4 de diciembre de 2017

Invierno

Metí mis manos en los bolsillos de mi abrigo, protegiéndolas del frío viento matutino.

La parada de autobús tenía menos personas de lo habitual. Mi metro ochenta de altura me permitía observar los movimientos y rostros de los presentes.

Entre el gentío de baja estatura, me sentía gigante ajeno a todos ellos. Apartado de sus vidas. 
Hasta que un pequeño movimiento captó mi atención...

Era una chica menuda. Jamás la había visto. Su cabello era castaño claro y con un liso perfecto a pesar de la humedad se colocó a mi lado, con la cabeza gacha en sus zapatos y unos cascos a cada lado de su oreja.
Su pelo, con aspecto de ser muy suave al tacto, lo llevaba recogido en un moño desaliñado, así que me dejaba ver sus diminutas orejas. Eran preciosas.
Ella lo era también.

Por un momento me asusté porque alzó la vista hacia mí, pensando que podía leer los pensamientos, me sonrojé sin darme cuenta de ello. 
Pero la chica no me miraba a mi, buscaba el cartel donde los autobuses decían cuanto tiempo les quedaba para llegar. 

La observé por el rabillo del ojo. Su expresión era de frustración. Seguramente llegaba tarde a alguna parte. Su nariz era pequeña, como ella. Y sus ojos grandes y verdosos estaban lagrimosos por los múltiples bostezos que tenía.

No dejaba de mirar su reloj mientras hacia movimientos rítmicos con el pie. Me pregunté qué música estaría escuchando. 
Noté que mi corazón se aceleraba bajo mi grueso abrigo cuando la chica se acercó a mi porque más personas comenzaban a llegar y a la apretaban contra el rincón de la parada donde yo me encontraba.
No podía dejar de preguntarme cómo se llamaría, qué edad tendría, si estudiaría o trabajaría y en qué. ¿Dónde viviría? Quería saberlo todo de ella. Hasta cual era su película favorita o si era más de mar o montaña.

Estaba muy nervioso al tener a aquella desconocida a mi lado y no entendía el porqué. Pero estaba rezando a algún Dios que estuviese escuchándome para que fuese en el mismo bus que yo.

Pero por fin, tras unos 10 minutos que para mi se hicieron cortos, un autobús que no era el mío llegó y la chica se dirigió a paso rápido hacia él. Y me quedé solo de nuevo, rodeado de más personas cuyos rostros no reconocía, mientras observaba embobado como la joven se subía al vehículo y se alejaba de mí.

Pero consiguió alegrarme aquella gris mañana, pues pude atisbar como me miraba desde la ventana del autobús en marcha y me dedicaba la sonrisa más bonita que jamás había visto.
De verdad que era preciosa.
Lo era.
Lo es.

ATTE:

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