28 de noviembre de 2012

Encrucijada de lágrimas- Capítulo 15

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Un estridente sonido me sobresalta y me aparto de Delf sigilosamente para evitar despertarle. Su respiración sube y baja más despacio que anoche. Me acerco con gran pesar a la puerta, por tener que salir de las cálidas sábanas y acercarme a los fríos barrotes que componían la entrada de la celda.
Coloco mis pequeñas y finas manos alrededor del frío metal e introduzco mi cabeza entre la abertura que había entre barrote y barrote y agudizo el oído para conseguir oír a los guardias.
Llevadlo a aquella celda. ¡Rápido!—ordena una voz grave y ronca.
Un guardia empuja al prisionero a su futura y fría celda, frente a la mía. Lo reconozco al instante. Es Julián, uno de los acompañantes de Adrián. Lleva su ropa destrozada y con de sangre seca, aunque creo que no es suya. La cara luce llena de moratones, aunque sus ojos brillan con un intenso color negro, al igual que su cabello.
Cae al suelo por el empujón del guardia, y tras cerrar la puerta, se aleja a paso rápido.
Intento llama su atención, pero es inútil, aunque creo que lo hace aposta. Me rindo y me siento en el frío suelo. Tengo mucha calor y apenas siento como se me clavan los fríos barrotes en mi espalda semi-desnuda.
Estando de espaldas a Julián miro en dirección a Delf. Noto como gotas de sudor caen por mi mejilla como lágrimas saladas. No tengo el tesoro, no tengo la llave y estoy encerrada aquí tal vez esperando mi muerte.
Mis ojos arden deseando derramar lágrimas, pero las contengo ya que Delf se está despertando y no quiero que me vea llorando. Muerdo mis labios y me levanto arrastrando los pies hacia él.

***
Nuestro almuerzo se basó en agua, pan y la carne más vieja que habría en el mercado. Delf se protegía con las sábanas, dado que él estaba sin camiseta y tenía mucho frío.
¿No es ese Julián?—me pregunta Delf, mientras se acerca a mí, ahora sentada contra la pared, después de haber contemplado por la pequeña ventana la primera nevada del invierno.
Sí, pero no intentes hablar con él. Te ignorará—le explico, mientras él se sienta junto a mí.
Vamos a morir, ¿verdad?—me pregunta, apoyando la cabeza contra las duras piedras y cerrando los ojos.
No, no moriré aquí, y tú tampoco—le replico, elevando la voz—. Te lo prometo—. No estoy muy segura de poder prometer cosas, pero al menos debo evitar más desanimo.
Tenéis visita—. Nos grita un guardia flacucho—, cinco minutos.
Nos ponemos en pie rápidamente, y nos acercamos a la puerta, cuando veo a Silvia, con una cesta bajo el brazo izquierdo. Tras una breve reverencia al guardia haciendo que éste se fuera, entró a la celda y comenzó hablar con nosotros, se sonrojó al ver a Delf, y entonces recordé lo sucedido entre ellos dos, en casa del gobernador.
Julia—. Me llama, mientras suelta la cesta sobre la penosa cama y se acerca a mi para abrazarme, pero no se si corresponderle así que me quedo rígida—. Debéis iros de aquí. El gobernador tiene pensado para vosotros algo terrible.
Pero, ¿cómo?—pregunto, un tanto sorprendida y también emocionada.
Sofía os ayudará. Debéis iros esta noche, porque el gobernador mañana piensa ajusticiaros—. Silvia traga saliva con dificultad, se acerca a la cama y coge la cesta—. Aquí tenéis comida y ropa limpia. Comed algo y vestiros bien. Saldréis esta noche. No preguntéis como. Solo confiad.
Gracias Silvia—digo cogiendo su cesta y abrazándola con fuerza.
Que Dios os proteja, jóvenes aventureros. Mucha suerte. Os deseo lo mejor—nos confiesa, con lágrimas en los ojos.
Silvia, siento mucho lo que hice en aquel momento, estaba enfermo y...—Silvia interrumpe a Delf con una estridente risa.
No hay ningún problema Delf, no soy vieja pero tampoco soy tan joven como para preocuparme por esas cosas—Se acerca a la puerta y se gira hacia nosotros de nuevo—. Esconde la cesta Julia.
La orden me pilla por sorpresa, para cuando Silvia comienza a pedir socorro y un guardia grandullón se presenta ante nosotros y la saca de allí rápidamente, tras empujarnos contra la pared y atar a Delf a la cama.
Genial... ahora no habrá problema para esperar hasta la noche—me susurra Delf, zarandeando sus manos atadas al hierro oxidado de la cama, mientras hace una mueca de burla un tanto macabra.

***
La noche llega enseguida. Solté a Delf después de ponerme el vestido que Silvia me había traído.
Me recojo mi andrajoso pelo en un moño que cubro con un velo de lana por la cabeza y lo ato alrededor de mi cuello.
Delf se viste lo más natural posible. Unos pantalones y camisa limpios, y le peino un poco su revuelto cabello rubio, ahora lleno de hollín y sangre seca.
Sus heridas están mejor y yo no tengo tanto calor como antes. Comimos lo que Silvia nos trajo y nos quedamos un rato en silencio. Comprobé que todos dormían, incluido Julián, que aun no me había hablado y también no sabía el porqué estaba ahí.
Y entonces vi por primera vez en muchos días a Sofía, Clara y Rubén, los tres vestidos completamente de negro. Iban gesticulando para evitar ser descubiertos, hasta llegar a nuestra celda y poder sacarnos de aquí.

***
Estábamos a punto de llegar a la salida de los calabozos y salir a la húmeda calle cuando Delf se para en seco en una de las celdas.
Les pido a nuestras rescatadoras que esperen un segundo mientras voy corriendo con cuidado para no hacer ruido, aunque en vano ya que mis botas repiqueteaban en el suelo de piedra, para llegar junto a él.
Delf estaba pálido y miraba con los ojos desorbitados dentro de una celda. Seguí su mirada y también me sorprendí al ver a una mujer de cabellos castaños aunque con algunas canas.
La mujer, al notar las miradas abrió los ojos y se asustó al vernos desde fuera mirarla tan fijamente. Unos ojos azules le daban color a su pálido rostro. Un vestido rajado marrón es lo que protegía a la desconocida mujer del frío helado.
Mamá...—susurra Delf aunque casi inaudible.
Le miro muy sorprendida. ¿A qué madre se refería? ¿A la esposa del comandante o a su madre biológica que desapareció cuando su padre le entregó al hechicero?
¿Delf?, ¿eres tú?—la mujer se pone en pie aunque con dificultad.
Mamá…—. Entonces ocurrió. La primera vez que veía a un hombre llorar. Las mejillas de Delf se volvieron húmedas conforme tocaba con delicadeza la mejilla de su madre a través de los barrotes de la celda.
Delf, eres tú. Tienes mis ojos, pero la forma del rostro es la misma que la de tu padre, cuando era joven…—dice la mujer con voz nostálgica mientras aparta el cabello rubio del rostro de su hijo.
Mamá, te eché de menos—susurra Delf conteniendo las lágrimas—. Desapareciste...
También tú lo hiciste, tu padre me dijo que las minas se habían derrumbado y tú habías muerto en ellas...
El pelo de la mujer le llegaba a la altura de las caderas, era muy largo y sedoso.
No lo hice mamá... Más de una vez se han derrumbado las cuevas y nunca que he ido he muerto en ellas ¿te acuerdas de aquella vez que se presentó Will en casa a mitad de la noche para decir que nos habíamos arruinado?
Sí, tú eras muy pequeño entonces...—La mujer humedece sus labios secos con la lengua—. Tras aquello tu padre, desesperado, comenzó a trabajar de minero y acabó vendiéndote a un hechicero. ¿Qué clase de padre te di, hijo mío?
No te culpes a ti misma, mamá... Tú siempre eras muy buena conmigo...—Delf respira con dificultad de nuevo, pero esta vez no es por su herida, sino por sus lágrimas...
Delf, debemos irnos...—Les interrumpo, colocando una mano sobre su hombro.
No podemos dejar a mi madre aquí, Julia—me insinúa Delf. Pero me bloqueo, debido a que no hay tiempo.
¿Julia?, ¿quién eres?—me pregunta la madre de Delf, de cerca se pueden apreciar los signos en su rostro de la vejez.
Julia Brenfort, señora...—le digo, y ella no cambia de expresión ni un poco.
Yo soy Patricia, soy su madre—se presenta sonriendo—. Vete de aquí hijo, sigue tu vida.
Pero mamá, debemos sacarte de aquí. ¿Cómo acabaste encerrada?
Es una larga historia hijo...
¡Ustedes!, debemos marcharnos ya o nos pillarán—nos dice Clara con un tono de voz moderado.
Mamá, volveré a por ti. Te lo prometo—dice Delf besando la mano de su madre a través de los barrotes.
Te quiero hijo, te esperaré—. Su madre se separa de los barrotes y se sienta en la cama. Mientras saluda con la mano a su hijo, unas lágrimas se derraman por su rostro.
Agarro a Delf por el brazo y le empujo hacia la salida mientras nos despedimos rápidamente de su madre.
Nos acercamos a Sofía, Clara y Rubén y salimos de los calabozos, hasta llegar a la calle y sentarnos en los asientos aterciopelados del coche de caballos que Sofía había traído para nosotros.
Clara y Sofía se acomodan frente de nosotros y Rubén dirige a los caballos. El coche se puso en marcha con una sacudida, que provocó que cayese por accidente sobre Delf y viera en ese momento de despiste como sus ojos estaban rojos e hinchados por llorar la pérdida de su madre, otra vez.

***
La casa de Sofía no había cambiado mucho. Solo que ahora, con la noche cerrada, la enorme mansión daba muchísimo miedo.
Rubén nos ayuda a todas a bajar del coche y Delf se baja de un salto y se va a grandes zancadas en dirección al jardín de atrás.
Trato de ir hacia él para consolarle, pero la mano de Sofía me interrumpe. Miro a mi espalda aún con las manos sujetando las faldas de mi triste vestido.
Dejadlo solo por ahora Julia. Ha perdido a su madre de nuevo...—me dice Sofía suplicante y yo suelto mis faldas cuando ella afloja la presión con la que sujeta mi brazo.
Vayamos dentro, aquí hace mucho frío—concluye Clara, agarrando del brazo a Rubén, por lo que me da a entender que Sofía ya supo lo que había entre ellos dos.
Justo antes de entrar a la casa de los Rumier una vez más desde aquella fiesta, vuelvo a girar mi rostro en dirección al jardín pero solo encuentro un desolador silencio y absoluta soledad. Suspiro resignada y entro a la casa.






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