22 de noviembre de 2012

Encrucijada de Lágrimas- Capítulo 13

                                                                            >13<


No sé muy bien si es sorpresa o emoción lo que siento en este momento, delante del escondite del tesoro de mi abuela.
Me dispongo a entrar en la cueva, pero unas grandes manos, me interrumpen.
Miro a mi espalda y veo que tanto Eduardo como Delf, me sujetan con sus manos, cada uno de mis brazos.
Es peligroso que vayas sola—Me dice Delf, rápidamente, y colocándose a mi lado.
Y también, es peligroso ir a oscuras, deberíamos encender una antorcha o algo…—Exclama Eduardo, mientras busca en el suelo algún objeto que nos sirva para iluminarnos.
Vamos chicos, aun hay algo de luz—Me quito sus manos de encima y me acerco a la entrada. Toco el cartel de madera donde está escrito el lúgubre mensaje, y una astilla se clava en mi dedo.
¿Te has hecho daño?—es Delf, que coge mi mano delicadamente—. Déjame ver—mira mi dedo índice, donde la astilla está clavada y un hilillo casi minúsculo de sangre cae por él.
Con un rápido movimiento, Delf me saca la astilla y el alivio se hace notar bajo mi piel. Segundos después, casi sin darme cuenta, se lleva mi dedo a su boca y limpia la sangre.
Me sonrojo y muerdo mi labio. Le miro fijamente, tiene los ojos cerrados y sus pestañas rubias son casi plateadas por la luz del ocaso.
Gracias—digo, sacando mi dedo de su boca con rapidez y pegando mi mano al costado.
Me giro para ocultar mi rubor, y compruebo con sorpresa, que algo de mi sangre se ha quedado en el cartel, y comienza a desintegrarse.
Eduardo, mira esto—Le grito a Eduardo que se acerca a grandes zancadas y mira con el ceño fruncido como la madera del cartel, va absorbiendo literalmente, mi sangre.
Pero qué demonios…—Maldice Eduardo. Acerca la mano lentamente hacia el cartel, pero éste se entierra en el suelo con una rapidez apenas visible, dejando solo la calavera al descubierto.
Los tres nos giramos con sorpresa cuando unas antorchas se encienden en el interior de la cueva, una a una, creando un pasillo antes invisible para nosotros.
Creo que ha sido gracias a tu sangre—comienza a decir Delf señalando con la cabeza el interior de la cueva.
La cueva ha reconocido la sangre de mis ancestros—digo terminando la frase y de forma automática.
Impresionante—exclama Eduardo, entrando en la cueva delante de nosotros.
Me acerco a él y cuando traspaso la línea que había entre el exterior y el interior, una ráfaga de aire caliente, cargado de algo muy pesado, me empuja contra el suelo.
La presión aumenta conforme nos vamos adentrando en la cueva y damos paso a las auténticas catacumbas.

***
Pasamos caminando lentamente numerosos pasillos. Parecen infinitos, con dibujos como extrañas runas extraños y creo que hasta frases u oraciones en otro idioma, pintados en las paredes.
El aire es pesado sobre mis hombros. Mis botas repiquetean sobre la tierra llena de polvo y piedras. Y mi coleta se balancea de un lado a otro mientras voy entre Eduardo y Delf.
Voy en el centro porque no quieren dejarme detrás pero tampoco quieren que vaya sola delante. Me tienen muy protegida y me hace sentir insignificante, necesitada por los hombres, y no me gusta nada.
Escuchad—nos dice de pronto Eduardo y hace que me sobresalte. Una ráfaga de aire apaga las antorchas de nuestro alrededor dejándonos totalmente a oscuras.
Chicos…—digo palpando la nada. Toco una cara y comienzo a pasar mis dedos por ella. Reconozco un parche y sé que es Eduardo al instante. Quito las manos con rapidez y me sujeto a su camisa.
Me recuerda a cuando tenía nueve años, en una noche de tormenta se apagó toda la luz que había en casa y nos quedamos a oscuras. Me sujeté a mi padre de la misma manera que lo estaba ahora. Asustada. Estaba asustada, no porque estuviéramos a oscuras si no por el escalofriante sonido que procedía desde detrás de nosotros.
¿Qué es eso?—susurro a la oscuridad. El no ver nada me molesta de una manera increíble. Noto como alguien me abraza. A juzgar por la situación, esa persona es Eduardo.
Como si así me sintiese protegida le correspondo el abrazo y agudizo el oído.
Unos pasos se acercan a nosotros. Un escalofrío recorre mi cuerpo, porque son voces masculinas y casi imperceptible, se oye el sonido de unas cadenas.
Delf, contra la pared—susurra Eduardo sobre mi cabeza. Su pecho vibra al hablar. Nos colocamos los tres pegados a la pared y nos quedamos ahí con la respiración entrecortada.
Una pequeña luz al final del infinito pasillo se hace visible al cabo de unos segundos.
Un grito sale de mi garganta que es amortiguado por la mano de Eduardo sobre mi boca. Le miro sorprendida y él me niega con la cabeza. Tras hacerle un movimiento a Delf, en silencio y próximos a la pared, continuamos nuestro camino.

***
Deprisa pero sin hacer sonido alguno, nos desplazamos hasta quedarnos en una especie de pasillo cortado por una pared. Nos colocamos ahí y nos quedamos unos segundos sin tan siquiera respirar.
Alguien me abraza de nuevo y me tenso cuando desplaza sus manos desde mi cintura, acaricia mi pierna y acaba en mi bota, extrayendo algo de ella, la llave. Me giro rápidamente y busco a esa persona, extraigo mi cuchillo y lo zarandeo en el aire. Doy marcha atrás y choco con alguien. Me giro cuchillo en mano y corto algo de donde sale líquido caliente.
>>Le di<<—pienso entusiasmada, pero cuando oigo el grito de dolor descubro a quien.
Delf—Digo en voz alta casi sin darme cuenta.
¿Qué demonios te pasa, Julia?—me pregunta enfadado y maldiciendo con voz ronca.
Lo siento, creí...—intento disculparme pero sé que es inútil—. Han robado mi llave, Delf, y no sé quién ha sido porque está todo muy oscuro.
¿Eduardo?—llama Delf, pero nadie responde. Al momento comprendo quién es el ladrón.
Maldito, ha sido él—grito, y de pronto se oyen unos pasos salir corriendo en dirección al interior de las catacumbas—bastardo...
No es propio de una dama maldecir pero en ese momento odio e impotencia recorren mi interior.
Espera Julia—Delf sujeta mi brazo torpemente en la oscuridad y noto como se humedece mi camisa por su sangre.
¿Quién hay ahí?—pregunta una voz vagamente familiar.
Idiota, aquí no hay nadie. Habrá sido una rata o algo—exclama una voz muy aguda pero masculina.
¿Desde cuándo las ratas hablan, Gonzalo?— pregunta la voz de antes.
Callaos de una maldita vez y sigamos adelante, se hace tarde— ordena una voz muy grave.
Las voces se apagan, pero los sonidos que producen al caminar esos desconocidos se acerca a nosotros.
Vamos—susurra Delf a mi oído y me estremezco cuando su cálido aliento roza mi oreja. Me agarra de la mano libre, mientras en la otra aun sujeto el cuchillo cubierto de su sangre.
Salimos corriendo, apretados contra la pared, hasta llegar a un lugar donde si hay luz y en el centro de ésta, rodeado de múltiples antorchas hay una fuente de mármol seca. En la pared del fondo, sobre un soporte de piedra saliente, un pequeño cofre resplandece.
Nos acercamos a él, iluminados por múltiples antorchas colgadas de las paredes, y puedo comprobar el estado de Delf. Su camisa llena de sangre en la parte delantera. Su mano agarrada con la mía también tenía restos de sangre. El cabello rubio pegado a su nuca por sangre seca.
No servirá de nada. No tengo la llave para abrir el cofre. Tú estás gravemente herido y tenemos a tres tipos pisándonos los talones—miro su herida de la que mana sangre oscura.
Instintivamente me saco la camisa y me quedo con mi fina camiseta de seda que me sirve de ropa interior que Silvia me dio. Utilizo la prenda como venda y Delf se saca la suya utilizándola como un torniquete para parar la hemorragia.
Aun no está todo perdido. Tienes tus cuchillos y te ayudaré en lo que pueda—me dice mientras mira a su alrededor rápidamente buscando con la mirada algo que sirva de arma.
Es inútil, no saldremos de aquí vivos, es como decía el cartel—digo acercándome al cofre y acariciándolo con la yema de mis dedos.
Un cofre tan pequeño para algo tan valioso, tal y como había dicho el gobernador. Hecho de madera y plata para la parte de metal, incluido el candado.
Julia, escucha—me pide Delf y al momento giro la cabeza para verlo escondido tras la pared que separaba el pasillo de aquella sala. Me acerco a él, cuchillo en mano y me pongo al otro lado.
Le lanzo uno de mis cuchillos y lo coge al vuelo, es entonces cuando las voces y los pasos se acercan a nosotros, los dos a la vez, y tras lanzarnos unas miradas cómplices, nos interponemos entre el cofre y los desconocidos.

***
La luz nos ciega y mis ojos tardan en acostumbrarse al resplandor que desprenden las antorchas de los desconocidos. Delf y yo alzamos nuestros cuchillos listos para atacar en el mismo instante en el que un joven de cabellos negros y ojos ámbar se para en seco con una mirada incrédula. Abro los ojos al reconocerlo, a él y a sus dos acompañantes.
Adrián... El joven que acabó con la vida de mi tío estaba parado delante de mis narices. La idea de la venganza viene a mi cabeza y como poseída por la ira, alzo mi cuchillo y estoy dispuesta a clavárselo a ese asesino cuando alguien de grandes manos sujeta mi muñeca impidiendo que lo haga.





No hay comentarios:

Publicar un comentario