2 de diciembre de 2012

Encrucijada de Lágrimas- Capítulo 17

                                                                           >17<


—Julia Brenfort—Recita el anciano mientras busca mi mano para besarla. Asiento, aun confusa y observo en ellos unos ojos verdes muy parecidos a los míos. —¿Cómo?...—pregunto recelosa.
—Ya nos han presentando, somos Irene y Alfonso Beltrons, los hermanos de su abuela—dice Alfonso mientras enarca las cejas y mira a su hermana.
—Creo que ya que somos familia deberíamos tutearnos, ¿no crees Julia?—me comenta Irene mientras levanta sus faldas rosadas y entra a la habitación taconeando. —Supongo que sí—admito mientras miro a Sofía con el ceño fruncido.

—Bien... tenéis la llave—afirma Alfonso muy seguro de sí mismo y sin preguntar nada, mirándome sonriente.
Creí que iban a tutearme. Lentamente los cuatro nos acercamos a los asientos cercanos a la chimenea que Alfonso enciende para las damas.

Yo, aún en camisón, me acomodo junto a Irene que me sonríe cuando me coloco a su lado.
201
—La tengo—admito mostrándola, y ellos la contemplan emocionados.
—La llave que abre el tesoro de Matilda— comienza a decir Irene cogiéndola de entre mis manos y la acaricia feliz, pero es interrumpida por su hermano.

—La fortuna de parte de nuestro querido padre que en paz descanse. Pobre hermana, siempre supimos que Manuel no era un buen esposo para ella, y ni siquiera mencionemos que tampoco era un buen cuñado... —Alfonso—le riñe Irene, interrumpiéndole. —Corrígeme si miento—refunfuña Alfonso mirando con recelo a su hermana.
Sonrío al ver su infantil regañina. Al hacerlo, me contemplan confusos, pero después sonríen.
—Julia, queríamos a tu padre como si fuera nuestro propio hijo, por eso queremos decirte que eres bien recibida a nuestra familia —me ofrece Alfonso, pero la ira me invade de pronto y rechazo su propuesta descortésmente.

— ¿Ahora queréis que vaya a vuestra familia?— pregunto irritada—. Mis padres murieron cuando yo era pequeña y estuve sola en un orfanato durante cuatro años.
Los hermanos de mi difunta abuela e incluso Sofía, me miran sorprendidos y quizás hasta un poco enfadados. —Si no fuera porque mi padre fue un gran hombre y me enseñó a luchar y cazar, y mi madre me enseñó a cocinar, leer y escribir, ahora mismo no sería nadie y
202
estaría pidiendo limosna como esos pobres desgraciados sin techo —termino casi sin aire.
—Julia, yo te di cobijo cuando lo necesitaste—recalca Sofía con los labios apretados.

—Lo sé Sofía, y se lo agradezco desde el fondo de mi corazón, porque han sido grandes personas conmigo y con Delf y estoy muy agradecida por ello, pero que parientes salidos de la nada, aparezcan precisamente ahora para “apoyarme” — Esa última palabra la recalqué con un tono de voz más irónico—. De verdad, eso me sienta muy mal.
—No teníamos intención de hacerte daño, ni de decir nada que te molestase, Julia—se disculpa Irene devolviéndome la llave.
—Iré a por algo de té—comenta de pronto Sofía poniéndose en pie y dirigiéndose a la puerta.

La observo irse, pero me tenso al ver como antes de que abriese la puerta, es empujada hacia el interior, mientras Delf sale de entre las tinieblas del oscuro pasillo a la habitación. Va con unos pantalones, una camisa blanca bastante entreabierta y los ojos le brillaban enloquecidos.
—Sofía, ¿ha visto a Julia? Fui a su habitación y estaba muy desordenada, he estado buscándola y...—le interrumpo antes de que Sofía lo haga.
—Estoy aquí—alzo la voz y mi mano, y al momento Delf me mira y su mirada de pánico desaparece. Se

203
acerca a grandes zancadas al asiento y me abraza tan fuerte que me levanta del sofá.
—Estaba preocupado. Tu habitación está desordenada y la ventana rota—Me aparta y me contempla cual obra de arte—. Creí que algo malo te pasó...

Su voz va disminuyendo conforme me observa detenidamente y posa su mirada en mis ojeras, en mis labios hinchados y en las marcas de uñas en mi cuello y brazos.
—¿Qué te ha pasado?—pregunta al fin, mientras se aparta y me mira con pánico en los ojos de nuevo. —Eduardo asaltó mi habitación anoche, y peleé con él hasta que me dio la llave...—le explico, saltándome la parte de los besos. Mi rubor sale a la luz.
—¿Te hizo algo?—pregunta Delf preocupado.
—Nada de nada, tranquilo—le miento con temblor en mi voz. Delf me mira con recelo y yo temo de que se de cuenta de mi farsa, pero parece que no.
—Podrías haberme avisado—exclama con tono enfadado. Le miro con el ceño fruncido y él vuelve a abrazarme.
—Estoy bien—murmuro en su oído y le oigo suspirar. —Sentimos mucho esto Julia. Nos marchamos...— Irene y Alonso se ponen en pie y me miran con nostalgia, como si en mi vieran a mi abuela.
—Les invito a acompañarnos por la noche a cenar— Les ofrece Sofía y ellos aceptan convencidos de que podrán persuadirme en otra ocasión.

204
***
En la tan conocida azotea, ahora ataviada con un vestido burdeos de terciopelo, de manga larga y cuello de barco, con Delf a mi lado, aún malhumorado, miramos el paisaje.
—Debiste llamarme—me vuelve a repetir. Habíamos ido a desayunar algo ligero, una pieza de fruta, no más, y habíamos subido aquí.
—Pero no lo hice—le recalco. Cruzo los brazos sobre mi pecho y le doy la espalda, mientras camino por la azotea.

—Hiciste mal... Eduardo es fuerte. Podría haberte pasado cualquier cosa—me dice, girando su rostro hacia mí, pero sin moverse del sitio.
—¿Crees que soy tan inútil como para no poder defenderme yo sola? No necesito a ningún hombre para poder enfrentarme a otro. Lo hice yo sola, y tengo la llave—le reprocho pensando en el tan familiar y reconfortante tacto que hacia la llave abrochada a mi pierna con una cuerda.

—No quise decir eso.
—¿Entonces qué?—me acerco a él, levantando los brazos exasperada.
—Eres vulnerable, Julia—me grita, mientras yo le miro sorprendida.
—¿Por qué soy mujer?

205
—En algunos aspectos sí—niego con la cabeza y me agarra por la cintura acercándome a él— ¿te lo demuestro?
Sujeta mi mejilla y con la otra mano, sujeta mi brazo, pienso que va a besarme y me preparo para separarme de él, pero en vez de eso, empuja mi mejilla hacia la derecha y aprieta con fuerza mi brazo hasta girarme y quedar de espaldas a él.

Retuerce mi brazo con su gran mano y la pega a mi espalda. Un grito de dolor se escapa de mi garganta. —Suelta mi brazo—le grito entre gemidos de dolor. Él aprieta más el brazo y yo grito aun más. Empiezo a sacudirme pero su extremada fuerza me sorprende. Comienzo a gritar pidiendo ayuda, pero mis gritos son ahogados por su mano sobre mi boca.
—Te lo dije, eres vulnerable—me susurra al oído y aprovecho para chocar mi cabeza con la suya. Me suelta y yo giro sobre mis talones, levanto mi vestido mostrando mis piernas desnudas y mi ropa interior y saco el cuchillo de mi cuerda.
Le apunto a la cabeza y él me mira sorprendido. —Delf, si vuelves hacerlo, jamás volverás a caminar sobre dos piernas porque te quedarás siendo una espada toda tu existencia—le amenazo mientras respiro con dificultad—. ¿Está claro?
Se queda callado, sus facciones muestran auténtica sorpresa, pero aun más terror. Terror porque sabe que si

206
me enfado puede realmente quedarse siendo un objeto de metal hasta el fin de sus días.
—¿Está claro?—vuelvo a preguntar con tono amenazante y él con las manos en alto, asiente temblorosamente.

—Perdóname...—susurra mientras yo guardo mi cuchillo de espaldas a él.
—¿Que te perdone? , Delf. Ya no sé en quién confiar. Mi vida se ha vuelto un completo misterio. Ya ni siquiera sé quien soy realmente y si el tesoro que estoy buscando es el de mi verdadera abuela. No sé nada. Estoy confusa, ni sabía que tenía tanta familia y mucho menos rica—relato mientras doy vueltas por la azotea. El sol cálido de mediados de noviembre me lanza agradables sensaciones a mi rostro.

—Julia, yo...—comienza a decir Delf, y se acerca a mi, pero le interrumpo antes de que llegue a tocarme. —Siempre viví modestamente, con la mejor familia, pero sin excesos. Cuando me quedé huérfana estuve encerrada en un orfanato y ahora vienen parientes desconocidos para mi hasta ahora, llenos de amor y queriendo acogerme. No sé en quién confiar. Creí que podía confiar en ti, pero ya ni siquiera...
—Julia, puedes confiar en mí. Daría mi vida por ti. —¿Por qué te importa tanto mi vida, cuando hace un rato casi rompes mi brazo?—le pregunto, mirándole con recelo.
207
—Porque... quizás por la misma razón que Eduardo no puede matarte aunque esté obligado a ello quemando el pelo de una niña de trece años—confiesa sonrojándose. “Porque te amo”. Las palabras de Eduardo resuenan en mi mente y provocan rubor en mi cara cuando recuerdo la pasada noche, y Delf siente lo mismo.
—No me digas que es porque...—. La puerta de la entrada a la azotea se abre y nuestros rostros giran en dirección a ésta.
Lidia, con el rostro pálido se asoma por la oxidada puerta.

—Julia, ¿estás bien?. Oí gritos que procedían de aquí— dice Lidia casi asustada.
—Estamos bien, solo discutíamos, Lidia—. El pelo rubio de la chica cae sobre su rostro que ahora va cogiendo color. Me mira sin confiar aun, pero con la mirada le pido que se marche.

—Siento mucho lo ocurrido. No volverá a suceder Julia. Os lo prometo—. La ausencia de su habitual tuteo me sorprende un poco e incluso me provoca tristeza. Hace una reverencia, y antes de que pudiese decir nada, Delf se dirige hacia la puerta y baja por las escaleras junto a Lidia.
Cuando ya estuve sola en la azotea, remangué la manga de mi vestido burdeos y comprobé mi brazo. No tenía nada. Ni un solo rasguño, ni un moratón, nada rojizo en mi piel.
208
Nada en absoluto. Lo que eso significa es que con solo un poco de la fuerza de Delf ya he sentido muchísimo dolor. Delf estaba en lo cierto, lo quisiese o no, era vulnerable.
***
Después de pasar la tarde encerrada en mi habitación y pedir que trajeran el almuerzo, me doy un baño y tras ir a cenar con Alonso e Irene, quienes una vez más intentaron persuadirme, me excuso de allí y me retiro a mi habitación donde me enfundo en mi camisón de lino. Preparo la cama aunque sé que es temprano y me introduzco lentamente en la cama, saboreando el suave tacto que las sábanas provocaban en mi piel.
Cierro los ojos y comienzo a relajarme y respirar más pausadamente.
Mi mente se despega de mi cuerpo. Mis músculos se relajan y me quedo en blanco.

Alguien acaricia mi pelo negro que se esparce sobre la almohada.
Abro los ojos lentamente, más temerosa que otra cosa. Eduardo, con sus penetrantes ojos azules intentando leer mis facciones.

—¿Qué haces aquí?—pregunto aun metida en las sábanas y sin moverme. Él sigue acariciando mi pelo y no se lo impido.
209
—Necesitaba verte—su única respuesta, acompañada de una dulce sonrisa. La yema de sus dedos hace cosquillas en mi frente.
—Vete, el resto de la casa está avisada de que asaltaste mi habitación anoche—El tacto de los dedos de Eduardo haciendo círculos en mi oreja me hacen titubear y me desconcentran.

—Yo no diría asaltar. Al huésped de la habitación no le importó mi visita—recuerda, mientras acaricia mi nuca. —Repito, vete de aquí—vuelvo a decir con impaciencia. De nuevo las caricias en la oreja.
—No—. Me besa. Sus labios familiares y cálidos se posan sobre los míos que los reciben de nuevo con avaricia.
Me incorporo en la cama, dejando caer las sábanas y mi mente vuelve al cuerpo. Noto mis pulsaciones acelerarse y un palpitar persistente en las sienes.

El cuerpo de Eduardo sobre el mío me empuja sobre la cama y sus manos acarician mis caderas y costados. Le rodeo con los brazos y le aprieto contra mí. Quiero parar pero me es imposible, mis labios, avariciosos y deseosos de más, ignoran mi sensato cerebro.
Mis dedos curiosos buscan el suave tacto de los cabellos negros de Eduardo. Mi pulgar hace círculos sobre su nuca y él me empuja contra la cama con su cuerpo. Sus labios se despegan de los míos y buscan mi clavícula con rápidos y sedosos besos.
210
Emito jadeos, y gemidos de impaciencia salen del fondo de la garganta de Eduardo. Cuando estoy a punto de decir algo, Eduardo cesa su recorrido por mi cuerpo y se para sobre mi pecho posando su oreja sobre éste. —¿Qué haces?—pregunto mientras busco el oxígeno que me falta, dando grandes bocanadas de aire. —Déjame así un momento, por favor—. Mis pulsaciones aceleradas son notables en mis labios, sienes y bajo mi pecho. Con manos vacilantes, las coloco sobre la cabeza de Eduardo, abrazándole.
Cierro los ojos y él me imita. Todo lo que queda en la habitación son él, yo y mi corazón.
***
La noche cayó muy deprisa y cuando abrí mis ojos lo primero que noté fue la presión en mi pecho. Eduardo se había quedado dormido escuchando ahora mi calmado corazón.
Su respiración tranquila y relajada me transmite calma. Acaricio su definido rostro y hago dibujos en su pómulo.
Noto un tirón en los músculos de su cara y sobreentiendo que es una sonrisa.

—Debería decir buenos días, pero más bien buenas noches—se despega de mí y se coloca a mi lado de costado.
Me quedo rígida. En mi mente solo se repetía lo mismo una y otra vez “
esto no está bien”.
211
—¿En qué piensas?—. Silencio, no contesto ni tengo intención de hacerlo—tus ojos me encantan. —Eduardo—al fin puedo hablar y solo digo su nombre, pero ya tengo claro que es lo voy a decirle. Me mira fijamente y arquea las cejas esperando una continuación —¿por qué me amas?, ¿por qué me haces esto? —¿Hacer qué?—. Frunzo el ceño y él sonríe mientras me mira de los pies a la cabeza—¿acosarte?, error. Sería acoso si tú no quisieses que yo estuviese aquí, y perdona que lo diga, pero lo pongo en duda.
—No me refiero a eso, me refiero... —cojo aire y le miro fijamente a los ojos— hasta hace poco me odiabas. Hemos peleado a muerte en dos ocasiones y de pronto me dices que me amas...
—¿Por qué te amo?—. Asiento y su mirada me provoca un escalofrío que intento disimular—. Eres preciosa, cada vez que te miro a los ojos me encierro en ellos, y ese espíritu luchador que tienes por encontrar ese tesoro y nunca rendirte, debo decir que desde que te vi en la fiesta de los Rumier ya me pareciste increíble y maravillosa, y te defiendes ante cualquiera...
—Pero soy vulnerable—Le digo recordando las palabras de Delf. Una punzada de culpabilidad me atraviesa.
—¿Lo eres? Eso según la situación, ¿no crees? Pudiste conmigo la otra noche porque te aprovechaste del deseo que sentía —hace una pausa y suspira—y que siento hacia ti, para vencerme.

212
—Solo me deseas para tus asuntos de alcoba—digo elevando la voz y levantándome de la cama.
—Eso jamás—.Agarra mi brazo y acabo sentada en su regazo—pero no puedo negar que deseo a Julia Brenfort, y que deseo verte vulnerable, sin tus ropas de hombre y armas encima. Tal como tú eres y entregada a mí. Ser yo la persona que llegue a tu paraíso prohibido para cualquier hombre. Yo te pido ese permiso para llegar hasta él.

—¿Qué demonios estás diciendo?—mis mejillas arden, las palabras se atragantan y no pueden salir.
—Yo me entrego a ti Julia Te muestro solo a ti al Eduardo al que nadie más conoce. Daría mi vida por ti —entrelaza su mano con la mía, pero no la aprieto. Mi mente está en la azotea recordando las palabras exactas de Delf y encajándolas con las de Eduardo.

Daría mi vida por ti” Tengo a dos hombres completamente enamorados de mi y soy un monstruo porque hago daño a los dos. Daño porque amo a ambos y no puedo decidirme por uno.
Cuando Eduardo me besa de nuevo y dejo que mis ropas caigan ante sus manos, es cuando verdaderamente me arrepiento del daño que le hago a Delf en ese momento.
Lloré. Lloré porque me entregué a Eduardo, y cuando me fundí en uno solo con el joven, dejé atrás mi inocencia y mi castidad.
213
Lloré porque mientras estaba con Eduardo, entregándole lo más preciado para una mujer, pensaba también en la cara de Delf, y lágrimas se derramaban por mi rostro.
Lloré porque dejé atrás al único trocito de Julia Brenfort que quedaba en mi interior. 







No hay comentarios:

Publicar un comentario