Epílogo
La vida tiene momentos tristes y momentos felices, pero para Sandra, los momentos felices habían llegado a su fin. Había perdido a Alejandro, y ahora estaba sola, pero al menos tenía a su familia. Sus 2 hijos, y su maravillosa hija que ahora esperaba un bebé, que para Sandra, sería un nieto más...
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Una anciana, con el pelo lleno de canas, y el rostro repleto de arrugas, miraba a dos tumbas que se encontraban delante de ella, su mirada era nostálgica y extraña, estaba perdida en sus pensamientos, soñando despierta.
Pensaba en los días que pasaba con su marido, ya fallecido...
Se había enamorado de él en quinto de primaria, y desde entonces se había quedado prendada de él, a sus 11 años. Había luchado y luchado, con la ayuda de sus amigas Lucía y Sara, que a saber donde estarían en ese instante, y a las demás, María, Marina, Rocio, Ana, y luego estaban Roberto, Gonzalo y Daniel..
Daniel había estado enamorada de ella, desde el mismo día que había hablado ella con Alejandro por primera vez, e incluso cuando ella cortó la relación con él, él siguió amándola, hasta el día de su muerte que fue con solo 15 años, en un incendio en su casa. Sandra había estado llorando su pérdida durante 6 semanas, ya que para ella, había sido su mejor amigo, desde que habían empezado a salir todos juntos, y Roberto también estuvo enamorado de ella, pero eso fue más pasajero, aparte de que nunca llegaron a salir...
Pero no todo era felicidad, también había estado Andrea, la ex-novia de Gonzalo, que amenazó a Sandra un par de veces, y esta había respondido golpeándole la cara. Era guapa, y se había enamorado de Alejandro, pero Sandra no consentía que flirteara con él y se ponía celosa.
Incluso en ese momento, con sus tiempos de juventud atrás, con tres hijos y 5 nietos y ya anciana, Sandra conservaba la pulsera de plata, con su nombre grabado en diamantes falsos que ahora si eran reales ya que al casarse Alejandro había pagado para que los cambiaran por unos diamantes de verdad, que este le había regalado por su decimocuarto cumpleaños.
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Una lágrima recorría el rostro arrugado de Sandra, en la tumba ponía el nombre de Alejandro y la fechas de nacimiento y muerte. Le había pedido a sus hijos que la llevasen al cementerio y la dejasen sola con su marido. Sus hijos creían que su madre deliraba, ya que esta decía, que cuando estaba junto a la tumba, Alejandro le hablaba. Evidentemente los hijos no lo creían y se compadecían de ella.
Siempre le llevaba flores, tulipanes rojos y rosas blancas, las mismas que llevó en su boda.
Al lado de la tumba de Alejandro se encontraba la de Daniel, Sandra había pedido expresamente que le enterrasen al lado de Daniel, para tenerlos juntos, a Daniel le llevaba hojas de menta, ya que significaba “Recuerdo”.
Una brisa primaveral hizo que Sandra se estremeciera por el frío y unos pétalos rosas del cerezo que había cerca, calló sobre el hombro de Sandra, que esta apartó delicadamente y se lo colocó en la palma de la mano, tras mirarlo durante unos minutos, sopló levemente sobre este e hizo que volase hasta llegar a la tumba de Daniel y se quemase con una vela que ella misma había colocado.
Recordó ver el cuerpo de Daniel en la ambulancia, cuando los bomberos le sacaron de su casa en llamas.
Totalmente quemado, la cara tenía parte de piel quemada, carne roja y en el límite de la herida, la piel estaba negra y chamuscada. Recordó querer ir hacia él y que los bomberos se lo impidieran, recordó llorar con el corazón encogido y que Alejandro la agarrara del brazo para girarla sobre su eje y abrazarla con fuerza.
Oía gritar de dolor a la madre de Daniel, una mujer humilde, con el pelo castaño y un marido trabajador de clase media. Vio llorar al padre de Daniel y
esa fue la primera vez que vio a un hombre adulto llorar de verdad.
Fue al cementerio con Alejandro y se llevó dos meses llorando sin parar, hasta que todas sus amigas les dieron ánimos para seguir adelante y continuar con su vida.
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Sandra llorando de nuevo, se seca las lágrimas y aparta la mirada de la vela de la tumba de Daniel y mira hacia la tumba de Alejandro.
Recuerda cuando se casaron, en una iglesia preciosa, ella llevaba un vestido blanco con flores beige, y un precioso ramo de rosas blancas y tulipanes rojos, y el pelo rizado recogido en un elegante moño, con un velo muy largo y un pasador dorado sobre este.
Recuerda la expresión de felicidad que tenía Alejandro en su cara cuando dijo “Sí” en el altar.
Cuando fueron de luna de miel. Esa noche que pasaron juntos en una playa agarrados de las manos, se tumbaron en la arena y allí, vivieron la mejor noche de toda su existencia. La primera vez de los dos, inexpertos pero con tranquilidad. Sandra estaba nerviosa, pero cuando Alejandro le susurraba al oído, se tranquilizaba...
9 meses después tuvo a su primer hijo al que llamo Daniel para recordarle, años más tarde a su hija Anastasia y meses después de saber que Alejandro tenía una enfermedad que acabaría con él, nació su último hijo, Francisco.
Ahora, lo único que puede hacer es esperar la muerte de ella misma, mientras visita cada Domingo el cementerio y recuerda hechos del pasado, llorar y sonreír, dependiendo de cada recuerdo y disfrutar de su vida sin Alejandro, con sus hijos y con sus nietos.
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Sandra, de nuevo absorta en sus pensamientos, es sorprendida por su nieto Álvaro, con solo 5 añitos ya sabe tantas cosas.
Agarra la mano arrugada de su abuela. Sus pequeñas manitas están cálidas al tacto con las de su abuela y con los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas la mira.
-Abuela tenemos que irnos- Le dice el pequeño mirando con impaciencia a su abuela.
Sandra le mira dulcemente y asiente.
-Dile adiós a tú abuelo- Dice Sandra levemente, casi como un susurro.
El pequeño obedece y gira la cabeza lentamente para mirar la tumba de su abuelo, al que nunca ha conocido y solo le ha visto en las fotos que su abuela le ha enseñado en casa.
-Adiós abuelo- Dice el pequeño, su voz es dulce y sin maldad, inocente.
El pequeño mira la tumba de al lado, la de Daniel, y la mira directamente y analizándola. Y entonces alza la mano y también se despide de él, con el mismo tono de voz que antes.
-Adiós tío Daniel- Dice Álvaro inconscientemente.
Sandra se sorprende, y a continuación sonríe levemente a su nieto más pequeño y le aprieta la mano, aunque no demasiado para no hacerle daño.
Sandra le hace una seña con la cabeza a su nieto que esta absorto en sus pensamientos mirando la tumba de su abuelo y la del “Tío Daniel”.
Los dos se giran a la misma vez y mientras sopla el viento de nuevo y hace que los pétalos rosas de los cerezos del cementerio vuelen libremente en el cielo, Sandra agarrada de su nieto se dirige a la salida del cementerio, dejando atrás, otro día más, los recuerdos de su vida, tanto tristes como felices.
Sin dejar de recordar los buenos momentos de su juventud, junto a sus amigos,y su esposo. Ahora espera el día de su muerte, para reunirse con él, pero mientras tanto vive feliz con su familia, como siempre ha hecho. Feliz....
FIN
 

 
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