Tú eres mi fuego. Mi fiebre respetada, mi ardor correspondido.
Eres mi fogata de verano y mi sol abrasador. La hoguera donde contar historias, la chimenea ardiente donde protegerse del frío.
Yo soy Ícaro, aquel que cometió el error de acercarse demasiado al sol. Quemaste mis alas con tu manto cálido y ahora estoy en el suelo. Rota, marchita y chamuscada.
Me abrasas con tus manos, me hieren tus besos ardientes y me derriten tus abrazos. Pero como me encantan...
Me consumes con tu mirada, fogosa y excitante. Pero también me encanta. Me envuelves por completo, tu calidez me absorbe e hipnotiza.
Tus palabras son miel para los oídos, tus besos saben a fresa y tus dedos hacen cosquillas en mi piel pálida.
Adoro cuando recorres con las yemas cada centímetro de mi espalda, buscando las puntas de mi larga melena castaña. Enredas los dedos en mis rizos y acaricias mis orejas atravesando el mar de cabellos.
Sujeta bien mis caderas, porque se me tambalea el mundo cuando me rozas. Fuego, deseo, pasión.
Todo entrando en acción... al mismo tiempo que mi corazón se vuelve loco y mis oídos se taponan con el subidón que sufre mi torrente sanguíneo.
Me provocas confusión, seguridad y muchas más emociones, algunas incluso difíciles de explicar pero una cosa si puedo decir para acabar.
El fuego puede quemar, pero el hielo aún más.

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