Caluroso verano.

María estaba sentada en la toalla amarilla que su madre le había comprado para irse de vacaciones con sus amigos. Era la primera vez que lo hacía y estaba muy feliz estrenando también un bikini rosado que le formaba numerosos lazos en la espalda. Su madre le había reprochado que le dejaría marca pero poco le importó eso cuando lo encargó por Amazon.

Su piel blanca, aún más blanquecina por la alta dosis de crema protectora, estaba adquiriendo un tono dorado que le resultaba tremendamente hermoso. Sus amigos andaban chapoteando en el agua y sus amigas charlaban entre ellas con acalorados movimientos de brazos en la orilla, gesticulando. Ellas solían hacerlo mucho, María era más bien inexpresiva al hablar.

La música fiestera típica de una discoteca rebotaba de un altavoz de una sombrilla cercana donde otro grupo de amigos, probablemente de vacaciones también, disfrutaban del cante, las risas, los juegos de cartas y la cerveza fría.

María observaba sus piernas cruzadas y analizaba el color despintado por el sol y el agua de mar de su laca de uñas azul. El calor apretaba con fuerza pese a estar en sus últimas horas del día. Sentía que ya quedaba poco para que ese espejismo, el oasis del desierto de fantasía veraniega de película en la que se encontraba, acabase. Le daba miedo pensarlo y sentía como los vellos de la nuca se erizaban cuando veía a sus amigos alejarse nadando mar adentro. Todo se acabaría después de aquello. En parte era como unas vacaciones de despedida, la desconexión perfecta antes de la desconexión entre ellos.

El verano estaba siendo caluroso, demasiado, quizás producto de la contaminación mundial pero, ¿qué importaba eso? María, atrapada detrás de sus gafas de sol, para ocultar como los ojitos color crema se le llenaban de lágrimas tan saladas como el agua del mar, se dejaba llevar por la visión que tenía ante ella. Sus amigos salpicándose entre ellos, gritándole bromas desde la orilla, llamándola para que se bañara con ellos antes de que se hiciera de noche y los mosquitos comenzaran su caza en la arena.

El sol se estaba poniendo detrás de ellos creando un perfecto marco de siluetas a contraluz de juventud efímera y viva. Las vacaciones darían su fin y solo les quedaría el recuerdo de unas cervezas frías con la música del paseo marítimo a las espaldas.
Se acababa su momento, se acababa el caluroso verano.