29 de julio de 2014

#9

Lejos, muy lejos de cualquier civilización, ahí es donde se encontraba Bea. Llorando y jadeante por las múltiples heridas que las conchas de la desierta playa habían provocado en sus descalzos pies.

Se sentía tremendamente sola allí, ante el salvaje vaivén de las olas, con la brisa marina entrando con ganas en los pulmones. Las fosas  nasales agradecían aquel oxígeno tan puro y salado como las lágrimas que derramaba por sus mejillas.

Con un impulso, se despojó de su vestido azulino y se introdujo en el mar. Al contacto con el agua helada, su desnudo cuerpo se contrajo, pero a Bea no le importó y continúo su camino. 

Las lágrimas no cesaban, sus ojos ardían por contener más de las que derramaba. El oleaje chocaba contra su pecho, calando hasta los huesos. Su temperatura corporal fue descendiendo ante aquel frío, los carnosos labios carmesí se tiñeron de morado ante el descenso de grados. Con una ola, la melena castaña pasó a negra y su cuerpo palideció. 

Los pies escocían, allí donde los cortes provocados por las conchas, comenzaban a sanar al contacto del agua curativa del mar.

A la luz del ocaso, Bea se desvaneció en aquellas aguas, convirtiéndose en una ola más de aquel inmenso océano sin fin…


Image and video hosting by TinyPic

No hay comentarios:

Publicar un comentario