Una joven de largo cabello rubio y ojos color miel de diecinueve años de edad, está empotrada en una silla de ruedas por una pierna escayolada, la derecha exactamente, y mira incansablemente por la enorme ventana al paisaje oscuro de la ciudad envuelta en la noche.
Una enfermera de mediana edad, con el cabello cobrizo recogido en un desaliñado moño se acerca a la joven.
–Alicia debes irte a tu habitación, es muy tarde para estar dando vueltas por el hospital, todos duermen ya...- La chica rubia no replica, ni siquiera mira el rostro de la enfermera.
La trabajadora del hospital la aparta delicadamente de la ventana y por los oscuros pasillos la lleva hasta su habitación en la séptima planta. Con la poca ayuda que muestra la joven, la enfermera la tumba en la cama y tras darle las buenas noches sale de la estancia en silencio, cerrando la puerta tras de si.
Alicia escudriña con sus ojos miel el techo de la sala. Unas lámparas alargadas muy parecidas a las que se colocan en los invernaderos darían luz a la habitación si estuviesen encendidas.
La chica se incorpora y analiza su entorno. No se oye sonido alguno, solo su respiración y la preciosa melodía de la lluvia al chocar contra las ventanas. Hacía meses en Alicia llevaba encerrada en el hospital.
Mientras viajaba a la playa con sus padres el verano pasado, tuvieron un accidente y sus padres murieron. Ella sobrevivió y solo con una pierna rota. Ahora espera que el día que le den el alta, su tía perdida aparezca de algún lugar del planeta y la lleve lejos del hospital.
Alicia había pasado su décimo noveno cumpleaños entre aquellas paredes. Tenía amigos de todas las edades, y tras el accidente perdió contacto con su novio David, nada se sabe de él ahora.
–Tengo que levantarme – Murmura Alicia mientras se incorpora en la cama con gran cuidado. Lentamente se sienta en el borde de la cama, se acerca la silla de ruedas y salta sobre ella.
El sonido que produce se escucha por toda la planta, al haber tanto silencio, el mínimo ruido alertaba a todos.
–Mierda... – Se lamenta Alicia mientras da velocidad a su silla de ruedas con las manos. Sale de la habitación al pasillo y da con más fuerza en la ruedas para coger carrerilla hasta llegar a los ascensores.
Se sube en él y pulsa el botón al último piso la planta duodécima. Esa planta lleva abandonada años, y es el lugar idóneo para olvidarlo todo y por qué no, perderse ella también.
La puerta del ascensor se abre y Alicia avanza vacilante hacia el interior de la planta. Todo completamente silencioso, pero este silencio da más miedo que el silencio común nocturno.
La puerta del ascensor se cierra y todo queda oscuro. La chica de pelo rubio se sumerge entre el polvo y oscuridad de aquel lúgubre lugar. Sonidos de ratas moviéndose entre los escombros, el crujir de los muebles y el estridente sonido que hacía las ruedas de la silla al pasar sobre los cristales rotos.
Allí hacía frío, pero no un frío común, Alicia sentía los mismos escalofríos que sintió cuando fue al cementerio por primera vez en su vida con trece años. Aunque también es posible que con solo su pijama de invierno, azul con pingüinitos y su pantalón improvisado para no perturbar a su descomunal escayola, no fuera suficiente protección para aquella temperatura.
Otro sonido, el de un batir de alas. Al momento Alicia se asoma a la habitación abandonada de la que procede. Se inclina en su silla y mira por el borde del marco de la puerta. Una camilla de hospital desecha, con las sábanas esparcidas por la habitación a su alrededor y una ventana rota por la que entraba un gélido viento y tres palomas se acomodaban entre ellas para darse calor.
Alicia sigue avanzando por el pasillo solamente iluminado por los intermitentes rayos plateados de la luna que entraban por las múltiples ventanas. Una sombra al final del pasillo junto a los servicios de los empleados llama la atención de la curiosa Alicia y se acerca a ella esquivando con especialidad los obstáculos con su silla.
Con cuidado entra en los servicios pero ni rastro del dueño de la sombra. Un ruido fuerte procede de la habitación de las palomas. La muchacha se asoma desde la puerta de los baños al pasillo. Nada, silencio de nuevo. Los vellos de la nuca de la chica se erizan y comienza a sudar, sudor frío. Despacio y con más discreción que rapidez, se acerca a la habitación de las palomas. Entra otra vez y observa más cerca a las tres amorosas aves que seguían allí abrazadas. Una sensación de que alguien la observaba, despierta el instinto de Alicia para girar la silla muy deprisa. Y entonces lo vio con claridad gracias a los tenues rayos de la luna. Un chico de más o menos su misma edad o incluso más mayor, con unos vaqueros negros, descalzo y el torso musculoso y pálido al descubierto, está plantado en el umbral de la puerta. El chico de pecho pétreo la mira asombrado, algo blanco se mueve tras el joven pero no se veía muy bien.
–¿Quien eres? – Pregunta Alicia asombrada, en parte por la belleza del joven y en parte por su silenciosa aparición, aparte de también terrorífica. Retrocede con la silla hasta tocar la pared con sus manos.
El chico no responde y la mira asombrado también, como si estuviera sorprendido de que le hablase o le viera. Avanza al interior de la habitación pero algo le interrumpe el paso al querer entrar por la puerta.
–¿Que ocurre? – Pregunta primero Alicia mientras intenta buscar la razón por la que el chico no puede entrar. –¿Quien eres?, ¿que haces aquí?.
El chico sigue sin responder y esto hace enfadar a la chica. Alicia avanza hacia a él, ahora sin miedo. Sería un paciente extraviado, y con falta de ropa...
–No me toques – Dice el chico al fin, una voz grave pero agradable y melódica. El timbre de voz amenazante que usa hace retroceder a la joven.
–¿Quien eres? Respóndeme de una vez – Ordena Alicia ahora enfadada, pero aun sintiendo curiosidad.
–Me llamo Harry – Se presenta mientras cruza los brazos sobre su pecho a modo de taparse un poco.
–Yo soy Alicia, pero eso no contesta a mi pregunta – Alicia se pega a la penosa cama y se cruza de brazos también.
–¿Qué era...? – Comenta Harry con fingido despiste. Algo que hace que Alicia se irrite aun más.
–¿Qué haces aquí? – Vuelve a preguntar Alicia haciendo un mohín e intentando ignorar sus tonterías.
–Lo mismo que tú supongo, con problemas físicos y de salud y me ingreso en el hospital –Dice mientras pasa la mirada del rostro de Alicia a su pierna escayolada y en el aire que le apuntaba.
–Pero esta planta está abandonada ¿o no se nota? – Pregunta Alicia con sarcasmo y dirigiéndose a la puerta.
No quería estar con este loco ni un segundo más. De pronto el chico comienza contraerse y a quejarse de un mudo dolor. Produce un grito ahogado y acto seguido cae al suelo, inmóvil y pálido como su pétreo torso.
–¿Estas bien? ¿Harry? – Grita desesperada Alicia mientras salta de la silla y cae al suelo junto al chico. Se arrastra hasta él y lo apoya en la pared. Tras unos quince minutos el joven recupera la conciencia y sin poder remediarlo, la causa de su desmayo sale a la luz.
Unas hermosas alas blancas de ángel se extienden apretadas contra la sucia pared del pasillo.
Alicia se aparta asustada pero a la vez maravillada.
–Es precioso – Alicia intenta tocar las alas pero Harry se aparta antes de que sus dedos tocasen un poco.
–Déjame – Harry se pone en pie rápidamente y tras echar un fugaz vistazo al rostro compungido de Alicia, se apoya en el alfeizar de la ventana y tras impulsarse salió volando a gran velocidad en dirección a la oscuridad de la ciudad.
Alicia aun un poco trastornada, intenta ponerse en la silla apoyándose en la pared. Una vez sentada en ella se acerca a la ventana, y solo entonces se da cuenta de que había dejado de llover y ahora solo caía al suelo desde el cielo, plumas blancas que se balanceaban al caer.

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