17 de diciembre de 2018

La estación

La estación olía a humedad y a Navidad. El invierno había entrado en diciembre con frío y lluvia. Ni siquiera un gorro de lana, guantes y un pañuelo hasta las cejas podía impedir que la pesadez helada del viento calara los huesos, atravesando la ropa.

Una chica vestida con todo lo anterior descrito, bajó del tren con botas negros estilo militar. Le gustaban mucho pero sabía que eran malísimas para los días como aquel.
Llevaba su cabello castaño tenido escondido debajo de un gorrito azul con un pompón.

La mochila pesaba sobre su pequeña espalda mientras caminaba cansada por el andén, dirección a la salida. Pero sus pasitos se cortaron en seco, con una mini parada cardíaca.

Un chico que le sacaba una cabeza de altura, con el cabello cobrizo, que hoy se le veía marrón pero en días soleados se asemejaba a una zanahoria, entraba en la estación con un estuche de guitarra a la espalda. El chico iba mirando al suelo, por lo que pasó de largo sin prestarle atención a la chica del gorrito que lo miraba embelesada.

Tenía miedo de hablarle. Una relación bonita había surgido pero no quería estropearlo con sentimientos amorosos. Sabía de sobra que aquello no podía ser y jamás lo sería.
Pero la fantasía era demasiado especial para dejarlo pasar, como el tren se te va en las narices. 

Nueves meses de amistad en los vagones. Se bajaban en la misma parada y también subían en la misma, pero llevaba ya una semana que no coincidían y eso la hacía sentir muy triste. Sin embargo, y por raro que pareciese, no se habían intercambiado los números, ni habían preguntado por la red social del otro. La relación había surgido más limpia y pura que todo eso.
Simples conversaciones matinales en el silencio vagón del tren de las 7. Cuando el frío invierno aún alargaba las noches y más allá del cristal no se podía vislumbrar nada, el chico del estuche de la guitarra y la chica del gorrito de lana para esconder unas raíces oscuras en contraste con su cabello castaño claro, se intercambiaban miradas, sonrisas y conversaciones banales.

Pero aquel día, después de una semana sin coincidir, algo en la chica del cabello castaño cambió. Quiso arriesgarse e ir a buscarle. Aunque tuviese que subirse nuevamente en el tren y volver por donde había venido.

Cuando por fin sus pies decidieron moverse, el tren se había puesto en marcha. El chico había desaparecido dentro de él y ni siquiera la había visto.
Unas pequeñitas lágrimas que helaron en cuanto estuvieron en contacto con el aire exterior comenzaron a correr por unas mejillas pálidas y rojizas por la brisa gélida.

De nuevo, la estación, estaba vacía. 



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