>7<
—Vaya agradable sorpresa.
¿Se conocen?—nos pregunta el gobernador, fascinado. Me quedo en silencio,
mirando con odio a Eduardo, mientras este responde a la pregunta del gobernador con gran
simpatía.
—Por supuesto, señoría—dice
Eduardo serio—pero no preocuparos, solo es un antiguo romance.
Me lleno de ira y estoy a punto
de explotar, si no fuera porque mis manos cerradas en puños que descansan en mi
regazo han sido acariciadas por las de Delf, para tranquilizarme. Pero eso no
me basta y mirando al gobernador, lo suelto todo.
—Señoría, es una farsa.
Este hombre busca lo mismo que yo he venido a buscar y ha intentado
matarme—grito mirando al gobernador y a Eduardo, intermitentemente.
Todos en la mesa me miran
impactados, incluso Eduardo se ha puesto pálido, pero se le pasa rápido y
comienza a reír a carcajadas.
— ¿Así tratáis a vuestros
antiguos amantes, querida Julia?—. Al hacerme esa pregunta mis dientes chirrían
dentro de mi boca y estoy a punto de coger el cuchillo que tengo para dañarle
el ojo que tiene sano, pero Delf me
agarra de la muñeca y cuando le miro, niega con la cabeza con un gesto que solo
yo podía notar.
Para mi sorpresa, me quedo
callada y solo oigo la risa extravagante de Eduardo, la suave risa de la esposa
y la escandalosa risa del gobernador.
—Bueno, comencemos la
cena—fue la primera frase y la última que la mujer dijo en la cena.
Como despacio, contemplado
a Eduardo. Está tranquilo y come como si yo no estuviese ahí, solo se limitaba
a lanzar pequeñas miradas al gobernador. Cada minuto que paso a su lado lo odio
aún más que antes.
Tras el postre salgo
rápidamente del comedor con Delf detrás de mí, intentando alcanzarme.
Una de las doncellas de
palacio, una chica de cabello negro corto, ojos grises y una gran herida en la
mejilla izquierda nos acompaña hasta el despacho del gobernador. Intento no
mirarle la cara.
—Julia, deberías relajarte
y concentrarte en lo que le dirás al gobernador ahora—me susurra Delf para que
la doncella no lo oiga—olvida a Eduardo.
— ¿Como quieres que olvide
al hombre que acabó con la única familia que me quedaba y que también intentó
matarme a mi?—le pregunto a Delf, llena de rabia.
—Yo…—Delf se muerde el
labio, y me mira con culpabilidad.
—Lo siento—digo—es cierto
lo que dices. Debo concentrarme en lo que voy a decirle al gobernador dentro de
un momento—admito.
—Haz tu mejor esfuerzo—Delf
me anima sonriendo y yo le devuelvo la sonrisa. Entramos en el despacho colosal
del gobernador, aún más grande que el de Sofía.
—Esperen aquí. Su señoría
llegará enseguida—nos dice la doncella mientras se inclina y sale de la
habitación silenciosamente.
Nos sentamos delante de la
mesa de madera de roble y colocó mis manos sudorosas sobre mi regazo. Delf tamborilea los dedos sobre su pierna,
mientras yo cruzo y descruzo las piernas una y otra vez.
— ¿Cuanto tiempo nos va a
tener esperando?—suelto de pronto cansada.
—Ten paciencia—me pide Delf
mientras me mira y se sorprende—.Te has puesto el clavel que te di.
—Eh… si—respondo mientras
me toco la flor que tengo en la cabeza—. ¿Que significa esta flor? , ¿por qué
es la única que no me dijiste lo que significa?
—Significa amor como tantas
otras flores, aunque a esta se le podría poner la frase “Estoy loco por ti”—dice una voz no se muy bien de donde,
contestando a mi pregunta.
Delf y yo nos giramos a la
vez y los vemos allí. A su señoría el gobernador Andrés y a Eduardo.
Por el juvenil tono de la voz diría que había sido Eduardo,
y también porque sonreía satisfecho.
—Señoría, pensaba que
íbamos a discutir el tema que teníamos entre manos—miro hacia Eduardo—a
solas...
—Por un giro de los
acontecimientos, dado que el señor Eduardo quiere saber lo mismo que usted, no
veo inconveniente el porque no deba estar presente—nos explica el gobernador
mientras se sienta—además, unos antiguos novios no deberían mirarse con tanto
odio como lo hace usted, señorita Brenfort.
Mi rencor por Eduardo
aumenta por momentos, lo que provoca que mis dientes chirríen dentro de mi
boca.
Mientras contemplo como el
gobernador se acomoda delante de su escritorio y va ordenando algunas cosas,
Eduardo se apoya a unos centímetros de nosotros sobre una estantería llena de
libros, la cual desearía que se le cayese encima. Eduardo nota mi mirada, y clava
su intenso ojo azul oscuro como la noche, sobre mí. Me estremezco y él hace una
mueca de burla a mi costa.
Aparto la mirada
rápidamente mordiendo mi labio con intensidad, tanto que me hago sangre.
—Querida, deberías
tranquilizarte—me pide el gobernador Andrés mirándome con incertidumbre, al igual que
Delf, que me observa aun más preocupado que antes.
—Sí…—suspiro y al hacerlo
mi pecho me duele, tanto que me estremezco.
—Julia—el tono de voz de
Delf es de miedo y sorpresa—Julia, ¿estás bien?
Me cuesta respirar, pero
aun así levanto la cabeza con dificultad y respondo a su pregunta entre jadeos.
—Sí, no te preocupes—de
nuevo el dolor vuelve, pero me esfuerzo por no encogerme de nuevo y miro al
gobernador fijamente—por favor, cuénteme todo lo que sepa del tesoro de mi
abuela. Por favor...
No sé porque me duele tanto
el pecho, pero tengo la oportunidad de averiguarlo todo y no voy a rendirme
ahora. No me importa que Eduardo esté presente. Si vuelve hacer algo fuera de
lo normal o intenta matarme, pelearé con él otra vez si hace falta.
—Hace dos años, me
informaron sobre el tesoro de su abuela, Julia—comienza a hablar el gobernador,
mientras me mira preocupado, pero le suplico que siga hablando—.Y no dudé en ir
a buscarlo. Acompañado de mis mejores guardias, incluido el comandante de mi
ejército—Miro a Delf de soslayo en ese momento y observo que tensa la
mandíbula—sabíamos donde se encontraba. Me informaron sobre ello. No diré quien
fue, para no perjudicarlo...
>En unas catacumbas que solo vuestro abuelo conocía. En lo más profundo
de estas, se encontraba el tesoro de su abuela. Un objeto que dará la felicidad
y fortuna eterna a aquel que lo posea. Se rumoreaba que concedía la
inmortalidad, algo evidentemente falso. Sin embargo, cuando llegamos al lugar
donde se suponía que estaba, solo encontramos un viejo cartel y ni rastro de
entrada a cueva alguna. Dos años después descubrí que la nieta de Matilda
Beltrons, viva imagen de su abuela, existía. Pero claro, una niña tan pequeña e
inocente, no sabría siquiera de la existencia de ese tesoro...<
—Pero sí su tío Gustavo.
Único hermano del padre de la joven, y primer hijo de Manuel Brenfort y Matilda
Beltrons—comienza a decir Eduardo—. Fue nuestro objetivo, tras descubrir que el
hijo pequeño, Lucas Brenfort, había muerto por un resfriado que se le complicó.
Semanas después de la muerte de este, fuimos tras su hermano, pero apareció su
preciosa sobrina, a la que le entregó algo...—Tras contar todo esto, Eduardo se
aparta de la estantería y se acerca a nosotros mirándome— . La llave que abre
ese cofre y tal vez la clave para encontrarlo…
—¿Mataste a mi tío por esa
razón?—me levanto bruscamente de la silla y llena de rabia empujo a Eduardo tan
fuerte, que hice que se tambaleara.—¿Solo por esa miserable razón de la que no
teníais pruebas?, bastardo...
—Sí las teníamos…—miro a
Eduardo, con los ojos llorosos— lo vimos todo a través de las ventanas de la
tienda.
— ¿Eso es todo?—Eduardo me
mira sorprendido, abre la boca para decir algo, pero la vuelve a cerrar cuando
observa las lágrimas que se derraman de mis ojos—. ¿Habéis matado a la única
familia que me quedaba solo por que suponíais que me había dado una estúpida
llave?
—Julia, cálmate—me suplica
Delf, detrás de mi.
—Aquí está tu miserable
llave—Digo entre sollozos, mientras introduzco mis dedos en mi escote sacando
la llave de ahí, mientras el gobernador se levanta de su asiento precipitadamente,
y Eduardo mira con la boca abierta cada uno de mis movimientos.
Lanzo la llave con
brusquedad contra el suelo, haciendo una pequeñísima grieta en el suelo de
mármol y me derrumbo sobre este, con el pecho haciendo bruscos movimientos
debido a mi llanto.
Eduardo se agacha y alarga
la mano hasta la llave, pero la cierra en un puño con rapidez, cuando un
cuchillo le roza el dedo pulgar. Levanto mi mirada y veo a Delf, con el ceño
fruncido y mirándole con el mismo odio que yo lo miraba.
—No toques ni a la chica,
ni a la llave—gruñe Delf, mientras se agacha y recoge la llave y el cuchillo
del suelo, haciendo que sus finos cabellos dorados rocen mi frente. ¿De donde
habrá cogido el cuchillo?
Me entrega su mano para
ayudar a levantarme, y abriendo la palma de mi mano, coloca la llave sobre esta
y la cierra él mismo, colocando mis dedos alrededor del frío metal.
—La llave te pertenece solo
a ti—me dice sujetando mi mano,—una vez me dijiste que nunca se la darías a
nadie, y que encontrarías el tesoro tú misma, por tú tío, tus padres y tu
abuela. ¿Era mentira?
—No—vuelvo a guardar la
llave en mi escote y miro a Delf— pero perder a la única familia que te queda
en la vida, es duro...
—Lo sé— admite, limpiando
mis lágrimas con su pulgar y acaricia mi mejilla,—yo también los perdí...
—Esto es increíble—grita
malhumorado Eduardo—entrégale la llave a su señoría el gobernador o serás
ejecutada...
—Eduardo—le interrumpió el
gobernador—silencio. Entrégueme la llave, Julia.
—Jamás—replico colocando
mis manos sobre mi pecho—disculpe señoría, pero le prometí a mi tío que no
entregaría la llave a nadie.
— ¿Ni siquiera a su señoría
el Gobernador Andrés?—niego con la cabeza lentamente— .¿Estáis dispuesta a ser
ejecutada por tú osadía contra mi?
—Sí, señoría—admito—Pero no
sin antes luchar...
El gobernador asiente y con
gran agilidad, rodea su escritorio hasta colocarse delante de mí, y
sorprenderme, arrodillándose ante mi y besar mi mano.
—Tenéis mi perdón, mi
apoyo, mi respeto y mi confianza—dice levantando la vista—Julia Brenfort. Os
parecéis a mi hermanastro. La misma mirada desafiante con la que miro a mi
padre cuando decidió abandonar la corte y su estatus de noble.
Se levanta y hace una
reverencia. Aún con mi mano agarrada me lleva hasta su sillón delante del escritorio,
donde me explica su plan.
—Iréis al lugar que os
indicaré con este mapa—comienza explicar mostrando un papel, que yo guardo en
mi escote también, y me acerco a Delf—.Iréis vosotros dos, solos...
—Después de todo lo que nos
ha contado, ¿no me dejará ir, señoría?—replica molesto Eduardo.
—No—de nuevo nos mira a
nosotros—por favor, quedaos hasta pasado mañana. Mañana por la noche habrá un
baile, en el que desearía que bailase conmigo, Julia.
—Será un honor señoría—digo
haciendo una reverencia— ¿Podemos irnos a descansar, Delf y yo?
—Adelante…—me giro antes de
oírlo y agarro a Delf del brazo, mientras salimos de allí, dejando atrás al gobernador
Andrés, y a los gritos de súplica de
Eduardo rogándole el paradero del tesoro. Al pensar en ello, inconscientemente
una sonrisa burlona se forma en mis labios, y con Delf a mi lado, en silencio
durante todo el camino hasta llegar a mi habitación, donde él se convierte en
espada y yo me tumbo en la cama, sin tan siquiera desvestirme y caigo rendida
en manos de los sueños, mientras aferro fuertemente la llave contra mi pecho.
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