Prólogo
Todo empieza en una
noche tormentosa, con rayos y un viento
huracanado, en una pequeña pradera, donde se encontraba una cabaña humilde,
hecha de piedra, barro y paja.
En su interior, una mujer
morena de mediana edad daba a luz a su
primera hija, una niña de pelo oscuro y ojos verdes esmeralda. La pequeña
lloraba con energía mientras su padre, un hombre dotado de algunas canas,
sonreía al ver a su pequeña. Ésta tenía el pelo pegado a la cabeza por los
restos de la sangre de su madre.
Su padre le retira la
sangre seca de la cara, y envolviéndola en una manta, se la entrega a su madre,
que la sujeta con delicadeza y la besa en la frente.
—Se llamará Julia
—sentencia el padre mientras le sonríe a su esposa.
Siete años más tarde...
Una mañana soleada de verano,
un padre y su hija, luchan espada contra espada, en una pradera verde y llena
de vida, junto a una humilde cabaña, de donde salía humo de la chimenea.
Una joven niña de siete
años de edad, con un pelo negro ondulado recogido en dos inocentes trenzas y
unos grandes ojos verdes, tenía en sus pequeñas manos una gran y afilada
espada, casi más grande que ella misma.
Su padre, con más canas que
siete años atrás, le enseñaba a su hija unas breves lecciones sobre el arte de la esgrima.
Cuando la pequeña se
equivocaba en algún movimiento, su padre la corregía y le hacía repetir el
movimiento hasta que lo hiciese bien.
La pequeña Julia, con siete
años, había crecido feliz con su padre y con su madre. Era una niña sana y
nunca había enfermado más allá de un simple resfriado. Al contrario de su madre
que estaba muy enferma y ahora, más que nunca, al borde de la muerte.
Julia no había podido
hablar con su madre desde que comenzó la primavera, ya que su padre se lo había
prohibido. Julia había oído hablar a su padre con el panadero, sobre la
enfermedad de su madre, sarampión.
Su padre le había explicado
varias veces que la enfermedad de su madre era muy contagiosa, y no debía
acercarse a ella por ahora.
Julia solo podía verla a
través de la ventana del cuarto de su madre desde fuera, su madre la saludaba
débilmente con la mano y cuando Julia le respondía sonriendo, su madre lloraba,
y Julia no entendía el por qué...
***
Cuatro meses después, en
octubre, el día del cumpleaños de Julia, la madre de la pequeña murió de
sarampión, su padre tuvo que explicarle muchas veces a la pequeña que era la
muerte y Julia con siete años cumplidos, tuvo que aprender que su madre nunca
estaría más con ellos...
***
Años más tarde en otoño, al
poco después de que Julia cumpliera los doce años, a su padre se le complicó un
resfriado y acabó muriendo, aunque al borde de la muerte, le entregó a su hija
un colgante que tenía en su interior una foto de él, su madre y Julia con unos cinco
años, y una llave, pero no le dijo lo que abría.
Julia, que hasta entonces
había cuidado de su padre enfermo en todo lo que podía y que, con solo doce años,
ya dominaba la espada mejor incluso que él, cazaba pequeños animales y los
cocinaba para ella y su padre.
Al quedar huérfana, Julia
fue llevada a un orfanato en el que estuvo hasta los dieciséis años, cuando la
expulsaron por ser mayor de edad con las únicas pertenencias, que eran; la
antigua espada de su padre, el colgante y la llave que éste le dio y un vestido
blanco con unos bordados de flores doradas.
Julia odiaba los vestidos,
por lo que guardó la ropa en la bolsa que ella misma había hecho a mano y se
quedó con lo que siempre se ponía, unos pantalones y una camisa blanca bastante
ancha y algo sucia. Siempre se recogía el pelo en una coleta, y guardaba la
espada en una funda de piel.
Y así, la madrugada de un
día de octubre, pocos días después de su cumpleaños, a la luz rosada y débil
del amanecer, Julia, ya con dieciséis años de edad, y unos ojos verdes
brillantes, atraviesa las puertas del orfanato donde se había criado desde que,
con doce años, había perdido a sus padres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario