenta coger el cofre con sus manos pero no consigue despegarlo de
la piedra donde parece estar incrustado.
—No puedo
sacarlo, Adrián —confiesa el chico con perplejidad.
Adrián
maldice por lo bajo y se acerca hasta mi, apretando el cuchillo.
—Veamos si
sirve de algo, señorita Brenfort—. Le miro recelosa y con el ceño
fruncido —. Cogedlo usted.
Me aparto de
Delf vacilante y paso de largo ante Adrián, Gonzalo y finalmente
Julián, que me mira poco confiado.
Toco
levemente el cofre y con cuidado en mis movimientos lo levanto del
altar de piedra. Un pequeño destello, acompañado de un hormigueo
que recorre todo mi cuerpo, es lo único perceptible.
Miro el
cofre anonadada y Julián me lo arrebata de las manos y se dirige
hacia sus compañeros.
Gonzalo le
susurra algo al oído a Adrián como un; “¿nos
los llevamos?”. Vi negar con la cabeza a
Adrián y supe al instante que no nos harían nada, pero que también
estábamos en problemas si salíamos de allí sin el cofre.
—Quedaos
aquí hasta que nosotros salgamos, y no intentéis nada raro. Quedaos
quietos y no os pasará nada—nos ordena Adrián entornando los
ojos, mientras Delf hace una mueca de dolor, al separarse de la
pared.
Los tres
jóvenes vuelven por donde habían venido a grandes zancadas y
cuando reacciono ante la verdad de que jamás tendría el cofre en
mis manos y mucho menos la llave, caigo al suelo llorando y con las
manos arañando mi cara.
Delf se
inclina sobre mí en el suelo y da un grito de dolor que no ha podido
ocultar. Levanto la cabeza al oír su grito y seco mis lágrimas. Él
está a mi lado incluso estando tan herido e intenta ocultar su dolor
a mis ojos. Debo seguir luchando, por mi tío, por mi padre y por mi
abuela. Incluso por Delf, debo seguir adelante.
Me incorporo
y lo ayudo a levantarse.
—No está
todo perdido—le susurro repitiendo la misma frase que él me dijo
antes, mientras caminamos con dificultad en dirección a la salida.
***
La oscuridad
de la noche me sorprende. Pero aun más me sorprende, al salir de la
gruta y llegar al conocido camino de tierra, ver a un caballo.
Suelto a
Delf que me permite ir y corro hacia el fornido animal. Con su
montura, su silla y sus herraduras, y sin señal de que pertenezca a
nadie. Una nota blanca atada a las riendas del caballo.
La cojo y
leo;
Julia,
siento mucho haber robado la llave de tu abuela, que tanto
significa para ti, pero debía hacerlo, no puedo seguir a tu lado sin
ponerte en peligro y si algo te pasará no me lo perdonaría. Y si
ellos llegan a hacerte algo, lo pagarán, te lo aseguro. No podrás
perdonarme nunca, y no espero que lo hagas, pero al menos se feliz y
llega cuanto antes a la ciudad sana y salva. Te amo, Eduardo.
Releo la
carta una y otra vez, mientras comienzo a temblar. Delf llega hasta
a mí y lee la carta por encima de mi hombro.
—¿Qué
hacemos?—me pregunta sin inmutarse con el contenido de ésta.
—Lo
primero es ir a buscar nuestro equipaje.
Tras
rescatar nuestro escaso equipaje de la cueva, lo coloco todo sobre el
caballo y nos subimos sobre él. Yo lo manejo mientras Delf,
malherido, se monta detrás de mí, y salimos a toda velocidad en
dirección a la ciudad, mientras voy pensando en la carta escrita con
la delicada letra de Eduardo, mostrando sus sentimientos hacia mí y
sus disculpas en un insignificante papel.
***
Tras unas
horas de camino, con la noche cerrada sobre nosotros, llegamos a las
puertas de palacio, y tras buscar a Silvia que guarda nuestro
equipaje y al caballo en el establo.
Dejo a Delf
atendido con el médico privado del gobernador y salgo en busca de
este.
En bata y
con zapatillas cómodas para dormir es como el gobernador aparece
ante mí, a altas horas de la noche en su despacho. Él y yo, a
solas.
—Señoría—grito
mientras me acerco a él, que está colocado detrás de su
escritorio.
—Julia,
pensé que no volveríais—me confiesa mientras se pone en pie y se
acerca a mí.
—Señoría,
Eduardo robo mi llave y tres de sus socios, me acorralaron para
robar el cofre—le relato, desquiciada y con falta de aire.
—No me
digáis—. La sonrisa del gobernador se ensancha conforme le voy
contando los detalles—. Que interesante me resulta todo esto,
querida.
—Pero
Señoría, debéis hacer algo—le pido, con tono de suplica —.
Además, no me dijisteis que el cofre estaba incrustado en una
piedra.
—Ignoraba
ese detalle, señorita Julia, perdonadme por ello—desconfío pero
acabo aceptando y vuelvo a repetir mi pregunta.
—¿Haréis
algo al respecto?
—Claro que
haré algo—. Posa su mano sobre mi hombro, y me lanza una mirada
siniestra y solo en ese momento recuerdo la advertencia de Sofía.
“Un gobernador codicioso, que haría
cualquier cosa con tal de conseguir ese tesoro”—.
Ya no me servís para nada Julia Brenfort.
—¿Qué
piensa hacer?—Le pregunto, ahora asustada.
—Deshacerme
de usted, ¡guardias!—. Tras la llamada del gobernador, todo pasó
muy deprisa. Los guardias aparecen de repente agarrando fuertemente
mis brazos y arrastrándome al calabozo sin contemplaciones.
***
Una mohosa
celda, con un camastro duro y una pequeña ventana que daba al
exterior, a la vista de un callejón solitario, es donde ahora me
encontraba. Delf también estaba conmigo, echado en la cama, debido
a su estado por la herida que yo le hice.
Unas vendas
cubrían su torso desnudo y tiritaba. En aquella celda hacía
muchísimo frío. Yo aun llevaba mi fina camiseta de seda, y también
temblaba.
Tapo a Delf
con las finas mantas, pero de poco parece servir.
—Deberías
taparte también—me dice, mientras me inclino a su lado en el frío
suelo—. Vamos.
—No, yo
estoy bien—rechazo la propuesta. Tener que meterme con él en una
cama tan pequeña, resultaba incómodo.
—De
acuerdo—me introduzco en la cama, y me quedo rígida en el borde de
ésta, para no tener que acercarme tanto a él. Pero mis esfuerzos
son inútiles ya que me agarra por la cintura y me pega a él.
—Ahora no
pasaremos frío—termina por decir, mientras allí juntos, y no
siendo la primera vez, nos quedamos dormidos pegados uno al otro,
mientras llegaba calor a mis mejillas y me dormía entre sus brazos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario