16 de noviembre de 2012

Encrucijada de Lágrimas- Capítulo 11


                                                                     >11<
El chico se retuerce sobre mí, y luego se incorpora, con mi cuchillo en la mano para apuntar a Eduardo con él.
Está a punto de clavarle el cuchillo cuando muestra sorpresa.
Eduardo, ¿qué haces?—el joven deja caer su mano a su lado mientras mira a Eduardo con desconfianza.
La sangre se extiende por su brazo y cae en pequeñas gotitas desde sus dedos hasta el suelo.
Lo mismo podría preguntarte a ti—Eduardo, serio, suelta lentamente la espada que tiene en su mano en el suelo. Al instante reaparece Delf tras la luminosidad.
¿Qué es ese prodigio?—cuestiona el joven, mirando con asco a Delf—. ¿Y que demonios haces con la chica?, debías matarla—termina señalándome.
Este es Delf y un amigo—.Hace una pausa, tras presentarlo y riendo entre dientes, probablemente ni él mismo creería que algún diría algo así—.Y ella es Julia, habrás oído hablar de ella, y también sabrás cuales son mis órdenes.
Ah, ¿sí?—sonríe mostrando sus dientes—. He escuchado por ahí que estás enamorado de ella y por eso rechazas casarte con Elena.
Adrián, esto no te incumbe—la voz de Eduardo se había elevado casi gritando—.Largo de aquí. Tengo trabajo que hacer.
¿Ir con el enemigo?—pregunta Adrián, enojado y apretando su hombro herido cubierto de sangre—.Estás loco. A veces no te entiendo.
Vete de aquí—Volvió a ordenarle Eduardo.
Para que lo sepas, fue tu padre quien nos ordenó comprobar su hacías tu trabajo—Adrián se gira hacia mí de nuevo, y lanza el cuchillo a unos centímetros de mi mano—.Es tuyo.
Se agacha y coge su espada para guardarla en su vaina, que estaba a mi lado en el suelo húmedo. Una mueca de dolor atraviesa su rostro.
Adrián, a grandes zancadas se dirige hasta los otros esbirros. Les susurra algo inaudible desde donde me encuentro y se marcha, sin tan siquiera mirar a Eduardo.
Delf se acerca a mí rápidamente.
¿Estás bien?—me pregunta. Sus pestañas doradas, húmedas, parecen más oscuras y gotas de lluvia caen por su mejilla como lágrimas. Me ayuda a incorporarme y me devuelve mi bolsa, que me cuelgo a la espalda junto con la vaina vacía. Me resulta familiar y me reconforta.
Sí, lo estoy—me limpio las gotitas de sangre de Adrián de la cara, con el borde de la manga de la camisa—. Te llamé de manera instintiva…sin pensarlo… Me sonríe levemente pero aun está preocupado—. ¿De verdad no te ha hecho nada?
De verdad—me giro hacia Eduardo—. Gracias, si no hubiese sido por ti…
No importa—me interrumpe, alzando su mano—Es lo mínimo que puedo hacer por la mujer que amo.
Me tenso al oír esas palabras, pero aunque noto mi cara ardiendo, puedo concentrarme lo suficiente para observar las miradas que se lanzan Delf y Eduardo. Miradas que yo no puedo comprender...

***
Grandes montañas grises con las cimas nevadas se divisan a lo lejos en el paisaje. Ya entrada la tarde, el color púrpura del cielo dibuja el horizonte.
Había dejado de llover.
Mira, ya casi llegamos—dice Eduardo rompiendo el silencio.
Sí—es lo único que digo y lo único que puedo decir—Eduardo…—. Gira su cara hacia atrás para mirarme—. ¿Quiénes eran esos hombres?
Mercenarios a sueldo pagados por mi padre—le miro incrédula—. Querían asegurarse de que yo conseguía arrebatarte el tesoro de tu abuela.
Sin importar las vidas de esas personas ¿No?—le fulmino con la mirada, cargada de odio, mientras Delf suspira.
Yo nunca estuve conforme sobre matar o intentar matar a alguien. Jamás te mataría a ti, aunque me lo ordenasen.
Eso es porque estás enamorado de mí—cruzo los brazos, y mi bolsa choca contra mis piernas.
Yo nunca dije estar enamorado de ti—.Le miro enarcando una ceja—. Yo te amo, que no es nada comparado con el “enamoramiento”. Eso para mi es muy infantil... Aunque no te lo reprocho, aun eres una niña...
Cállate—le interrumpo con voz ronca—. No quiero hablar nunca más de este tema contigo...—. Me acerco a él a grandes zancadas y le quito mi bolsa de la ropa de encima —. No me trates como una inmadura que no entiende de amor.

Me alejo de los chicos y me acerco a la hierba suave y verde que hay cerca del camino y saco una de las mantas que el gobernador nos dio. La extiendo sobre el suelo y pongo otra, bien doblada, sobre uno de los bordes, mientras me siento encima y saco algunas viandas, pan y agua.
Eh...—es Delf el que se acerca a mi y se arrodilla para estar a mi altura—. Tengo en mi bolsa algo de tarta de queso... si quieres...
Gracias—le muestro mi mejor sonrisa, mientras Eduardo se acerca a nosotros y se sienta, en silencio, en uno de los bordes de la sábana.

***
Le doy un mordisco al trozo de tarta de queso, y luego sedienta, doy un gran trago de agua.
Delf, a mi lado me sonríe mientras da buena cuenta de una barra de pan y come una pequeña porción de la tarta. Eduardo repitió dos veces y luego cayó dormido, o al menos eso creía yo.
Delf, acercándose mucho a mí, me pasa la manta sobre mis hombros para resguardarme del frío.
Gracias—le agradezco y miro hacia atrás para comprobar si realmente Eduardo está dormido. Creo que sí. Tengo que hablar ahora o nunca—Delf... ¿Cómo es que antes te transformaste?
Ya te lo dije, cuando estás en peligro me convierto si tú me lo pides y...
No es eso—le interrumpo—creí que habías dicho que estabas herido...
Bueno—Delf cierra sus ojos durante un momento, y por un instante creo que está a punto de gritar—ya estoy mejor—termina por decir, mostrándome su mejor sonrisa.
También es curioso que si susurro tu nombre o simplemente lo pienso, apareces y te conviertes en un arma para mí —declaro mirando al horizonte del prado, completamente consumido por la oscuridad de la noche.
—Es el resultado de la conexión que se creó cuando me necesitaste por primera vez —explica con una mueca de satisfacción —. Estamos conectados por extraño que parezca decirlo…
Reímos levemente, mientras Eduardo se revuelve a nuestras espaldas, y yo me lanzo para recitar mi pensamiento.
Y otra cosa…—digo al fin... tengo que preguntarle por la otra noche. Me muerdo el labio inferior hasta hacerme daño.
Pregúntame lo que quieras—me mira con sus brillantes ojos azules, más claros que los de Eduardo y más hipnotizantes, mientras su claro pelo rubio cae sobre estos.
La otra noche—me atraganto y me dan ganas de salir corriendo—, lo que paso en tú habitación—el rubor se deja ver al fin en mis mejillas.
Ya lo recuerdo—sus pupilas se dilatan de pronto, no sé si es porque ya ha anochecido o porque…—. ¿Qué sucede?, ¿hice algo malo?—me mira con una mirada triste, como la de un niño que hace pucheros delante de sus padres. Una mirada que hace que me derrita.
No es eso… bueno, Dios ¿cómo lo digo? —hablo sin parar mientras evito mirarle al rostro.
A mi lado, Delf espera pacientemente mis palabras.
Bueno… esto… no sé cómo decirlo—balbuceo sin parar—¿no recuerdas nada en particular?. Ya sé que tenías fiebre y tal pero...
Sí—me mira fijamente—, lo recuerdo muy bien...—Pasa su mano por detrás de mi cabeza y deshace mi pelo recogido y mechones de pelo negro caen sobre mis hombros y sobre la manta que tengo sobre estos.
Delf se acerca hacia mí, y voy cerrando los ojos lentamente, mientras él cierra los suyos. Pero los abro de golpe y lo encuentro abrazándome.
Creí que iba besarme, pero me ha abrazado. En vez de apartarlo, le correspondo el abrazo.
Julia…—Me susurra dulcemente al oído y su aliento me hace cosquillas—. Te amo...
¿Qué?—exclamo en voz alta, tanto que despierto a Eduardo, que se incorpora, con su pelo revuelto sobre su cara.
¿Qué ocurre?—cuando ya es consciente de la situación, se queda muy serio—. Vaya... con que haciendo cosas a mis espaldas.
No es lo que parece—digo, aunque no sé por qué digo estas cosas exactamente, no tengo porque darle explicaciones.
Está dormido—me dice Eduardo, y mira a Delf que duerme como un bebé sobre mi hombro.
Lo tumbo en la sábana y le tapo con la manta que tengo sobre mis hombros.
Miro a Eduardo con el ceño fruncido, pero el joven ni siquiera sonríe, no tiene expresión en el rostro.
Te dije que me enfrentaría a cualquiera que se interponga entre nosotros.
No hay nada entre nosotros, ni nunca lo habrá, y respecto a él—miro hacia Delf, que duerme plácidamente, ajeno a todo—. No siento nada más por él, que no sea cariño.
Qué alivio que digas eso—Eduardo se arrastra hasta mi lado en la sábana y se coloca enfrente de mí—. Creí haber oído durante un instante “Julia, te amo” de los labios de ese chico.
Pensé que estabas durmiendo—Le digo tajante, pero todo mi rencor desaparece cuando me acaricia delicadamente la cara y luego juega con un mechón de mi largo pelo negro.
Ese chico es un cobarde, te dice te amo y luego se duerme, y creo que no es la primera vez, ¿verdad?—Mi expresión me delata y Eduardo sonríe—. Sin embargo yo te lo digo sin problemas... Te amo, Julia.
Cierra la boca—me aparto de él bruscamente y sorprendido aun con su mano en el aire, allí donde estaba mi pelo, se levanta y se va al otro extremo de la sábana donde se tumba para dormir.
Yo me tumbo al lado de Delf, y me tapo con parte de su manta y allí, sobre el hombro cálido de ese chico, mientras contemplo la preciosa y estrellada noche, me duermo entre confusión y lágrimas, y sus cálidos brazos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario