6 de febrero de 2019

Abandono

¿Nunca os ha pasado que veis una situación traumática que os ha ocurrido a vosotros pero lo presentís como espectadores que observan todo desde fuera?

Casi como si estuvieras fuera de tu cuerpo y miraras las escenas como si se tratase de una obra teatral. Te duele a ratos y otros tantos ignoras a tu cerebro, a tu conciencia, a tus sentimientos, a tus recuerdos...
Tienes miedo de ser de piedra incluso, porque de pronto se corta el grifo de las lágrimas y no derramas ni una más cuando un día antes eras un mar de ellas.


No sabéis como puede salvarte un abrazo que te calme las nauseas que te crea tanto llanto, que apague el dolor de cabeza que formó el sufrimiento, la respiración acelerada por el nerviosismo de los pensamientos pasando veloces por la mente. Todo se apaga, la mente se deja llevar y prevalece el blanco. Ya no queda nada, solo el calor que desprende el abrazo y un par de respiraciones acompasadas.

Silencio y calma. El corazón se relaja, el sueño producto del cansancio físico y psíquico extremo al que ha sido llevado el cuerpo, se deja ver, y te cala hasta los huesos.

De nuevo sientes ese momento de abandono del cuerpo. De olvidar por un segundo dónde te encuentras, con quién y por qué. No te crees que te esté pasando a ti. Te revoletean ideas locas por la cabeza, de culpabilidad, remordimientos, de nuevo los recuerdos, los puñeteros recuerdos que escuecen como agua limpia sobre una herida fresca. Abierta y sangrante.

Tiempo al tiempo dicen, y no es la primera vez que lo hacen. Pero madre mía, como arañan los minutos al reloj, tan despacio, tan cuidadosamente... Me enerva la sangre su lentitud.
A la vez, deseas que ese tiempo tan lento, tan pesado, se te enganche en la ropa, en las fotos, en el aroma, en la música... y no te suelte. Saborear tu propio dolor, porque sí. Porque el ser humano es un sádico que adora regodearse en su propio sufrimiento, porque queremos que pase y a la vez que no.

Las voces se calman y te sientes arropada por los demás. Decenas de "cómo estás" llueven del cielo en forma de pequeños mensajes. Dar un paseo, comer golosinas o simplemente calmar el alma con risas y pipas en la esquina de un banco desgastado sirven para aliviar el zumbido interno de la mente.

Cuando las lágrimas han cesado y ya no te duele ninguna parte del cuerpo, te preguntas algo. ¿Me ha pasado a mí? ¿He sentido todo esto? El tiempo se para y parece que no. De nuevo llega la sensación del comienzo. Tu alma se marcha, se separa del cuerpo y cuando abres los ojos, crees vivir en un bucle de eterna pesadilla. Pero ¡Sorpresa! No estás dormida, sólo estás en la fase de abandono.

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