El bosque estaba desierto. La plateada luz de la luna se
colaba a raudales entre las ramas secas de aquellos anchos árboles cubiertos de
blanca nieve que brillaba con la luz nocturna.
Un búho comenzó su cantar con persistencia. A lo lejos, el
trotar de unos caballos se aproximaba por un camino de tierra cercano y sin
apenas transeúntes.
Unos minutos bastaron hasta que dos caballos aminoraron su
velocidad y entraron en el oscuro bosque.
Los dos jinetes cesaron su trote y el primero en descender
fue el joven. Ayudó a la joven a bajar de la montura de su inquieta yegua.
De repente, una brisa gélida provocó que los vellos de los
brazos desnudos de la joven se erizasen.
La chica bajó su capucha y mostró su pálido rostro, largas
pestañas y ojos grises y grandes en los que reflejaba auténtico miedo. Los
labios morados daban a entender lo que aclaró a continuación, siendo sus
primeras palabras aquella noche:
-Estoy helada- ante esta confesión, el joven la abraza,
provocando su consecuente bajada de capucha.
Su cabello castaño hacía contraste con el platino de la
joven, el cual brillaba tan fuerte como la incandescente luna.
Sobre sus cabezas, en el cielo, la nieve comenzaba a caer en
diminutos copos de hielo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario