9 de noviembre de 2012

Encrucijada de Lágrimas- Capítulo 7


                                              >7<


—Vaya agradable sorpresa. ¿Se conocen?—nos pregunta el gobernador, fascinado. Me quedo en silencio, mirando con odio a Eduardo, mientras este responde  a la pregunta del gobernador con gran simpatía.
—Por supuesto, señoría—dice Eduardo serio—pero no preocuparos, solo es un antiguo romance.
Me lleno de ira y estoy a punto de explotar, si no fuera porque mis manos cerradas en puños que descansan en mi regazo han sido acariciadas por las de Delf, para tranquilizarme. Pero eso no me basta y mirando al gobernador, lo suelto todo.
—Señoría, es una farsa. Este hombre busca lo mismo que yo he venido a buscar y ha intentado matarme—grito mirando al gobernador y a Eduardo, intermitentemente.
Todos en la mesa me miran impactados, incluso Eduardo se ha puesto pálido, pero se le pasa rápido y comienza a reír a carcajadas.
— ¿Así tratáis a vuestros antiguos amantes, querida Julia?—. Al hacerme esa pregunta mis dientes chirrían dentro de mi boca y estoy a punto de coger el cuchillo que tengo para dañarle el  ojo que tiene sano, pero Delf me agarra de la muñeca y cuando le miro, niega con la cabeza con un gesto que solo yo podía notar.
Para mi sorpresa, me quedo callada y solo oigo la risa extravagante de Eduardo, la suave risa de la esposa y la escandalosa risa del gobernador.
—Bueno, comencemos la cena—fue la primera frase y la última que la mujer dijo en la cena.
Como despacio, contemplado a Eduardo. Está tranquilo y come como si yo no estuviese ahí, solo se limitaba a lanzar pequeñas miradas al gobernador. Cada minuto que paso a su lado lo odio aún más que antes.
Tras el postre salgo rápidamente del comedor con Delf detrás de mí, intentando alcanzarme.
Una de las doncellas de palacio, una chica de cabello negro corto, ojos grises y una gran herida en la mejilla izquierda nos acompaña hasta el despacho del gobernador. Intento no mirarle la cara.
—Julia, deberías relajarte y concentrarte en lo que le dirás al gobernador ahora—me susurra Delf para que la doncella no lo oiga—olvida a Eduardo.
— ¿Como quieres que olvide al hombre que acabó con la única familia que me quedaba y que también intentó matarme a mi?—le pregunto a Delf, llena de rabia.
—Yo…—Delf se muerde el labio, y me mira con culpabilidad.
—Lo siento—digo—es cierto lo que dices. Debo concentrarme en lo que voy a decirle al gobernador dentro de un momento—admito.
—Haz tu mejor esfuerzo—Delf me anima sonriendo y yo le devuelvo la sonrisa. Entramos en el despacho colosal del gobernador, aún más grande que el de Sofía.
—Esperen aquí. Su señoría llegará enseguida—nos dice la doncella mientras se inclina y sale de la habitación silenciosamente.
Nos sentamos delante de la mesa de madera de roble y colocó mis manos sudorosas sobre mi regazo. Delf  tamborilea los dedos sobre su pierna, mientras yo cruzo y descruzo las piernas una y otra vez.
— ¿Cuanto tiempo nos va a tener esperando?—suelto de pronto cansada.
—Ten paciencia—me pide Delf mientras me mira y se sorprende—.Te has puesto el clavel que te di.
—Eh… si—respondo mientras me toco la flor que tengo en la cabeza—. ¿Que significa esta flor? , ¿por qué es la única que no me dijiste lo que significa?
—Significa amor como tantas otras flores, aunque a esta se le podría poner la frase “Estoy loco por ti”—dice una voz no se muy bien de donde, contestando a mi pregunta.
Delf y yo nos giramos a la vez y los vemos allí. A su señoría el gobernador Andrés y a Eduardo.
Por el juvenil  tono de la voz diría que había sido Eduardo, y también porque sonreía satisfecho.
—Señoría, pensaba que íbamos a discutir el tema que teníamos entre manos—miro hacia Eduardo—a solas...
—Por un giro de los acontecimientos, dado que el señor Eduardo quiere saber lo mismo que usted, no veo inconveniente el porque no deba estar presente—nos explica el gobernador mientras se sienta—además, unos antiguos novios no deberían mirarse con tanto odio como lo hace usted, señorita Brenfort.
Mi rencor por Eduardo aumenta por momentos, lo que provoca que mis dientes chirríen dentro de mi boca.
Mientras contemplo como el gobernador se acomoda delante de su escritorio y va ordenando algunas cosas, Eduardo se apoya a unos centímetros de nosotros sobre una estantería llena de libros, la cual desearía que se le cayese encima. Eduardo nota mi mirada, y clava su intenso ojo azul oscuro como la noche, sobre mí. Me estremezco y él hace una mueca de burla a mi costa.
Aparto la mirada rápidamente mordiendo mi labio con intensidad, tanto que me hago sangre.
—Querida, deberías tranquilizarte—me pide el gobernador Andrés  mirándome con incertidumbre, al igual que Delf, que me observa aun más preocupado que antes.
—Sí…—suspiro y al hacerlo mi pecho me duele, tanto que me estremezco.
—Julia—el tono de voz de Delf es de miedo y sorpresa—Julia, ¿estás bien?
Me cuesta respirar, pero aun así levanto la cabeza con dificultad y respondo a su pregunta entre jadeos.
—Sí, no te preocupes—de nuevo el dolor vuelve, pero me esfuerzo por no encogerme de nuevo y miro al gobernador fijamente—por favor, cuénteme todo lo que sepa del tesoro de mi abuela. Por favor...
No sé porque me duele tanto el pecho, pero tengo la oportunidad de averiguarlo todo y no voy a rendirme ahora. No me importa que Eduardo esté presente. Si vuelve hacer algo fuera de lo normal o intenta matarme, pelearé con él otra vez si hace falta.
—Hace dos años, me informaron sobre el tesoro de su abuela, Julia—comienza a hablar el gobernador, mientras me mira preocupado, pero le suplico que siga hablando—.Y no dudé en ir a buscarlo. Acompañado de mis mejores guardias, incluido el comandante de mi ejército—Miro a Delf de soslayo en ese momento y observo que tensa la mandíbula—sabíamos donde se encontraba. Me informaron sobre ello. No diré quien fue, para no perjudicarlo...
>En unas catacumbas que solo vuestro abuelo conocía. En lo más profundo de estas, se encontraba el tesoro de su abuela. Un objeto que dará la felicidad y fortuna eterna a aquel que lo posea. Se rumoreaba que concedía la inmortalidad, algo evidentemente falso. Sin embargo, cuando llegamos al lugar donde se suponía que estaba, solo encontramos un viejo cartel y ni rastro de entrada a cueva alguna. Dos años después descubrí que la nieta de Matilda Beltrons, viva imagen de su abuela, existía. Pero claro, una niña tan pequeña e inocente, no sabría siquiera de la existencia de ese tesoro...<
—Pero sí su tío Gustavo. Único hermano del padre de la joven, y primer hijo de Manuel Brenfort y Matilda Beltrons—comienza a decir Eduardo—. Fue nuestro objetivo, tras descubrir que el hijo pequeño, Lucas Brenfort, había muerto por un resfriado que se le complicó. Semanas después de la muerte de este, fuimos tras su hermano, pero apareció su preciosa sobrina, a la que le entregó algo...—Tras contar todo esto, Eduardo se aparta de la estantería y se acerca a nosotros mirándome— . La llave que abre ese cofre y tal vez la clave para encontrarlo…
—¿Mataste a mi tío por esa razón?—me levanto bruscamente de la silla y llena de rabia empujo a Eduardo tan fuerte, que hice que se tambaleara.—¿Solo por esa miserable razón de la que no teníais pruebas?, bastardo...
—Sí las teníamos…—miro a Eduardo, con los ojos llorosos— lo vimos todo a través de las ventanas de la tienda.
— ¿Eso es todo?—Eduardo me mira sorprendido, abre la boca para decir algo, pero la vuelve a cerrar cuando observa las lágrimas que se derraman de mis ojos—. ¿Habéis matado a la única familia que me quedaba solo por que suponíais que me había dado una estúpida llave?
—Julia, cálmate—me suplica Delf, detrás de mi.
—Aquí está tu miserable llave—Digo entre sollozos, mientras introduzco mis dedos en mi escote sacando la llave de ahí, mientras el gobernador se levanta de su asiento precipitadamente, y Eduardo mira con la boca abierta cada uno de mis movimientos.
Lanzo la llave con brusquedad contra el suelo, haciendo una pequeñísima grieta en el suelo de mármol y me derrumbo sobre este, con el pecho haciendo bruscos movimientos debido a mi llanto.
Eduardo se agacha y alarga la mano hasta la llave, pero la cierra en un puño con rapidez, cuando un cuchillo le roza el dedo pulgar. Levanto mi mirada y veo a Delf, con el ceño fruncido y mirándole con el mismo odio que yo lo miraba.
—No toques ni a la chica, ni a la llave—gruñe Delf, mientras se agacha y recoge la llave y el cuchillo del suelo, haciendo que sus finos cabellos dorados rocen mi frente. ¿De donde habrá cogido el cuchillo?
Me entrega su mano para ayudar a levantarme, y abriendo la palma de mi mano, coloca la llave sobre esta y la cierra él mismo, colocando mis dedos alrededor del frío metal.
—La llave te pertenece solo a ti—me dice sujetando mi mano,—una vez me dijiste que nunca se la darías a nadie, y que encontrarías el tesoro tú misma, por tú tío, tus padres y tu abuela. ¿Era mentira?
—No—vuelvo a guardar la llave en mi escote y miro a Delf— pero perder a la única familia que te queda en la vida, es duro...
—Lo sé— admite, limpiando mis lágrimas con su pulgar y acaricia mi mejilla,—yo también los perdí...
—Esto es increíble—grita malhumorado Eduardo—entrégale la llave a su señoría el gobernador o serás ejecutada...
—Eduardo—le interrumpió el gobernador—silencio. Entrégueme la llave, Julia.
—Jamás—replico colocando mis manos sobre mi pecho—disculpe señoría, pero le prometí a mi tío que no entregaría la llave a nadie.
— ¿Ni siquiera a su señoría el Gobernador Andrés?—niego con la cabeza lentamente— .¿Estáis dispuesta a ser ejecutada por tú osadía contra mi?
—Sí, señoría—admito—Pero no sin antes luchar...
El gobernador asiente y con gran agilidad, rodea su escritorio hasta colocarse delante de mí, y sorprenderme, arrodillándose ante mi y besar mi mano.
—Tenéis mi perdón, mi apoyo, mi respeto y mi confianza—dice levantando la vista—Julia Brenfort. Os parecéis a mi hermanastro. La misma mirada desafiante con la que miro a mi padre cuando decidió abandonar la corte y su estatus de noble.
Se levanta y hace una reverencia. Aún con mi mano agarrada me lleva hasta su sillón delante del escritorio, donde me explica su plan.
—Iréis al lugar que os indicaré con este mapa—comienza explicar mostrando un papel, que yo guardo en mi escote también, y me acerco a Delf—.Iréis vosotros dos, solos...
—Después de todo lo que nos ha contado, ¿no me dejará ir, señoría?—replica molesto Eduardo.
—No—de nuevo nos mira a nosotros—por favor, quedaos hasta pasado mañana. Mañana por la noche habrá un baile, en el que desearía que bailase conmigo, Julia.
—Será un honor señoría—digo haciendo una reverencia— ¿Podemos irnos a descansar, Delf y yo?
—Adelante…—me giro antes de oírlo y agarro a Delf del brazo, mientras salimos de allí, dejando atrás al gobernador Andrés,  y a los gritos de súplica de Eduardo rogándole el paradero del tesoro. Al pensar en ello, inconscientemente una sonrisa burlona se forma en mis labios, y con Delf a mi lado, en silencio durante todo el camino hasta llegar a mi habitación, donde él se convierte en espada y yo me tumbo en la cama, sin tan siquiera desvestirme y caigo rendida en manos de los sueños, mientras aferro fuertemente la llave contra mi pecho.







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