El verano es ese momento del año, esa estación favorita de muchos por los viajes con amigos o en familia, con la pareja o solitarios para desconectar de la escuela, del trabajo, de la rutina...
Viajas al mar, a la montaña, a ver pueblos escondidos o visitar ciudades mágicas. Descubres paisajes remotos, conoces personas diferentes y creas recuerdos que durarán en tu memoria.
El amor de verano, ese apasionado enamorado que surge con la primera chispa del sol en Junio y se apaga con el crepúsculo del otoño al llegar Septiembre. Inigualables e inolvidables.
Bendito verano para muchos, trágicos tres meses para otros.
Para algunos el verano es diversión, amigos, familia, armonía, desconexión, vacaciones alejados de todo lo que les agobia.
Para otros, es una época del año inaguantable por los calurosos y lentos días encerrados en casa, sin viajes, sin desconexión, sin una pequeña escapada. Solo el aire acondicionado, el ventilador o las brisas nocturnas le alivian de semejante amargura que se extiende por 60 días.
Hoy voy a escribir desde mi perspectiva y es... un verano cambiante.
Mi verano ha sido diferente y, por tanto me cambió a mí.
Viajé por primera vez en compañía única de mis amigos a un lugar desconocido para mí. Cuatro días juntos en un pequeño piso a diez minutos del mar. No podríamos pedir más...Pero las vacaciones se acabaron... Y otras en forma de quincena con la familia a otro lugar si más conocido desde mi niñez llegaron.
Recuerdos que se esfuman, risas que desconectan, noches en vela jugando en el porche. Te olvidas de todo y de todos. Dejas atrás cada cosa mala que te arrastraba a recordar tu ciudad y cambias.
Volví más activa, más llena de vida, con ganas de hacer cosas nuevas, de empezar rutinas, de cambiar malos hábitos, de tener una visión más optimista.
Quizás no pueda decir que es el mejor verano de mi vida, porque espero vivir muchos más y que sean más increíbles que el anterior, pero si puedo decir que volvería a repetirlo y dejarle una y otra vez que me volviera a cambiar.
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