19 de noviembre de 2012

Encrucijada de lágrimas- Capítulo 12

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La luz del sol contra mis párpados cerrados me despierta dulcemente. Abro los ojos lentamente y me asusto cuando me veo sola entre las sábanas. Me incorporo y miro a mí alrededor. El camino de tierra estaba más alejado de lo que yo creía.
Ni Delf ni Eduardo están a mi alrededor, no los veo. Me pongo en pie y recojo las sábanas, y tras guardarlo todo y beber un poco de agua para refrescar mi seca garganta, me voy acercando al camino.
Completamente desierto... ¿a dónde habrán ido?
Me siento en el borde del camino, entre la hierba y la arena. Espero y espero, pero no aparecen. Opto por levantarme e ir a desayunar algo, pan con queso y agua...
Esta comida me recuerda a cuando estaba en el orfanato. Me había acostumbrado a comer cosas deliciosas en casa de los Rumier y en el palacio y ahora, vuelvo a ser lo que soy, una chica humilde...
Termino de comer. Me recojo el pelo en mi típica cola alta y me pongo en pie rápidamente, con todas las bolsas en mis hombros y me dirijo al camino de nuevo. Espero una última vez, pero cuando veo que no llegan, tras suspirar cansada, y comprobar mis cuchillos en mi cinturón, me pongo en marcha. Pero me detengo a mitad del camino abruptamente.
De nuevo el dolor en el pecho de la última vez cuando estuve en el despacho del gobernador Andrés. Respiro con dificultad, pero el dolor puede conmigo y caigo al suelo. Las bolsas se desprenden de mi cuerpo por alguna extraña razón, pero pude comprobar que se trataba de Delf que me había quitado las bolsas de encima, antes de que la vista se me nublase y Eduardo me sostuviera en sus brazos.

***
Un verde prado me rodea, mi padre y mi madre, tal y como yo los recordaba, me esperan al final del prado. Corro hacia a ellos y a medida que me acerco mis huesos van encogiéndose y cuando llego mi ropa se me ha quedado grande y soy una niña de cinco años de nuevo. Mi padre me coge en brazos entre toda la ropa, y mi madre me muestra algo brillante en sus manos. Un colgante y dentro de este hay una foto de nosotros tres. Al mirar el colgante, las lágrimas comienzan a fluir de mis ojos y un grito sube por mi garganta que yo aprisiono, convirtiéndolo en un grito ahogado...
Me despierto de nuevo entre sábanas, como esa mañana, pero a juzgar por la posición del sol, debe ser más de mediodía. Miro a mí alrededor, Eduardo y Delf están parados en el camino, hablando o más bien discutiendo entre ellos. Intento incorporarme pero es en vano. Mis huesos me pesan, mis músculos me duelen, mi cabeza da vueltas y la garganta me arde. Me tumbo de nuevo y Delf se acerca a mí.
Los dos chicos se arrodillan ante mí, uno a cada lado. Delf me coloca su mano sobre la frente.
La fiebre ha bajado—le dice a Eduardo con tono cansado.
Trae más agua—le ordena Eduardo, con más energía en la voz—. Julia ¿te encuentras mejor?
¿Qué ha pasado? , no recuerdo nada. Me desperté y no estabais, os busqué y luego...—Dios mío, no puedo hablar, me cuesta articular palabra, pero lo poco que he dicho parece suficiente para Eduardo.
Fuimos a buscar comida, hemos cazado tres conejos, no pensamos que te despertarías tan pronto, y cuando volvimos, no encontramos las sábanas y vimos a alguien tirado en el camino y cuando nos acercamos vimos que eras tú, estabas muy pálida, sudabas mucho y tenías mucha fiebre—Eduardo me tapa con las sábanas hasta el cuello—. ¿Estás mejor?
No lo sé... mi cuerpo me pesa y me duele, apenas puedo hablar—.Le digo, cuanto más sepa, mejor será.
Te bajamos la fiebre colocándote una gasa húmeda y también te mojamos el cuerpo—.Me ruborizo al pensar que me hayan visto sin ropa—. Tranquila, me refiero al cuello, brazos y piernas. Te dejamos intacta—sonríe, pero sigo intranquila—. Estabas igual que aquella vez en el despacho de Andrés.
Yo también lo pensé—. Era Delf, que volvía junto a nosotros, con más agua—cuando llegamos, tenías las manos apretadas contra tu pecho. Y también delirabas, decías “papá, mamá” sin parar. ¿Estás bien ahora?
He soñado con mis padres. Fue un sueño extraño—toco con mi mano temblorosa mi clavícula donde mi colgante roza mi piel—. Me daban esto y yo comenzaba a llorar. Luego me desperté.
Es cierto, tienes marcas de lágrimas en la cara—dice Delf acariciando mi mejilla, y me estremezco al recordar la noche anterior.
Descansa. Cuando estés mejor iremos a buscar las catacumbas. Ya estaremos cerca y pronto tendrás el tesoro de tu abuela—me pide Eduardo, mientras me suelta el pelo y lo coloca alrededor de mi cabeza.
Iremos cocinando los conejos en una hoguera, cuando despiertes, estarás mejor y te pondrás aun mejor cuando comas algo—me dice Delf, sonriendo y colocando mis manos entrelazadas sobre mi regazo.
Poco a poco, voy cerrando los ojos y a pesar del gran dolor que sufre mi cuerpo en ese momento, termino por dormirme con los dos muchachos observándome.

***
Cuando me despierto al amanecer, me da la sensación de que he dormido durante dos días enteros. Delf y Eduardo están colocados como ovillos de lana, a mi lado.
La boca de Eduardo está entreabierta y parece un niño pequeño durante un instante, pero giro la cara en dirección a Delf. Colocado en posición fetal, con las manos bajo la mejilla. Mechones rubios le caen sobre la frente y los ojos. Da la sensación de que debajo de todo ese músculo duro, hay un corazón muy tierno y sensible.
Me pongo en pie, y noto como mi cuerpo está más ligero. Ya me siento mejor. El dolor de los huesos y los músculos, junto con el dolor de cabeza y el ardor de la garganta ya el solo un resquicio.
Me llevo la mano a la frente y con una sonrisa, compruebo con alegría que estoy sana otra vez.
Recojo mis sábanas y les coloco a los chicos cada una de ellas. Saco algo de comida para desayunar, pero antes de poder llevarme la comida a la boca, el sabor al conejo que cenamos todos juntos anoche choca contra mi campanilla y lo expulso de mi cuerpo de la manera más desagradable que existe.
Me limpio la boca con un pañuelo y bebo agua abundante. Comienzo a toser de nuevo, pero ceso antes que la vez anterior. Pero es suficiente para que Delf reaccione.
Julia…—Me llama Delf con voz adormilada, pero cuando ve los restos de mi cena que mi estómago no quiso conservar, su cara adormilada cambia a sorpresa—. ¿Estás bien? Si aún no estás bien, no deberías moverte.
Tranquilo—Le digo, pero se acerca a mí rápidamente—. De verdad estoy bien. Me he levantado sin molestias y sin dolor, pero cuando me disponía a desayunar pues...—.Me interrumpe su caricia en mi mano. Le miro fijamente y sus ojos brillan, suplicantes.
Te repito que si no estás bien aún, no te levantes. Si quieres, podemos ir nosotros a buscarlo, tú descansa—.Mira a Eduardo, que parece un bebé durmiendo, aunque quien sabe, quizás no esté durmiendo y nos haga creer que sí.
No—contesto rápidamente—. Yo misma quiero ir a buscarlo. Gracias, pero no necesito más cuidados. Vamos a buscarlo los tres juntos. Nadie se quedará atrás.
De acuerdo, entonces desayunemos e iremos a buscarlo—termina por decirme Delf, sacando la comida y me regala una sonrisa, que yo le devuelvo.

***
Al terminar el desayuno, despertamos a Eduardo, y mientras él come yo recojo las cosas y Delf va a llenar todas las botellas de agua.
Para cuando terminamos de prepararlo todo ya era mediodía. Nos pusimos en camino cargando con lo mismo, en dirección a las montañas donde según el mapa del gobernador, el tesoro se encontraba.
Tras mucho caminar y parar solo a beber algo de agua llegamos a las montañas. Aquí hace más frío por lo que nos abrigamos con algo más de ropa. Buscamos alguna cueva a la vista pero no encontramos nada.
¿Estás segura de que es por aquí?—me pregunta Eduardo, cansado.
Estoy segura—le respondo firmemente y mirando varias veces al mapa que tengo mis manos—.Sigamos buscando.
Los chicos me hacen caso y siguen explorando los alrededores, y entonces, cuando el crepúsculo nos sorprendió, como si la oscuridad lo hubiese traído, un profundo arco apareció en unas de las montañas del valle. Había un cartel de madera atado a un palo clavado en la tierra y en el extremo de éste, una calavera de ciervo en el que se podía leer una advertencia:
TODO AQUEL QUE ENTRE PARA HACERSE CON EL PODER, JAMÁS SALDRÁ.

Por fin lo habíamos encontrado. El tan buscado, valioso y esperado, tesoro de Matilda Beltrons, mi abuela...



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