26 de noviembre de 2012

Encrucijada de lágrimas- Capítulo 14

                                                                      >14<

Casi enloquecida, miro la gran mano que sujeta mi brazo. Delf. Su mano aferrada a mi muñeca, la aprieta lentamente.
Le miro confusa y asustada.
No caigas tan bajo como ellos, asesinándolos—Me dice Delf escupiendo la última palabra, pero antes de que concluya su frase, suelta mi muñeca y los apunto de nuevo, esquivando un golpe de uno de los acompañantes de Adrián.
No estéis tan seguros que os dejaremos marchar—Dice Adrián sonriendo con maldad. Su hombro blanco por las vendas que cubren la herida que le provocó Eduardo horas antes.
Los acompañantes comienzan a reír a carcajadas. Pero Adrián, ahora serio, les manda a callar y me mira de los pies a la cabeza.
La llave.
No la tengo—le confieso, mientras pienso un plan de escape.
Mentirosa—dice el más moreno de los acompañantes.
Silencio, Gonzalo—ordena Adrián—.¿Y Eduardo?.
La pregunta me pilla por sorpresa pero aun así respondo, con dificultad.
No está —sentencio, mirando a Delf de soslayo.
No está—repite Adrián con burla—conociéndole, no ha querido matarte porque se ha enamorado de ti, pero aun así, ha cumplido las órdenes y ha conseguido la llave.
Eso no es fiable, lo que decís no tiene sentido alguno—.Al decir aquellas palabras sabía que estaba quedando como una tonta, porque era consciente de que lo que decía era completamente cierto.
Podéis marcharos. No os molestaremos, y necesitan verte esa herida—Dice Adrián pasando su mirada, por mi y por Delf—. Julián, coge el cofre.
Impotente nos apartamos a la pared, y dejamos pasar al chico a nuestro lado, mientras Gonzalo apunta con una espada a Delf, que respira con más lentitud conforme pasa el tiempo.
Julián intenta coger el cofre con sus manos pero no consigue despegarlo de la piedra donde parece estar incrustado.
No puedo sacarlo, Adrián —confiesa el chico con perplejidad.
Adrián maldice por lo bajo y se acerca hasta mi, apretando el cuchillo.
Veamos si sirve de algo, señorita Brenfort—. Le miro recelosa y con el ceño fruncido —. Cogedlo usted.
Me aparto de Delf vacilante y paso de largo ante Adrián, Gonzalo y finalmente Julián, que me mira poco confiado.
Toco levemente el cofre y con cuidado en mis movimientos lo levanto del altar de piedra. Un pequeño destello, acompañado de un hormigueo que recorre todo mi cuerpo, es lo único perceptible.
Miro el cofre anonadada y Julián me lo arrebata de las manos y se dirige hacia sus compañeros.
Gonzalo le susurra algo al oído a Adrián como un; “¿nos los llevamos?”. Vi negar con la cabeza a Adrián y supe al instante que no nos harían nada, pero que también estábamos en problemas si salíamos de allí sin el cofre.
Quedaos aquí hasta que nosotros salgamos, y no intentéis nada raro. Quedaos quietos y no os pasará nada—nos ordena Adrián entornando los ojos, mientras Delf hace una mueca de dolor, al separarse de la pared.
Los tres jóvenes vuelven por donde habían venido a grandes zancadas y cuando reacciono ante la verdad de que jamás tendría el cofre en mis manos y mucho menos la llave, caigo al suelo llorando y con las manos arañando mi cara.
Delf se inclina sobre mí en el suelo y da un grito de dolor que no ha podido ocultar. Levanto la cabeza al oír su grito y seco mis lágrimas. Él está a mi lado incluso estando tan herido e intenta ocultar su dolor a mis ojos. Debo seguir luchando, por mi tío, por mi padre y por mi abuela. Incluso por Delf, debo seguir adelante.
Me incorporo y lo ayudo a levantarse.
No está todo perdido—le susurro repitiendo la misma frase que él me dijo antes, mientras caminamos con dificultad en dirección a la salida.

***
La oscuridad de la noche me sorprende. Pero aun más me sorprende, al salir de la gruta y llegar al conocido camino de tierra, ver a un caballo.
Suelto a Delf que me permite ir y corro hacia el fornido animal. Con su montura, su silla y sus herraduras, y sin señal de que pertenezca a nadie. Una nota blanca atada a las riendas del caballo.
La cojo y leo;
Julia, siento mucho haber robado la llave de tu abuela, que tanto significa para ti, pero debía hacerlo, no puedo seguir a tu lado sin ponerte en peligro y si algo te pasará no me lo perdonaría. Y si ellos llegan a hacerte algo, lo pagarán, te lo aseguro. No podrás perdonarme nunca, y no espero que lo hagas, pero al menos se feliz y llega cuanto antes a la ciudad sana y salva. Te amo, Eduardo.
Releo la carta una y otra vez, mientras comienzo a temblar. Delf llega hasta a mí y lee la carta por encima de mi hombro.
¿Qué hacemos?—me pregunta sin inmutarse con el contenido de ésta.
Lo primero es ir a buscar nuestro equipaje.
Tras rescatar nuestro escaso equipaje de la cueva, lo coloco todo sobre el caballo y nos subimos sobre él. Yo lo manejo mientras Delf, malherido, se monta detrás de mí, y salimos a toda velocidad en dirección a la ciudad, mientras voy pensando en la carta escrita con la delicada letra de Eduardo, mostrando sus sentimientos hacia mí y sus disculpas en un insignificante papel.

***
Tras unas horas de camino, con la noche cerrada sobre nosotros, llegamos a las puertas de palacio, y tras buscar a Silvia que guarda nuestro equipaje y al caballo en el establo.
Dejo a Delf atendido con el médico privado del gobernador y salgo en busca de este.
En bata y con zapatillas cómodas para dormir es como el gobernador aparece ante mí, a altas horas de la noche en su despacho. Él y yo, a solas.
Señoría—grito mientras me acerco a él, que está colocado detrás de su escritorio.
Julia, pensé que no volveríais—me confiesa mientras se pone en pie y se acerca a mí.
Señoría, Eduardo robo mi llave y tres de sus socios, me acorralaron para robar el cofre—le relato, desquiciada y con falta de aire.
No me digáis—. La sonrisa del gobernador se ensancha conforme le voy contando los detalles—. Que interesante me resulta todo esto, querida.
Pero Señoría, debéis hacer algo—le pido, con tono de suplica —. Además, no me dijisteis que el cofre estaba incrustado en una piedra.
Ignoraba ese detalle, señorita Julia, perdonadme por ello—desconfío pero acabo aceptando y vuelvo a repetir mi pregunta.
¿Haréis algo al respecto?
Claro que haré algo—. Posa su mano sobre mi hombro, y me lanza una mirada siniestra y solo en ese momento recuerdo la advertencia de Sofía. “Un gobernador codicioso, que haría cualquier cosa con tal de conseguir ese tesoro”—. Ya no me servís para nada Julia Brenfort.
¿Qué piensa hacer?—Le pregunto, ahora asustada.
Deshacerme de usted, ¡guardias!—. Tras la llamada del gobernador, todo pasó muy deprisa. Los guardias aparecen de repente agarrando fuertemente mis brazos y arrastrándome al calabozo sin contemplaciones.

***
Una mohosa celda, con un camastro duro y una pequeña ventana que daba al exterior, a la vista de un callejón solitario, es donde ahora me encontraba. Delf también estaba conmigo, echado en la cama, debido a su estado por la herida que yo le hice.
Unas vendas cubrían su torso desnudo y tiritaba. En aquella celda hacía muchísimo frío. Yo aun llevaba mi fina camiseta de seda, y también temblaba.
Tapo a Delf con las finas mantas, pero de poco parece servir.
Deberías taparte también—me dice, mientras me inclino a su lado en el frío suelo—. Vamos.
No, yo estoy bien—rechazo la propuesta. Tener que meterme con él en una cama tan pequeña, resultaba incómodo.
De acuerdo—me introduzco en la cama, y me quedo rígida en el borde de ésta, para no tener que acercarme tanto a él. Pero mis esfuerzos son inútiles ya que me agarra por la cintura y me pega a él.
Ahora no pasaremos frío—termina por decir, mientras allí juntos, y no siendo la primera vez, nos quedamos dormidos pegados uno al otro, mientras llegaba calor a mis mejillas y me dormía entre sus brazos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario