La música sonaba de fondo. Las risas de la fiesta, los amigos bailando y las luces apagadas.
Lucía y Javier estaban sentados en un sofá en una esquina del salón. Llevaban varios largos minutos sentados allí. Contando los pesados segundos que pasaban en el reloj sin que ellos se rozasen las manos.
Querían mirarse a la cara, pero entre la oscuridad y los efectos del alcohol que hacía efecto en ellos, haciendo imposible pararse derechos de pie, se hacía difícil siquiera entablar una conversación de miradas.
Javier quiso acabar con ello y fue el primero en realizar un movimiento, tras dar un largo y último trago a su copa. El alcohol corría como la pólvora por su torrente sanguíneo.
Agarró la mano de Lucía, de dedos cortos y uñas cuadradas, con la suya, de dedos largos y finos. Le hizo cosquillas a la muñeca y fue bajando hacia la palma.
Lucía miraba las manos, no quería mirarle a él. Los ojos grises de Javier la hacían temblar.
Y ahora mucho más, ya que el gris de Javier había sido engullido por un negro intenso debido a la oscuridad de la sala.
Aunque Javier prefería pensar que era por estar frente a Lucía. Una chica menuda, de cabello corto y color caoba, el cual se le rizaba a la altura de la barbilla, allí donde acababan los mechones.
La mano de Lucía sudaba de sobre manera pero poco le importaba. Colocó sin pensarlo demasiado, quizás por el alcohol en su sangre, la cabeza sobre el hombro de Lucía y respiró profundamente, relajando la tensión que le corría por la espalda.
"¿Bailamos?", un leve murmullo en el oído bastó para hacer girar en rotundo la cara de la joven, hasta ahora escondida entre su pelo, cabizbaja.
Lo miró con intensidad, intentando escudriñar en la oscuridad lo que Javier pretendía con aquella pregunta.
Decidió asentir con la cabeza y con la ayuda de una mano fuerte que la sujetaba desde hacía ya unos minutos, se pusieron en pie y una canción lenta comenzó a sonar de forma automática. Aquella situación tan cinematográfica sacó una sonrisa a Lucía, que colocó sus brazos en el cuello de Javier, poniendo éste las suyas en la cintura de ella.
Las miradas ardían sobre la piel de Lucía. Notaba la pupila de su compañero de baile puesta en cada fragmento de desnudez que su vestido podía dejar ver.
Los ojos de Javier pasaban de estas zonas a los ojos de Lucía y de ahí a su boca. A intervalos con este recorrido, fue acercando su rostro más y más al de la chica. Y con unos larguísimos segundos eternos, fue Lucía quien finalmente empujó su rostro contra el del chico valiéndose de la mano en la nuca para ello.
Se fundieron en un beso que iba desde lo más inocente hasta lo más pasional, cambiando la variación cada poco.
Llevaban tanto tiempo esperando por esto que apenas podían dejarse respirar el uno al otro. No había lugar para separarse, el beso era continuo, con jadeos nerviosos rozando contras las bocas.
Ignoraban las miradas curiosas de sus amigos del instituto que los observaban entre risas desde la pista de baile. Silbidos, quejas, griterío y comentarios obscenos se convertían en un lejano eco para los protagonistas del momento.
Cuando por fin se despegaron, cogieron tanto aire que pareciese que a la habitación le faltaba el oxígeno suficiente para ambos. Javier colocó un mechón caoba que anda revuelto tras la oreja de Lucía. La chica agachó la mirada, apretando los labios nerviosa y evitando mirar al chico.
Un beso en su nariz la hizo reaccionar y se topó con la sonrisa más preciosa que había visto nunca.
Javier le gustaba desde hacía mucho pero jamás le había visto sonreír de ese modo, e hizo que su corazón diese un vuelco y por ello y también fruto del alcohol y la adrenalina del momento, volvió a besarle y el tiempo se congeló en ellos dos y en su momento mientras el reloj daba las 6 de la mañana.
El sol comenzaba a asomar por el horizonte, filtrándose por las ventanas del salón de la casa e iluminándoles con la luz rosada propia del momento más hermoso en la vida de Javier y Lucía.

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