>11<
El chico se
retuerce sobre mí, y luego se incorpora, con mi cuchillo en la mano
para apuntar a Eduardo con él.
Está a
punto de clavarle el cuchillo cuando muestra sorpresa.
—Eduardo,
¿qué haces?—el joven deja caer su mano a su lado mientras mira a
Eduardo con desconfianza.
La sangre se
extiende por su brazo y cae en pequeñas gotitas desde sus dedos
hasta el suelo.
—Lo mismo
podría preguntarte a ti—Eduardo, serio, suelta lentamente la
espada que tiene en su mano en el suelo. Al instante reaparece Delf
tras la luminosidad.
—¿Qué es
ese prodigio?—cuestiona el joven, mirando con asco a Delf—. ¿Y
que demonios haces con la chica?, debías matarla—termina
señalándome.
—Este es
Delf y un amigo—.Hace una pausa, tras presentarlo y riendo entre
dientes, probablemente ni él mismo creería que algún diría algo
así—.Y ella es Julia, habrás oído hablar de ella, y también
sabrás cuales son mis órdenes.
—Ah,
¿sí?—sonríe mostrando sus dientes—. He escuchado por ahí que
estás enamorado de ella y por eso rechazas casarte con Elena.
—Adrián,
esto no te incumbe—la voz de Eduardo se había elevado casi
gritando—.Largo de aquí. Tengo trabajo que hacer.
—¿Ir con
el enemigo?—pregunta Adrián, enojado y apretando su hombro herido
cubierto de sangre—.Estás loco. A veces no te entiendo.
—Vete de
aquí—Volvió a ordenarle Eduardo.
—Para que
lo sepas, fue tu padre quien nos ordenó comprobar su hacías tu
trabajo—Adrián se gira hacia mí de nuevo, y lanza el cuchillo a
unos centímetros de mi mano—.Es tuyo.
Se agacha y
coge su espada para guardarla en su vaina, que estaba a mi lado en el
suelo húmedo. Una mueca de dolor atraviesa su rostro.
Adrián, a
grandes zancadas se dirige hasta los otros esbirros. Les susurra algo
inaudible desde donde me encuentro y se marcha, sin tan siquiera
mirar a Eduardo.
Delf se
acerca a mí rápidamente.
—¿Estás
bien?—me pregunta. Sus pestañas doradas, húmedas, parecen más
oscuras y gotas de lluvia caen por su mejilla como lágrimas. Me
ayuda a incorporarme y me devuelve mi bolsa, que me cuelgo a la
espalda junto con la vaina vacía. Me resulta familiar y me
reconforta.
—Sí, lo
estoy—me limpio las gotitas de sangre de Adrián de la cara, con el
borde de la manga de la camisa—. Te llamé de manera instintiva…sin
pensarlo… Me sonríe levemente pero aun está preocupado—. ¿De
verdad no te ha hecho nada?
—De
verdad—me giro hacia Eduardo—. Gracias, si no hubiese sido por
ti…
—No
importa—me interrumpe, alzando su mano—Es lo mínimo que puedo
hacer por la mujer que amo.
Me tenso al
oír esas palabras, pero aunque noto mi cara ardiendo, puedo
concentrarme lo suficiente para observar las miradas que se lanzan
Delf y Eduardo. Miradas que yo no puedo comprender...
***
Grandes
montañas grises con las cimas nevadas se divisan a lo lejos en el
paisaje. Ya entrada la tarde, el color púrpura del cielo dibuja el
horizonte.
Había
dejado de llover.
—Mira, ya
casi llegamos—dice Eduardo rompiendo el silencio.
—Sí—es
lo único que digo y lo único que puedo decir—Eduardo…—. Gira
su cara hacia atrás para mirarme—. ¿Quiénes eran esos hombres?
—Mercenarios
a sueldo pagados por mi padre—le miro incrédula—. Querían
asegurarse de que yo conseguía arrebatarte el tesoro de tu abuela.
—Sin
importar las vidas de esas personas ¿No?—le fulmino con la mirada,
cargada de odio, mientras Delf suspira.
—Yo nunca
estuve conforme sobre matar o intentar matar a alguien. Jamás te
mataría a ti, aunque me lo ordenasen.
—Eso es
porque estás enamorado de mí—cruzo los brazos, y mi bolsa choca
contra mis piernas.
—Yo nunca
dije estar enamorado de ti—.Le miro enarcando una ceja—. Yo te
amo, que no es nada comparado con el “enamoramiento”. Eso para mi
es muy infantil... Aunque no te lo reprocho, aun eres una niña...
—Cállate—le
interrumpo con voz ronca—. No quiero hablar nunca más de este tema
contigo...—. Me acerco a él a grandes zancadas y le quito mi bolsa
de la ropa de encima —. No me trates como una inmadura que no
entiende de amor.
Me alejo de
los chicos y me acerco a la hierba suave y verde que hay cerca del
camino y saco una de las mantas que el gobernador nos dio. La
extiendo sobre el suelo y pongo otra, bien doblada, sobre uno de los
bordes, mientras me siento encima y saco algunas viandas, pan y agua.
—Eh...—es
Delf el que se acerca a mi y se arrodilla para estar a mi altura—.
Tengo en mi bolsa algo de tarta de queso... si quieres...
—Gracias—le
muestro mi mejor sonrisa, mientras Eduardo se acerca a nosotros y se
sienta, en silencio, en uno de los bordes de la sábana.
***
Le doy un
mordisco al trozo de tarta de queso, y luego sedienta, doy un gran
trago de agua.
Delf, a mi
lado me sonríe mientras da buena cuenta de una barra de pan y come
una pequeña porción de la tarta. Eduardo repitió dos veces y luego
cayó dormido, o al menos eso creía yo.
Delf,
acercándose mucho a mí, me pasa la manta sobre mis hombros para
resguardarme del frío.
—Gracias—le
agradezco y miro hacia atrás para comprobar si realmente Eduardo
está dormido. Creo que sí. Tengo que hablar ahora o nunca—Delf...
¿Cómo es que antes te transformaste?
—Ya te lo
dije, cuando estás en peligro me convierto si tú me lo pides y...
—No es
eso—le interrumpo—creí que habías dicho que estabas herido...
—Bueno—Delf
cierra sus ojos durante un momento, y por un instante creo que está
a punto de gritar—ya estoy mejor—termina por decir, mostrándome
su mejor sonrisa.
—También
es curioso que si susurro tu nombre o simplemente lo pienso, apareces
y te conviertes en un arma para mí —declaro mirando al horizonte
del prado, completamente consumido por la oscuridad de la noche.
—Es el
resultado de la conexión que se creó cuando me necesitaste por
primera vez —explica con una mueca de satisfacción —. Estamos
conectados por extraño que parezca decirlo…
Reímos
levemente, mientras Eduardo se revuelve a nuestras espaldas, y yo me
lanzo para recitar mi pensamiento.
—Y otra
cosa…—digo al fin... tengo que preguntarle por la otra noche. Me
muerdo el labio inferior hasta hacerme daño.
—Pregúntame
lo que quieras—me mira con sus brillantes ojos azules, más claros
que los de Eduardo y más hipnotizantes, mientras su claro pelo rubio
cae sobre estos.
—La otra
noche—me atraganto y me dan ganas de salir corriendo—, lo que
paso en tú habitación—el rubor se deja ver al fin en mis
mejillas.
—Ya lo
recuerdo—sus pupilas se dilatan de pronto, no sé si es porque ya
ha anochecido o porque…—. ¿Qué sucede?, ¿hice algo malo?—me
mira con una mirada triste, como la de un niño que hace pucheros
delante de sus padres. Una mirada que hace que me derrita.
—No es
eso… bueno, Dios ¿cómo lo digo? —hablo sin parar mientras evito
mirarle al rostro.
A mi lado,
Delf espera pacientemente mis palabras.
—Bueno…
esto… no sé cómo decirlo—balbuceo sin parar—¿no recuerdas
nada en particular?. Ya sé que tenías fiebre y tal pero...
—Sí—me
mira fijamente—, lo recuerdo muy bien...—Pasa su mano por detrás
de mi cabeza y deshace mi pelo recogido y mechones de pelo negro caen
sobre mis hombros y sobre la manta que tengo sobre estos.
Delf se
acerca hacia mí, y voy cerrando los ojos lentamente, mientras él
cierra los suyos. Pero los abro de golpe y lo encuentro abrazándome.
Creí que
iba besarme, pero me ha abrazado. En vez de apartarlo, le correspondo
el abrazo.
—Julia…—Me
susurra dulcemente al oído y su aliento me hace cosquillas—. Te
amo...
—¿Qué?—exclamo
en voz alta, tanto que despierto a Eduardo, que se incorpora, con su
pelo revuelto sobre su cara.
—¿Qué
ocurre?—cuando ya es consciente de la situación, se queda muy
serio—. Vaya... con que haciendo cosas a mis espaldas.
—No es lo
que parece—digo, aunque no sé por qué digo estas cosas
exactamente, no tengo porque darle explicaciones.
—Está
dormido—me dice Eduardo, y mira a Delf que duerme como un bebé
sobre mi hombro.
Lo tumbo en
la sábana y le tapo con la manta que tengo sobre mis hombros.
Miro a
Eduardo con el ceño fruncido, pero el joven ni siquiera sonríe, no
tiene expresión en el rostro.
—Te dije
que me enfrentaría a cualquiera que se interponga entre nosotros.
—No hay
nada entre nosotros, ni nunca lo habrá, y respecto a él—miro
hacia Delf, que duerme plácidamente, ajeno a todo—. No siento nada
más por él, que no sea cariño.
—Qué
alivio que digas eso—Eduardo se arrastra hasta mi lado en la sábana
y se coloca enfrente de mí—. Creí haber oído durante un
instante “Julia, te amo”
de los labios de ese chico.
—Pensé
que estabas durmiendo—Le digo tajante, pero todo mi rencor
desaparece cuando me acaricia delicadamente la cara y luego juega con
un mechón de mi largo pelo negro.
—Ese chico
es un cobarde, te dice te amo y luego se duerme, y creo que no es la
primera vez, ¿verdad?—Mi expresión me delata y Eduardo sonríe—.
Sin embargo yo te lo digo sin problemas... Te amo, Julia.
—Cierra la
boca—me aparto de él bruscamente y sorprendido aun con su mano en
el aire, allí donde estaba mi pelo, se levanta y se va al otro
extremo de la sábana donde se tumba para dormir.
Yo me tumbo
al lado de Delf, y me tapo con parte de su manta y allí, sobre el
hombro cálido de ese chico, mientras contemplo la preciosa y
estrellada noche, me duermo entre confusión y lágrimas, y sus
cálidos brazos.

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