9 de agosto de 2018

Presión

Ha vuelto la presión en el pecho. Esa que ahoga los pulmones.
Se te encharcan de lágrimas, toses y escupes sangre. ¿Te duele? Sigue sufriendo, grita mi conciencia.

La música únicamente me calma ahora, tengo miedo de abrir los ojos y chocarme con la realidad.

No te quites los auriculares, sube el volumen, apaga las luces y no despegues los ojos, es hora de descansar. No grites, no articules palabra. El sonido es ahora el mejor aliado.

Como te extrañaba... mi amiga la escritura, mi mejor oyente, compañera de fatigas y de ganas de morir.

La garganta se te seca y el corazón te duele. El mismo que empuja con violencia desmesurada las paredes del pecho. Quiere salir, prefiere estar en el frío mundo real que en el infierno interior que le aprisiona.

Si yo pudiera también escaparía de mi jaula personal. Una fuga de escape, quitando la música, lectura o escritura es llorar. Llorar para aliviar la presión. Sí, aliviarla, porque jamás se quita.

La zorra se pega a ti como una pulga al cabello de un animal. No te deja sonreír, ni siquiera te permite aparentar frente a otras personas.
Te rompe la coraza, te hace transpirar demasiado, llorar sin control y te oprime el estómago llegando incluso a vomitar.

Necesito ayuda. Pido socorro a la pequeña Sandra que se haya escondida en lo más profundo de mí.
Esa que ríe ante todo, que hace bromas para restar presión a lo malo que pasa. Esa que ayuda a los demás más que a si misma.
Esa Sandra es la que reclamo ahora que haga su aparición triunfal, venga hasta a mí, me seque las lágrimas, me de un toquecito en el hombro y diga "Todo pasará".

Porque yo la creeré.


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