7 de noviembre de 2012

Encrucijada de Lágrimas- Capítulo 5


                                                >5<  
Los rayos de sol  me despiertan por la mañana. Abro los ojos lentamente y abrazo con fuerza a la almohada de plumas sobre la que he dormido y comienzo a ordenar mis pensamientos.
Acabé en esta habitación, ya que tras el encuentro con Delf, me fui también escaleras abajo y me perdí unas cuantas de veces, hasta que fui rescatada por Rubén, que me acompañó a lo que sería mi habitación.
Mi habitación es blanca con motivos dorados en las paredes, con una gran cama muy blanda, preciosas sábanas rosadas y una almohada de plumas, con una dulce fragancia.
Había caído rendida nada más me hube tumbado sobre el cómodo colchón. Rubén me preparó la cama y se marchó. Me introduje en ella, cerré mis ojos y me transporté al mundo de los sueños de inmediato.
He soñado con Delf, con mis padres, y con mi tío Gustavo. Me había despertado dos veces en toda la noche, sudando y con los ojos llorosos.
Pero ahora estoy mejor y me dedico a dar vueltas por la habitación contemplándolo todo.
Tengo un gran armario lleno de vestidos de seda, algodón y otro tejidos, probablemente mucho más caros. También hay una cómoda y un espejo redondo.
Me dirijo a la puerta y la abro impaciente, para encontrar un pasillo vacío y desolador.
Vuelvo al interior de la habitación y me tumbo en la cama, cuando soy interrumpida por una mujer de unos treinta años rubia, con pequeñas mechas castañas. Un vestido azul oscuro de encaje sobresalta  su esbelto cuerpo. La mujer se acerca a mí con el ceño fruncido.
—¿Eres Julia?—me pregunta con una voz muy grave para ser la de una mujer, si no fuera por el extravagante escote y sus increíbles pechos, creería que era un hombre.
—Sí, lo soy, ¿y usted es?—pregunto aunque no muy segura de hacerlo.
—Soy Clara Rumier, la hija de Sofía Rumier y madre de las dos niñas que conociste ayer…—me explica la mujer con múltiples detalles—, acompañadme para desayunar. Pero antes deberíais vestiros.
Clara me empuja hacia el armario y me quita impaciente el camisón y el precioso peinado que su hija me hizo anoche. Rebusca en el inmenso mueble blanco, y saca un vestido beige y un tono entre amarillo y anaranjado, con unas mangas que me llegaban hasta los codos y acababan en volantes.
—Odio los vestidos —susurro, casi refunfuñando.
Clara hace como que no me escucha y me empuja hacia la puerta, pero antes cojo de encima de la cómoda, en mi bolsa, mi cinta del pelo, y me cojo una coleta alta.
Clara suspira al verme y me agarra del brazo, para acompañarme hasta unas seis puertas más allá hasta entrar a una sala blanca y gris, con una gran mesa marrón y un mantel verde lima, con platos, cubiertos y suculenta comida sobre ellos.
Clara me sienta en una silla al lado de Sofía, y justo enfrente se encuentra Delf, que a su vez tiene a Lidia a su lado, que lo mira con  ojos brillantes, mientras que yo me encuentro junto a Clara, y a su lado, Violeta.
Rubén entra en la habitación con un carrito, donde lleva varios platos que va sirviendo en orden.
A Sofía le pone unas piezas de fruta y un bollito de crema. A Lidia y a Violeta tres rodajas de piña y un trozo de pan tostado al horno, con lo que parece mermelada. Clara recibe lo mismo que  sus hijas a excepción de que no es mermelada sino mantequilla. Y por último a Delf y a mi somos obsequiados con una taza de chocolate caliente, un trozo de pastel de cerezas y pan con queso.
Como lo más educada que puedo, aunque  estoy muerta de hambre y nunca había comido cosas tan ricas como aquellas.
Con las prisas Clara, no me había colocado el corsé y mi pecho desnudo se aprieta duramente contra el vestido. Al menos puedo respirar mejor.
Al terminar, Lidia y Violeta comienzan a hablar de su escuela de baile y las cosas que han aprendido estas semanas. Lidia intenta llamar la atención de Delf, pero este la ignora, ya que me mira fijamente durante todo el desayuno...
Cuando las niñas hubieron finalizado, Sofía me susurró que me reuniera con ella y con Delf en treinta minutos en su despacho.

                       ***       
Delf  y yo vamos por el lúgubre pasillo. No ha vuelto a dirigirme la palabra desde la noche anterior en la azotea. Aunque yo tampoco le he dicho nada. Vamos en silencio por largos pasillos, que a mi se me hacen infinitos, estoy incómoda junto a Delf, aunque siento que debo arreglar las cosas cuanto antes.
—¿Como sabes donde se encuentra el despacho de Sofía?—pregunto, inquieta, intentando sacar un tema de conversación.
Delf tarda un rato en contestar, pero al final lo hace
—. Ayer, cuando terminé de asearme, estuve dando vueltas por la mansión y me tropecé con  Sofía. Me pidió que le hablase sobre mi maldición y de cómo romperla. Me llevó a su despacho, y estuvimos hablando —me explica Delf, sin mirarme a la cara.
—Oh, vaya... parece que tiene mucho interés en ti—le digo, mientras caminamos por los largos pasillos.
—Si, bueno, su nieta Lidia, está detrás de mi. Estoy incómodo en esta casa. Cuando me despedí seguí dando vueltas hasta que di con unas escaleras muy estrechas, llegué a la azotea y te encontré allí, sola y mirando a la ciudad—me dice, y esta vez si me mira—.Siento mucho lo que hice, si mi abrazo te incomodó, solo dímelo y no lo haré más.
—Yo…—me ruborizo al pensar en la noche anterior, como mi cabeza se estrujaba contra su pecho musculoso. Como escuchaba el martilleo de los violentos latidos de su corazón. Como el frío desapareció de mi cuerpo cuando me abrazó, y me transmitió su calor—no importa. Solo intentabas que no pasase frío—termino diciendo, y aparto mi mirada de sus brillantes ojos azules.
Delf también se calló durante el resto del camino, que se me hizo eterno, hasta que lleguemos a una puerta, apartada de las demás y pasamos dentro.
Las paredes son verde oscuro, y el suelo es de mármol blanco decorado con una enorme alfombra  roja escarlata. Estanterías de libros rodean toda la estancia y al final, un gran ventanal sin cortinas por donde entraba una radiante luz, que iluminaba una enorme mesa marrón oscura, llena de papeles y libros y detrás de todo, una mujer anciana estaba sentada en un elegante sillón forrado de terciopelo verde.
Al vernos, Sofía sonríe y nos invita a pasar a Delf y a mí.

***
—Tomad asiento por favor —nos dice, señalándonos unas sillas en  las cuales antes no me había percatado —.Voy a preguntaros algunas cosas y también a contaros cosas que os ayudarán.
Asiento y me acomodo en la silla decorada también, de terciopelo verde, igual que la de la anciana aunque menos ostentosa. Tenso la mandíbula y entrelazo mis manos sudorosas en mi regazo.
—Julia, ¿de verdad queréis encontrar  el cofre de vuestra abuela?—me pregunta y yo asiento lentamente—.Entonces, debéis ir los dos a palacio, a tres días de camino de aquí. Una vez allí, os encontraréis con Silvia. Es la costurera real. Os llevará en mi nombre ante el gobernador  y él os dirá donde empezar a buscar.
—¿Como sabe el gobernador donde está el cofre de la abuela de Julia?—pregunta Delf. La anciana sonríe levemente y se inclina sobre la mesa acercándose más a nosotros.
—Porque antes intentaron buscarlo. Lo encontraron, pero no pudieron cogerlo—nos dice Sofía susurrando, al ver mi cara de incredulidad, ríe y continua—.No tenían la llave que tiene usted, Julia.
—Entonces, ¿si vamos al palacio del gobernador, nos dirán donde está?—pregunto llena de entusiasmo.
—Es posible, pero tened cuidado con él, no es de fiar, debido a su fama de corrupto—me confiesa Sofía, entrelazando las manos y colocándolas sobre la mesa —aunque lucharais, acabaríais muertos —concluye, colocando su barbilla sobre las manos entrelazadas.
—Debe de haber un modo, sino, ¿porque nos cuenta todo esto —pregunta Delf, fulminando con la mirada a Sofía.
—Solo tienen que conseguir que el gobernador les diga donde está el cofre sin  mostrarle la llave—nos explica Sofía mientras se pone en pie.
—Pero, ¿cómo?
—Sois una mujer, utiliza tus armas femeninas para conseguirlo, eres joven y bella, sin embargo yo… estoy vieja y marchitada…—su voz se va apagando y conforme va hablando, me mira a mi y luego a Delf.
—Esta bien—le digo poniéndome en pie y Delf me imita—partiremos enseguida.
—No hace falta hoy mismo. Pueden pasar el día e irse mañana. Aún tengo que avisar a Silvia de que van para allá, en tres días a partir de mañana—dice Sofía, mientras coge papel y pluma y comienza a escribir sobre él.
—De acuerdo, iremos preparando nuestro equipaje de todos modos, muchas gracias Sofía—le agradezco mientras hago una reverencia y agarro a Delf del brazo para salir cuanto antes de esta habitación.

***
—Parece que pronto tendremos el cofre de tu abuela en nuestras manos—me dice Delf, alegre y sonriendo.
—¿Tú crees?. Me parece demasiado fácil…—le digo, y la verdad es que es cierto.
Delf me está hablando de algo, pero no lo oigo, ya que estoy sumida en mis pensamientos, pero entonces, cuando vuelvo a mirarle, me lo encuentro asomado a una puerta.
—Delf, ¿que haces?—le pregunto, pero me interrumpe mandándome a callar. Me extiende la mano y yo la sujeto. Me atrae hacia él, y me pide que me asome por la rendija sin hacer ruido.
Cuando miro, mi boca inconscientemente forma una pequeña “o” porque dentro de la habitación, muy parecida a la mía, están Rubén y Clara, besándose.
Clara abraza a Rubén con dulzura, mientras este tiene sus manos en la cara de ella y la besa.
—¿Crees que tú madre me aceptará alguna vez?—pregunta Rubén mirando con tristeza a Clara.
—Le tenía mucho cariño a Ángel, pero acabara aceptándote—dice Clara con dulzura, ahora su voz si suena como la de una mujer. Me estrujo el cerebro y recuerdo quien era Ángel, el hombre del cuadro en el salón, “Ángel Rumier” debe ser el yerno de Sofía y el esposo fallecido de Clara, aparte de ser el padre de Violeta y Lidia.
Me aparto de la puerta dejando a Delf que mire por la rendija mientras  me apoyo en la pared.
Contemplo a Delf dedicado a observar lo que ocurre en esa habitación. De pronto, su cara se pone roja y cierra la puerta.
—Están haciendo cosas de adultos…—Es lo único que me dice sonriendo y en ese momento la puerta se abre y no se como, pero me encuentro encima de Delf, apoyados en la pared, y la puerta nos tapa de Clara o de Rubén. Doy un grito ahogado ya que Delf me tapa la boca con su mano y miro con pánico a la puerta, la silueta que se refleja en la pared es la de un hombre, si Rubén llega a vernos nos meteremos en problemas y nos acusarán de cotillas.
Contengo la respiración, e intento no moverme, mientras siento a Delf detrás de mi, estamos aun más pegados que anoche en la azotea y una oleada de calor me invade, pero, cierro los ojos con fuerza, hasta que la puerta se cierra y nos dejan a Delf y a mi solos en el oscuro pasillo.

***
—Delf...—consigo decir cuando me destapa la boca, pero me interrumpe de nuevo. Me agarra la mano y tras mirar dos veces a la puerta, salimos corriendo hacía el otro extremo del pasillo.
Cuando paramos, me doy cuenta de que estamos enfrente de las escaleras de la noche pasada. Me falta oxígeno y jadeo, mientras me limpio el sudor de la frente. Hacía mucha calor dentro de esa casa para ser invierno. Pero este estúpido vestido me hace más difícil correr y sudo más de lo que debería.
Subimos las escaleras y llegamos a la azotea. Siendo de día, la ciudad no era más que un conjunto de casas, marrones y blancas y altas montañas verdes. Nada comparado como se ve por la noche. Miro hacia mi mano que sigue aun sujeta por la de Delf, y al ver que yo miraba las manos, Delf la suelta rápidamente y se disculpa.
—Haremos como que no hemos visto ni oído nada ¿vale?—me pregunta. Yo se a que se refiere y asiento con rapidez.
Delf me sonríe, y se acerca al borde de la azotea mientras yo me quedo allí parada mirándole como una boba. Tiene una espalda ancha y fuerte, su pelo rubio resalta en la luz. Viste pantalones y una camisa parecidos a los que le vi la primera vez. Se gira y me mira de nuevo con una gran sonrisa en su cara, y yo sonrío también, sin saber muy bien porque...
—Julia, ¿estás bien?—me pregunta Delf, que cuando levanto la cabeza está a mi lado, muy, muy cerca.
—Sí, ¿por qué no iba a estarlo?
—No sé, solo te noto rara. Desde que hablamos con Sofía…—me mira con preocupación en sus ojos, y yo aparto su mirada—no te conozco demasiado Julia. Y me gustaría hacerlo. Pero deberías contarme lo que piensas, para así desahogarte y sentirte mejor.
—Estoy confusa—le miro a los ojos, mientras los míos se convierten en un río que vierte lágrimas en mis mejillas—. Le prometí a mi tío que encontraría el tesoro de mi abuela, pero no quiero poner en peligro a las personas a las que quiero. Quiero hacerlo sola, para no dañar a nadie más...
—No te dejaré—me sorprendo y aparto la mirada—no dejaré que lo hagas sola. Yo iré contigo, a donde sea, Julia. No sé de tu destreza con la espada, pero estoy seguro que con el espíritu que tienes y esa fuerza eres capaz de cualquier cosa. Aún así, yo te ayudaré a encontrar el tesoro de tu abuela. Aunque me cueste la vida hacerlo.
—Eso lo dices por la maldición que te ata y te ves obligado a hacerlo—le interrumpo mientras, mis lágrimas caen al suelo.
—Eso no es así, tengo…mis razones, porque si no quisiera estar contigo…
Su expresión se ablanda, y me sonríe levemente. Me seca las lágrimas con el borde de la manga y me besa la frente. Luego me agarra la mano de nuevo y nos vamos por donde habíamos llegado, hasta entrar a mi habitación donde comenzamos a hacer nuestro equipaje.






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