El frío suelo metálico de mi rincón secreto me estaba traspasando la piel desnuda de mis piernas. Mis pies descalzos temblaban. Por mucho que me abrazara a las piernas, el frío no se iba.
Un hedor insufrible me rodeaba y trataba de respirar lo menos posible para evitar el olor. El ruido de fuera me mantenía alerta tanto tiempo que mis músculos estaban doloridos por la tensión acumulada tras 30 minutos de ocultación.
Los verdugos que me buscaban fuera sin descanso tenían cuerpos amorfos, indescriptibles, inhumanos. Desprendían babas negras de algo similar a una boca y sus piernas, largas y delgadas, se doblaban de forma nauseabunda.
Corrían muy deprisa, pero pude más que ellos, aunque eso me costase perder mis zapatos y destrozarme las rodillas en múltiples caídas, dejando atrás mis pantalones en una de ellas. Ahora, en ropa interior y una simple camiseta sin mangas cubriéndome el pecho que ocultaba un corazón desbocado, mi piel se erizaba de miedo y congelación.
Los minutos pasaban lentos, me guiaba por instinto, pues mi reloj de muñeca se había paralizado en una de las caídas, rajando el cristal. Mi pelo era un amasijo recogido en una coleta mas bien deforme que se rizaba en la nuca con la ayuda del sudor helado que me recorría la espalda. Me costaba recuperar el aliento después de la carrera de escape, además de evitar respirar el hedor de antes que, cada vez que mis perseguidores se acercaban a mí sin verme en realidad, aumentaba.
No sabía ni podía imaginarme que buscaban de mí, pero mi vida se debatía en una lucha interna y externa que me dejaba exhausta. Notaba como mis ojos se cerraban pese a que mi sangre corría como fuego por las venas y el corazón palpitaba con una inyección de adrenalina en el organismo.
Transcurrieron 10 minutos más y un silencio sordo se desplomó a mi alrededor. No podía oír ni mi respiración, obligada a ser tranquila y pausada, todo lo contrario a mi estado de ánimo.
El miedo volvió a apoderarse de mí y noté como las pupilas se dilataban en la oscuridad tratando de escudriñar algo en las tinieblas que se abrían ante mí.
Algo se acercaba, algo me estaba observando en la distancia. Percibí otra respiración acompañándome en mi escondite. Una presencia que acortaba los metros entre los dos.
Podía oír mi corazón bombeándome sangre en los oídos. La cabeza me palpitaba tanto que creí que mi cerebro estaba empujando para escapar del cráneo.
Un sonido viscoso se escuchaba cerca de mis piernas, algo me rozaba los dedos, recogí mis pies y los acerqué aún más a mi cuerpo, pero el roce continuaba.
Alargué mi mano hacia delante, en busca del motivo del roce y mis dedos notaron algo en la penumbra. Un olor dulzón invadió mis fosas nasales y de pronto...
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