15 de octubre de 2015

Áspera agonía.

Hace ya unos cuantos días, sufrí el mayor ataque de ansiedad que he tenido en mi corta vida.
Consistente en llanto descontrolado, pulmones inútiles y extraña violencia.
Comencé a golpear todo a mi alrededor, solo mis nudillos y las paredes, suelos, muebles...

Fue más agonizante y doloroso que el despertar de la horrible pesadilla. Fue sentir la muerte dentro de ti, que tu vida terminaba en ese preciso instante. Sientes que te ahogas, cuando realmente continúas respirando, pero no eres consciente de ello.
Tanto tú como tus pulmones luchan por atrapar oxígeno, y lo hacen, solo que no lo sabes.
Las lágrimas sin freno, caían como un caudaloso río por las mejillas. Ojos rojos, hinchados y palpitantes en el después. Crees que tanta agua podría hasta producirte deshidratación, en los más dramáticos casos.

Trascurridos unos minutos, notas que tu corazón se calma, -su movimiento, no sus emociones-, y aparece un bajón de cansancio que te deja agotada, exhausta. Casi tanto como si hubieses corrido kilómetros y parado de golpe.

La cabeza te palpita, incesante y agónica. ¿Crees que alguien puede calmar esa tempestad que se remueve en el que hasta el momento era un despejado cielo de tu alma?, nadie puede, más que tú mismo.

¿Y si no lo logramos?, entonces las lágrimas seguirán fluyendo y desearás la muerte, pero tendrás algo peor que eso... lo que será morir en vida.



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