La luz del
sol contra mis párpados cerrados me despierta dulcemente. Abro los
ojos lentamente y me asusto cuando me veo sola entre las sábanas. Me
incorporo y miro a mí alrededor. El camino de tierra estaba más
alejado de lo que yo creía.
Ni Delf ni
Eduardo están a mi alrededor, no los veo. Me pongo en pie y recojo
las sábanas, y tras guardarlo todo y beber un poco de agua para
refrescar mi seca garganta, me voy acercando al camino.
Completamente
desierto... ¿a dónde habrán ido?
Me siento en
el borde del camino, entre la hierba y la arena. Espero y espero,
pero no aparecen. Opto por levantarme e ir a desayunar algo, pan con
queso y agua...
Esta comida
me recuerda a cuando estaba en el orfanato. Me había acostumbrado a
comer cosas deliciosas en casa de los Rumier y en el palacio y ahora,
vuelvo a ser lo que soy, una chica humilde...
Termino de
comer. Me recojo el pelo en mi típica cola alta y me pongo en pie
rápidamente, con todas las bolsas en mis hombros y me dirijo al
camino de nuevo. Espero una última vez, pero cuando veo que no
llegan, tras suspirar cansada, y comprobar mis cuchillos en mi
cinturón, me pongo en marcha. Pero me detengo a mitad del camino
abruptamente.
De nuevo el
dolor en el pecho de la última vez cuando estuve en el despacho del
gobernador Andrés. Respiro con dificultad, pero el dolor puede
conmigo y caigo al suelo. Las bolsas se desprenden de mi cuerpo por
alguna extraña razón, pero pude comprobar que se trataba de Delf
que me había quitado las bolsas de encima, antes de que la vista se
me nublase y Eduardo me sostuviera en sus brazos.
***
Un verde
prado me rodea, mi padre y mi madre, tal y como yo los recordaba, me
esperan al final del prado. Corro hacia a ellos y a medida que me
acerco mis huesos van encogiéndose y cuando llego mi ropa se me ha
quedado grande y soy una niña de cinco años de nuevo. Mi padre me
coge en brazos entre toda la ropa, y mi madre me muestra algo
brillante en sus manos. Un colgante y dentro de este hay una foto de
nosotros tres. Al mirar el colgante, las lágrimas comienzan a fluir
de mis ojos y un grito sube por mi garganta que yo aprisiono,
convirtiéndolo en un grito ahogado...
Me despierto
de nuevo entre sábanas, como esa mañana, pero a juzgar por la
posición del sol, debe ser más de mediodía. Miro a mí alrededor,
Eduardo y Delf están parados en el camino, hablando o más bien
discutiendo entre ellos. Intento incorporarme pero es en vano. Mis
huesos me pesan, mis músculos me duelen, mi cabeza da vueltas y la
garganta me arde. Me tumbo de nuevo y Delf se acerca a mí.
Los dos
chicos se arrodillan ante mí, uno a cada lado. Delf me coloca su
mano sobre la frente.
—La fiebre
ha bajado—le dice a Eduardo con tono cansado.
—Trae más
agua—le ordena Eduardo, con más energía en la voz—. Julia ¿te
encuentras mejor?
—¿Qué ha
pasado? , no recuerdo nada. Me desperté y no estabais, os busqué y
luego...—Dios mío, no puedo hablar, me cuesta articular palabra,
pero lo poco que he dicho parece suficiente para Eduardo.
—Fuimos a
buscar comida, hemos cazado tres conejos, no pensamos que te
despertarías tan pronto, y cuando volvimos, no encontramos las
sábanas y vimos a alguien tirado en el camino y cuando nos acercamos
vimos que eras tú, estabas muy pálida, sudabas mucho y tenías
mucha fiebre—Eduardo me tapa con las sábanas hasta el cuello—.
¿Estás mejor?
—No lo
sé... mi cuerpo me pesa y me duele, apenas puedo hablar—.Le digo,
cuanto más sepa, mejor será.
—Te
bajamos la fiebre colocándote una gasa húmeda y también te mojamos
el cuerpo—.Me ruborizo al pensar que me hayan visto sin ropa—.
Tranquila, me refiero al cuello, brazos y piernas. Te dejamos
intacta—sonríe, pero sigo intranquila—. Estabas igual que
aquella vez en el despacho de Andrés.
—Yo
también lo pensé—. Era Delf, que volvía junto a nosotros, con
más agua—cuando llegamos, tenías las manos apretadas contra tu
pecho. Y también delirabas, decías “papá,
mamá” sin parar. ¿Estás bien ahora?
—He soñado
con mis padres. Fue un sueño extraño—toco con mi mano temblorosa
mi clavícula donde mi colgante roza mi piel—. Me daban esto y yo
comenzaba a llorar. Luego me desperté.
—Es
cierto, tienes marcas de lágrimas en la cara—dice Delf acariciando
mi mejilla, y me estremezco al recordar la noche anterior.
—Descansa.
Cuando estés mejor iremos a buscar las catacumbas. Ya estaremos
cerca y pronto tendrás el tesoro de tu abuela—me pide Eduardo,
mientras me suelta el pelo y lo coloca alrededor de mi cabeza.
—Iremos
cocinando los conejos en una hoguera, cuando despiertes, estarás
mejor y te pondrás aun mejor cuando comas algo—me dice Delf,
sonriendo y colocando mis manos entrelazadas sobre mi regazo.
Poco a poco,
voy cerrando los ojos y a pesar del gran dolor que sufre mi cuerpo en
ese momento, termino por dormirme con los dos muchachos observándome.
***
Cuando me
despierto al amanecer, me da la sensación de que he dormido durante
dos días enteros. Delf y Eduardo están colocados como ovillos de
lana, a mi lado.
La boca de
Eduardo está entreabierta y parece un niño pequeño durante un
instante, pero giro la cara en dirección a Delf. Colocado en
posición fetal, con las manos bajo la mejilla. Mechones rubios le
caen sobre la frente y los ojos. Da la sensación de que debajo de
todo ese músculo duro, hay un corazón muy tierno y sensible.
Me pongo en
pie, y noto como mi cuerpo está más ligero. Ya me siento mejor. El
dolor de los huesos y los músculos, junto con el dolor de cabeza y
el ardor de la garganta ya el solo un resquicio.
Me llevo la
mano a la frente y con una sonrisa, compruebo con alegría que estoy
sana otra vez.
Recojo mis
sábanas y les coloco a los chicos cada una de ellas. Saco algo de
comida para desayunar, pero antes de poder llevarme la comida a la
boca, el sabor al conejo que cenamos todos juntos anoche choca contra
mi campanilla y lo expulso de mi cuerpo de la manera más
desagradable que existe.
Me limpio la
boca con un pañuelo y bebo agua abundante. Comienzo a toser de
nuevo, pero ceso antes que la vez anterior. Pero es suficiente para
que Delf reaccione.
—Julia…—Me
llama Delf con voz adormilada, pero cuando ve los restos de mi cena
que mi estómago no quiso conservar, su cara adormilada cambia a
sorpresa—. ¿Estás bien? Si aún no estás bien, no deberías
moverte.
—Tranquilo—Le
digo, pero se acerca a mí rápidamente—. De verdad estoy bien. Me
he levantado sin molestias y sin dolor, pero cuando me disponía a
desayunar pues...—.Me interrumpe su caricia en mi mano. Le miro
fijamente y sus ojos brillan, suplicantes.
—Te repito
que si no estás bien aún, no te levantes. Si quieres, podemos ir
nosotros a buscarlo, tú descansa—.Mira a Eduardo, que parece un
bebé durmiendo, aunque quien sabe, quizás no esté durmiendo y nos
haga creer que sí.
—No—contesto
rápidamente—. Yo misma quiero ir a buscarlo. Gracias, pero no
necesito más cuidados. Vamos a buscarlo los tres juntos. Nadie se
quedará atrás.
—De
acuerdo, entonces desayunemos e iremos a buscarlo—termina por
decirme Delf, sacando la comida y me regala una sonrisa, que yo le
devuelvo.
***
Al terminar
el desayuno, despertamos a Eduardo, y mientras él come yo recojo las
cosas y Delf va a llenar todas las botellas de agua.
Para cuando
terminamos de prepararlo todo ya era mediodía. Nos pusimos en camino
cargando con lo mismo, en dirección a las montañas donde según el
mapa del gobernador, el tesoro se encontraba.
Tras mucho
caminar y parar solo a beber algo de agua llegamos a las montañas.
Aquí hace más frío por lo que nos abrigamos con algo más de ropa.
Buscamos alguna cueva a la vista pero no encontramos nada.
—¿Estás
segura de que es por aquí?—me pregunta Eduardo, cansado.
—Estoy
segura—le respondo firmemente y mirando varias veces al mapa que
tengo mis manos—.Sigamos buscando.
Los chicos
me hacen caso y siguen explorando los alrededores, y entonces, cuando
el crepúsculo nos sorprendió, como si la oscuridad lo hubiese
traído, un profundo arco apareció en unas de las montañas del
valle. Había un cartel de madera atado a un palo clavado en la
tierra y en el extremo de éste, una calavera de ciervo en el que se
podía leer una advertencia:
“TODO
AQUEL QUE ENTRE PARA HACERSE CON EL PODER, JAMÁS SALDRÁ.”
Por fin lo
habíamos encontrado. El tan buscado, valioso y esperado, tesoro de
Matilda Beltrons, mi abuela...

No hay comentarios:
Publicar un comentario