21 de octubre de 2014

#SinTítulo

Vuelve el hedor de hipocresía. Como un recuerdo odioso, abrumador, y exasperante. No deseo tener hipócritas a mi alrededor, pero el mundo está repleto de ellos.

Esquivarlos no sirve de nada, están en cada paso de tu vida. Es más, es posible que nosotros mismos hayamos sido hipócritas alguna vez, pero no entiendo a las personas que lo son por placer, por gusto, porque disfrutan siendo lo que no son a los ojos de otros. ¿Por qué? ¿Odian su personalidad? ¿Su forma de ser y por eso la cambian? ¿Se odian ellos mismos?
No hay forma de saberlo y dudo que alguna vez un hipócrita te diga (con sinceridad) porque lo son y porque se comportan como lo hacen.


Palabras necias, sin vida, vacías, sin sentimientos. No hay forma de soportar el descubrir que todo lo vivido fue una mentira. Los hipócritas son buenos actores, siempre lo he dicho y siempre lo diré. Son asfixiantes. Tanta mentira y sentimientos vacíos que dejan huella, pero son solo eso, vacíos. Huellas… huecas.

Pero ahí quedan, porque como dice una frase que me marcó “Las palabras son como flechas, una vez lanzadas no pueden volver atrás.”


En definitiva, lo dicho, y hecho, quedó para siempre. Solo el tiempo puede llevarse esas flechas carentes de valor, flechas que logran atravesar en el momento pero al ser huecas… acaban desapareciendo. 
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