La mira con ojos grandes, redondos, marrones... Decorados con unas largas y finas pestañas. Su mirada es fría, triste, decepcionada.
Su cara redonda tiene las mejillas rosadas y pómulos alzados y rellenitos. Se analiza de arriba abajo cada poro de la nariz chata.
No se quiere. Se le nota. Porque su mirada fría pasa a desprecio al pararse sobre las gafas para su miopía. Visión dañada, labios demasiado finos.
Sus cejas son pobladas y expresivas. Eso le gusta. Le saca una pequeña sonrisa a su observadora del reflejo. Su sonrisa. Su otra parte favorita, con los grandes dientes asomando con facilidad.
La chica menuda del espejo muestra una espalda ancha, unos hombros a los que nunca les ha sentado bien el palabra de honor, pero, ¿qué importaba?
Que bien le sentaban las camisas.
No tiene un cuerpo reloj de arena, ese que llaman el "ideal". Ella se muestra más como un cuadrado, un rectángulo pequeño, una caja de zapatos marrón.
Pero se pone a machacarse con el deporte, salen unas pequeñas curvas que no creía tener. Pero el chocolate es más fuerte y las curvas desaparecen dando paso a una grasa que sobre sale.
No es demasiado peso, pero ella lo odia. Odia lo que la comida y su falta de constancia deportiva le hace. Se queja pero no pone remedio, el llanto es fácil, es mejor a pasar calor y asfixiarse con los ejercicios.
La chica del espejo tiene un pelo largo y rizado que se encrespa con la humedad pero es precioso cuando se seca con el agua del mar. Los rulos se entremezclan cuando la sal reseca aparece.
Manos finas con dedos largos, dedos de pianista lo suelen llamar. Le encantan aunque sus brazos sean rechonchos.
Su clavícula es inexistente pero a veces en ayunas por las mañanas al vestirse la divisa en su reflejo y le encanta.
La chica del reflejo llora. Se cubre la cara con las manos y entre sollozos murmura una suplica.
Un rezo para que cuando quite las manos no vea a nadie. Desea que desaparezca la del reflejo.
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