Corrió hacía mí con lágrimas en los ojos, me abrazó con sus diminutos brazos. La noté temblar de miedo. Sus labios morados y secos buscaban un beso de los míos.
Sus ojos verdes se habían teñido de sangre por las noches de insomnio. Sus huesos eran frágiles y sus pálidas muñecas revelaban unas líneas lilas que adornaban sus brazos como enredaderas de ríos rojos.
Apenas articulaba palabras, pues no podía ni mantenerse en pie. La poca fuerza que tenía la empleaba en abrazarme y luego se desplomaba encima de mí, agotada, sin aire...
Pese a todo lo dicho, la amo. La amo desde el día que la conocí en este mismo pasillo.

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